Procesar las emociones de las últimas semanas no ha sido fácil. Todavía hoy cuando lo pienso suena como un hervidero de recuerdos: dormir tres o cuatro horas cada noche, despertarse sin que suene la alarma, quedarse dormida al día siguiente, correr a ver el amanecer en la ventana, perderse buscando un río, rosas ecuatorianas, encontrar pandas por todos lados, una librería bajo el agua, las luces de Chongqing, el cansancio, los puentes; comer bambú, sushi, hongos y un montón de cosas por primera vez; río, teleférico, cine 5D, montaña, karaoke en la guagua, tren bala y muchos puntos suspensivos…
Chengdu makes dreams come true
No es bueno saber que vas a amar un lugar antes de conocerlo. Peor es saber que te quedan sitios por descubrir y tener la certeza de que ningún paisaje, por hermoso que sea, igualará la belleza registrada, ni la extraña mezcla de emociones que lo acompañaron. En Chengdú sentimos eso y hablo en plural, porque las risas, las lágrimas, los abrazos, las despedidas, el asombro y la felicidad indescriptible fueron emociones compartidas, y quizá por eso se sintió tan mágicamente poderoso, tan nuestro.
Las notas leídas en Internet, la mayoría demasiado occidentalizadas como muchos temas sobre China, recomendaban visitas guiadas, excursiones, calles antiguas, templos y restaurantes; hablaban de la belleza natural y arquitectónica, vendían sus más de 4500 años de historia, sus montañas, su clima, y, por supuesto, los pandas; pero ninguno de esos avisos nos preparó para el deslumbramiento experimentado en tres días que se hicieron demasiado cortos. Veníamos de Beijing, otra ciudad imponente, pero incomparable con la belleza, la calidez y la alegría de nuestros anfitriones.
Chengdú es la capital de la provincia de Sichuan, ubicada al sudoeste de la República Popular China. Ocupa unos 14.335 km cuadrados de superficie y alrededor de 21.192 millones de habitantes la habitan. Es también conocida como “Tierra de la abundancia” por sus múltiples recursos naturales y su clima. Ha sido distinguida como “La mejor ciudad turística de China” por la Organización Mundial de Turismo y declarada por la Unesco como “Ciudad de la Gastronomía”, siendo la primera ciudad asiática en alcanzar este reconocimiento.
Pero también se le conoce la cuna del taoísmo, del brocado y del hot pots picante y es, esencialmente, la tierra de los pandas, una de las tres ciudades de China, junto a Gansú y Shaanxi, donde puede verse a estos tiernos animales, considerados como tesoro nacional. No hace falta leerlo en ningún sitio, la ciudad te lo recuerda en decenas de monumentos, billetes de avión, souvenirs, juguetes, esculturas, helados, libros y una de las principales bases para su conservación.
Situada en la ciudad de Dujiangyan, Chengdú, el “Valle del panda chino” no solo es famoso por ser uno de los destinos de obligatoria visita en la zona, sino por la interesante labor de protección y conservación que llevan a cabo. Según datos ofrecidos por especialistas del lugar en los últimos 30 años se han logrado resolver, con ayuda de la innovación científica, problemas como la alimentación artificial, la reproducción y la cría, así como el control de enfermedades.
La base tiene además, como objetivo esencial, el rescate de los pandas salvajes y su cuidado. Se ha demostrado que aquí alargan su vida; sin embargo, parte de los propósitos de este proyecto es cuidarlos y devolverlos a su hábitat natural.
Se estima que existen alrededor de dos mil ejemplares de Panda en todo el mundo y 700 de estos en cautiverios de conservación. Su dieta consiste en alrededor de 20 kilos de bambú al día y pasan la mayor parte del tiempo durmiendo.
La experiencia de verlos a menos de dos metros de distancia, de estar ahí y casi tocarlos, de reír con la ternura de esos animales, es uno de los recuerdos que no voy a borrar.
Chengdu también fueron sus mesas abundantes. La ciudad pura vida de China, nos regaló sabores nunca antes degustados: picantes, agridulces y exóticos, en una mesa que giraba mientras intentábamos adivinar qué era cada plato.
No miento al decir que fueron de los días más intensos desde nuestra llegada a China. Cuando nos hablaron del Sistema de Irrigación de Dujiangyan, hablo por todos si digo que no nos agradaba la idea: Chengdu nos tenía fascinados y había tanto por descubrir que la visita a este lugar no nos emocionaba en lo más mínimo. Y justo como ese sentimiento colectivo fue la sorpresa ante el paisaje deslumbrante que de pronto se nos reveló.
Ubicado en las aguas del río Minjiang, a 56 kilómetros de la ciudad de Chengdu, esta obra hidráulica de gran escala constituye no solo la construcción acuática y sistema de irrigación más antiguo del mundo (256 a. C.), sino el único proyecto de su tipo sin represa. Este sistema de irrigación se divide en tres obras principales: el dique de trasvase Yuzui, el aliviadero Feishyan y el paso Baopingkou; de esta manera aprovecha de manera inteligente el terreno natural y los flujos de las corrientes de agua por el paso montañoso, dando solución a la descarga de inundaciones y sedimentos.
Llenar los ojos con un paisaje imponente como ese mientras visitamos la montaña de Qingcheng, la cuna del taoísmo chino y una de las cuatro de su tipo en el gigante asiático, no pudo ser más maravilloso.
Duyingian fue cruzar el puente de suspensión Halan, fotografiar incansablemente el pabellón Yulei, desandar el camino antiguo de Songmao, y sucumbir otra vez ante la belleza de sus jardines, sus fuentes o las clases de Tai chi.
Fueron días de mucho aprendizaje de entender mejor por qué se les considera la ciudad más alegre de China y de mirar ahora con tantísima nostalgia la llegada a El callejón ancho y estrecho, las máscaras de la ópera de Sichuan, la zona comercial de Taikoo Li, el jardín de los olivos…
Hay una frase que ocupa carteles por toda la ciudad: Chengdu makes dreams come true. Se trata del eslogan de los más recientes Juegos Mundiales Universitarios de Verano, celebrados a finales de julio, una oración que bien se parece a la experiencia de estar allí, de sentir sus sabores, de admirar su belleza y acumular muchos de nuestros mejores recuerdos. Nos despedimos de Chengdu al mediodía, un poco consternados, un tanto sin creer que viviéramos en tres días lo que en un mes y también convencidos de que es un sitio que sin dudas merece más de una visita.
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Regresé agotada y feliz. Más de un despiste cuenta entre los saldos del viaje, demasiados souvenirs, postales, mi nombre traducido al chino, pero también muchos aprendizajes, mucha belleza asimilada un poco más de China, de su cultura y de su gente. (Fotos: De la autora y cortesía de la fuente)