I Carné
Desde los 24 años tengo el mismo carné de identidad. Un desastre total que ha sufrido abandonos en las taquillas del salón, múltiples lavadas de la madre y hasta de la lavandería del Hospital, me ha abierto muchas puertas, de forma literal, y también ha servido de cuchara improvisada en acampadas en el Faro de Maya.
El pobre, ya no daba más, sin contar que tenía que sacarlo nuevo porque ya son 36 años y creo que hasta ilegal andaba por la vida yo. Hoy fui a hacer ese trámite, y por supuesto iba predispuesta. Preparé todo para llegar tarde al hospital. Cuando llegué había cola, organizada eso sí, y una muchacha que hablaba alto(muy alto) explicaba lo de los sellos de 25 cup.
Mi subconsciente me habló de inmediato: bueno, estamos preparados para esto, comienza la pasión. A esa hora ¿dónde encuentro un sello?, y ya iba como el hombre del gato. Vaya al correo o puede hacerlo por «Transfermóvil», me respondió. Y como desastre al fin, tengo banca remota pero en el teléfono roto y la única opción era el camino tradicional. Hasta el gato pinto hizo la transferencia bien y rápido, menos yo y mi acompañante que subimos Calle de Medio para comprar los sellos. En el camino el pesimista que vive en una, iba contándome que ya eso era viaje perdido.
Llegamos al correo, dos señoras esperaban y nos atendieron enseguida. El sello ya no es el sello tradicional, es una especie de comprobante personalizado que lleva tu número de carné impreso. ¿Ya? ¿No va a suceder un peloteo ni te van a pedir un horrocrux o algo? Pues no, mi ciela, me respondió la optimista anonadada.
Calle Medio abajo otra vez, con los dos papelitos en la mano. Llegamos y nos sentaron a esperar. Nos tocó al lado de un señor mayor, que traía en un periódico dos foticos. La muchacha que hablaba alto, se dirigió primero al señor, y a nosotros dos nos dejó en visto. Yo llevaba mi bata blanca, que muchas veces encandila y es fuente de privilegios y «trato diferenciado», pero la muchacha lo atendió primero a él. El señor venía sólo y estaba un poco perdido. Ella le pidió el sello, pero él no tenía. Yo sentí que tenía que ayudar pero ni corta ni perezosa le dijo que ella le iba a pagar por su Transfermóvil y lo guió hasta la muchacha que te tira las fotos y te toma las huellas de forma digital.
La muchacha lo hizo como un gesto natural, sin bombos ni platillos, y habló muy bajito, salvando la dignidad del abuelo y también mi esperanza de que hay mucha gente buena habitando espacios comunes. Le dió el privilegio y la ayuda al que debía darle. Luego continuó con nosotros y en 10 minutos habíamos terminado el trámite. Yo salí de ahí un poco confusa y haciéndome muchas preguntas. ¿A cuántos viejitos ayudará de forma diaria? Lo hizo como un gesto habitual y sincero, lo normal.
No quiero que se convierta en la típica historia romántica donde potenciamos lo que debe ser normal o justificamos algunas cosas que no funcionan, pero me siento en el deber de contarlo. Gracias a esa muchacha que habla alto, su corazón también lo hace, habla muy alto de el buen ser humano que es. Y ya.
II Lenguaje de señas
Detrás de un intérprete de señas hay una historia que contar. Una hija que quiere aprender a comunicarse con su madre, un niño pequeño que facilita la conexión y la inclusión a sus padres, una novia que quiere ponerle señas al amor que siente por su pareja y contarle.
Mi comunidad tiene muchas familias con varios de sus integrantes, sordos. Gracias a nuestro delegado y amigo Randy Perdomo García ha sido posible que en un consultorio médico exista una sede de la ANSOC y nazcan estos proyectos hermosos donde enseñan a niños a comunicarse con las personas sordas.
Alanis es una niña buena, tanto que siempre supera mis expectativas. Hoy hubiera podido levantarse temprano y bajar la loma con sus abuelos para bañarse en la playita del barrio, sin embargo se levantó temprano (algo que no le encanta) para asistir a un taller de verano donde enseñan lenguaje de señas.
Nadie le ha dicho que lo que hace es extraordinario. Los que la observamos lo hacemos con orgullo y con apretazón en el pecho, pero no intentamos contaminarla de juicios ni la forzamos a que haga algo bueno.
Ella va porque quiere, porque le parece fascinante comunicarse con otras personas y porque necesita romper los muros del silencio, quiere tener la voz que puedan «escuchar» los que no pueden.
(Por Taymí Martínez Naranjo)