Finlay: 142 años del descubrimiento

La Historia se encargó de poner en su lugar al científico cubano que conectó por primera vez a la enfermedad con el vector

Para la Organización Panamericana de la Salud la fiebre amarilla es una enfermedad vírica aguda, hemorrágica, endémica de áreas tropicales de África y América Latina, difícil de diferenciar de otras fiebres hemorrágicas virales producidas por arenavirus, hantavirus, o el mismísimo dengue. Fue un cubano quien comenzó a desbrozar los caminos de la fiebre amarilla, encontrando su agente transmisor.

Desde el siglo XVII las epidemias de fiebre amarilla, “importadas” junto al comercio de esclavos africanos, eran una condena de muerte para miles de europeos (ingleses, franceses, portugueses y españoles) que se lanzaron en diferentes momentos al continente americano en búsqueda de fortuna y nuevos territorios.

Los registros de las primeras epidemias en Veracruz, México, datan de 1648, pero se han encontrado referencias sobre epidemias más tempranas, inmediatamente posteriores a los viajes de “descubrimiento”, en 1494 en La Española (hoy Haití y República Dominicana). En Cuba, al momento de la Guerra de los 10 años contra España (1868-1878), la fiebre amarilla ya estaba plenamente establecida; sólo en La Habana ocurrieron más de 11 000 defunciones entre los soldados españoles antes de disparar una sola bala, según apunta el Doctor en Ciencias Gabriel José Toledo Cuerbelo en su artículo La otra historia de la fiebre amarilla en Cuba. 1492-1909.

Gracias a la vida y obra del sabio cubano Carlos J. Finlay, que vislumbró la verdad científica entre un cúmulo de doctrinas falsas, la fiebre amarilla dejó de ser un padecimiento cuya letalidad llenaba titulares periodísticos o suplementos en revistas científicas. Todavía hoy conmueve su férrea voluntad y la perseverancia con que procuró plasmar una idea en realizaciones concretas para beneficio de sus semejantes.

El 14 de agosto de 1881, hace ya 142 años, este ilustre camagüeyano presentó ante la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana su trabajo titulado “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”.

En aquel momento, de mucha importancia en su largo proceso investigativo, expresó: «Estas pruebas son ciertamente favorables a mi teoría, pero no quiero incurrir en la exageración de considerar plenamente probado lo que aún no lo está, por más que sean ya muchas las posibilidades que puedo invocar a mi favor. Comprendo demasiado, que se necesita nada menos que una demostración irrefutable para que sea generalmente aceptada una teoría que discrepa tan esencialmente de las ideas hasta ahora propagadas acerca de la fiebre amarilla». Así, demostraba su alto espíritu crítico.

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Finlay se dedicó durante muchos años al estudio de esta enfermedad, hasta llegar a la conclusión de que la transmisión de la infección se realizaba a partir de un agente intermediario, el que finalmente fue identificado como la hembra del mosquito Aedes aegypti.

Con indiferencia, frialdad y escepticismo fue recibida su hipótesis sobre la transmisión de la fiebre amarilla; hasta fue sujeto de escarnio. Pero nunca se declaró derrotado. Realizó experimentos con voluntarios y no sólo comprobó su hipótesis, sino que también descubrió que el individuo infectado quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad.

Que fuera Finlay el autor de tan importante descubrimiento, para los cubanos estuvo siempre fuera de dudas. Sin embargo, internacionalmente este fue un mérito que se le escamoteó en favor del doctor norteamericano Walter Reed y de la Comisión Militar Americana a su cargo, que operó en Cuba durante el primer gobierno interventor norteamericano.

Sin merecimiento alguno se atribuyó el mérito además de a Reed, a los médicos militares estadounidenses William Gorgas y su amigo Jesse William Lazear (muerto de fiebre amarilla inoculada por un mosquito), quienes recibieron el nombramiento de diferentes instituciones académicas en Panamá y Estados Unidos y se llenaron de reconocimientos, condecoraciones y premios, cuando fue el científico camagüeyano el verdadero artífice de la teoría y su comprobación.

Cuando el doctor Gorgas fue enviado a sanear el Istmo de Panamá, a fin de poder completar la construcción del canal, aplicó los mismos principios indicados por el doctor Finlay, de quien habían ignorado sus postulados durante más de 20 años.

Solo al final de la guerra hispano-cubana-norteamericana se volvieron a revisar los trabajos y experimentos de Finlay y, a su iniciativa, se creó la Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla. Fueron seguidas sus indicaciones de atacar a los mosquitos y aislar a los enfermos y, en sólo siete meses, desapareció de Cuba esta enfermedad (1901). Después de terminado el dominio de los Estados Unidos, las autoridades cubanas también entendieron que mantener la isla sin fiebre amarilla garantizaba conservar su independencia.

La vindicación de Finlay, no obstante, ocurriría hasta 1935, cuando el X Congreso Internacional de Historia de la Medicina, celebrado en septiembre Madrid, y presidido por el célebre doctor Gregorio Marañón, puso las cosas en su lugar, al declarar que el primero en establecer la conexión entre la enfermedad y el agente transmisor había sido el cubano Finlay, más de 50 años antes.

Desde 1881 a la fecha son muchos los acontecimientos científicos que han ocurrido. La ciencia y las investigaciones han alcanzado grandes resultados en todo el mundo. Cuba, dentro del continente todavía mantiene controlado al vector Aedes aegypti, pero aún no logra liberarse del dengue, otra infección propagada por el mosquito que trasmite la fiebre amarilla.

Pensemos en el sabio cubano y en una vida consagrada al bienestar de la humanidad, honremos al ilustre médico y seamos capaces de aplicar correctamente su doctrina en el saneamiento, si en 1901 se pudo en La Habana, ahora tenemos más preparación y conocimientos para lograrlo.

(Tomado de Periódico Invasor)

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