Modelos de las Naciones Unidas: embajadores ficticios de países lejanos  

¡Ahí van los disfrazados!, escuchabas que la gente susurraba o quizá no lo escuchabas nada, pero por la expresión de sus caras sabías que pensaban así. Hay expresiones faciales que vienen con subtítulos y no necesitas doblaje para entender qué sucede en la cabeza de los demás. 

De todas maneras, comprendías la extrañeza en sus rostros. En un país tropical donde, cuando el sol arrecia, si pudiéramos andaríamos a lo taíno, sin tanta tela, sin tanto miedo a la piel asequible; encontrar a un muchacho que deambula por la Universidad de Matanzas (UM) de traje, con corbata anudada y chaleco de tres botones en las mangas, o mujeres con vestidos de cola y tacones fuera de Tropicana o que no iba actuar en una gala político cultural, sorprendería a cualquiera. 

Sin embargo, si te vas a montar un personaje, hazlo bien. Si tú no te lo crees, nadie lo hará y un modelo de las Naciones Unidas va de eso, de montarse un personaje. Por una semana o mientras dure el evento, serás canciller de Rusia o ministro de Myanmar o quien quiera que te haya tocado ese año; el pequeño local, que ojalá tenga aire acondicionado porque debajo de la solapa eres una sopa, donde sesiones, por el poder de la simulación, se convertirá en New York o Ginebra. 

Durante mis cinco años participé en el Modelo de Naciones Unidas Puentes. Durante cinco años me vestí de traje y corbata. Durante cinco años a las corbatas no les zafé el nudo, porque nunca aprendí a atarlas, un amigo me hizo el favor, así que solo la aflojaba un poco para poder quitármela. Durante cinco años aprendí más de política internacional que en 20 de ver el noticiero de reojo con un plato de comida en la mano, o con mi mamá que me sacaba conversación y me distraía de los análisis de la situación en Oriente Medio o la confrontación entre las Coreas. 

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Cinco años después de que acabaron mis cinco años de licenciatura regresé a Puentes. Sesionaron en el Teatro Sauto con un tema de emigración y no pude resistirme a llegar hasta allá, y de ese merodeo y por las jugarretas de la nostalgia nació este texto. 

Esta vez iba como periodista, no como participante. Retorné porque nunca he respetado la frase esa de que al lugar en que fuiste feliz no deberías volver, y que vengan Sabina y todos los peces de todas las ciudades a darse unos golpes conmigo si no concuerdan. Quise mucho unirme, agarrar un plaqué, montarme el personaje, y creer que era el embajador de Kazajistán o representante en la ONU del Reino de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. 

Sin embargo, mi tiempo pasó, se hizo polvo y se lo llevó el vendaval al país del ya no es antes y no lo volverá a ser. Incluso, de mi generación no queda nadie. No hablo de Puentes, que es la versión matancera de los modelos, sino también de esos amigos que hice en eventos similares como ONU Pinar, ONU Caribe, el de Santiago de Cuba u Orbis (el de Santa Clara). Algunos ahora son profesionales y aparecen en televisión nacional, otros me escriben como aquel pinareño que siempre fingía ser un nuncio del Vaticano y se vestía como tal, con su hábito blanco y su gorrito, que les debo el nombre, y lo llamábamos el papa.  

Ahora son otros muchachos los que participan, parecidos a nosotros, pero que no son nosotros; no obstante, nos une el modelo. Sus acciones se superponen a las mías. Levanté el plaqué para leer mi postura oficial (el posicionamiento de un país sobre un tema específico), como lo hacen ellos ahora; pedí derecho a explicar mi voto, porque no estaba de acuerdo con tal o más cual Resolución (los acuerdos que convenían los países en los encuentros de alto nivel), como lo hacen ellos ahora; sufrí cuando no ganaba una discusión (por una política migratoria más justa para mi pueblo, que no era mi pueblo, pero lo quería creer así), como lo hacen ellos ahora.

Después de que salí de la universidad, Puentes se perdió. Transcurrieron varios años sin que se realizara. Entonces se extravió la continuidad en el tiempo y por tanto los eslabones de la memoria se oxidaron y quebraron. Creo que no quedan muchos recuerdos en Matanzas de mi generación, que le dedicó parte de su tiempo de estudio y viajes a la “chopitrapo” para comprar corbatas y chaquetas o buscar en el fondo del clóset las de los abuelos al evento, pero no importa. Más que un rescate, se hizo un reinicio. De nuevo volvieron esas expresiones con subtítulos de ¡Ahí van los disfrazados!, volvieron los embajadores ficticios de los países lejanos a deambular por la UM y con eso me basta. Muchas gracias a todos aquellos que lo hicieron posible. 

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