CDR: 63 años por el bienestar del barrio y su gente

Horas antes de que el olor a caldosa se impregnara en el aire, ya habíamos recorrido todo el CDR recolectando viandas, sazones o un poquito de cualquier condimento que pudiera agregar sustancia al caldo popular. Con el arsenal asegurado los vecinos se agrupaban alrededor del caldero y las manos, poco a poco, comenzaban a tomar el color negruzco propio de haber pelado tanto plátano y boniato.

La cabeza de puerco, tan infravalorada entonces, se convertía en la protagonista del maravilloso ajiaco cubano presente lo “mismo en los barrios ricos que en las más humildes lomas”. Cada quien llegaba con lo que tuviera en casa: un flan, un pudín, unas galletas, a lo que se añadía el pancito con pasta, el cake que daban en la bodega y el refresco sirope. Los más fiesteros sacaban sus botellitas de ron.

Y los más pequeños dividíamos las fuerzas entre colgar las cadenetas, ayudar a pintar los contenes de las aceras de blanco o a preparar el número cultural con el que se amenizaría la jornada, que terminaba con un rico jarro de caldosa a las 12 de la madrugada.

Esos fueron los 28 de septiembre de mi generación y de otras tantas que me antecedieron, desde que en 1960 se crearon los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Los mismos que durante mi niñez movilizaban a medio barrio para donar sangre o nos hacían caminar, casi sin notarlo, varias cuadras recolectando materias primas con el propósito de reciclar.

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Era la organización a la que nos uníamos con el mismo entusiasmo para concebir un plan de la calle que para hacer una guardia cederista, indispensable en la protección de los bienes de la comunidad y en mantener la tranquilidad ciudadana.

En ella, décadas antes, también estuvo la base de la acuicultura familiar, los huertos de plantas medicinales, la siembra de árboles, el fomento de las áreas de autoabastecimiento y la participación en tareas agrícolas como zafras azucareras, tabacaleras o del café.

Si bien los tiempos han cambiado y quizás a muchos nos pareciera que la mayor organización de masas del país pudiera no tener el mismo empuje de épocas pasadas, que ha mermado también la falta de recursos, es todavía un eslabón trascendental en el trabajo con la comunidad.

Sería injusto obviar la labor que realizan, por ejemplo, los Destacamentos Mirando al Mar en la detección de recalos de droga, entrada de armamento, extracción de arena o la depredación de la flora y la fauna marina. O haber sido escenario de los debates en torno a procesos trascendentales desarrollados en nuestro país como la aprobación de la Constitución de la República o el Código de las Familias.

Otras tareas asumidas por sus integrantes, como la prevención de indisciplinas e ilegalidades, el aporte a la producción de alimentos a través del Movimiento Cultiva tu pedacito, la limpieza e higienización de las comunidades o el llamado al ahorro energético, son síntomas de que aún los CDR laten en el pecho de muchos cubanos.

Como los hijos, cada organización también es el reflejo de su tiempo y de sus necesidades, y por ello es necesario ajustar esas exigencias a su funcionamiento. Una tarea ardua, que seguramente centra por estos días los debates del X Congreso de los CDR. Análisis que, sin dudas, serán necesarios para trabajar para y por el bienestar del barrio y su gente. 

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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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