Laura es una de tantas cubanas que están criando a sus hijos solas. El padre cogió las de Villadiego y se fue a vivir a otro país, cuando se acuerda, les envía un poco de dinero, pero el apoyo y la compañía no viajan junto a una remesa.
Para la joven doctora, especialista en anestesiología, la llegada de las vacaciones resulta una verdadera pesadilla. Como todo trabajador tiene derecho a un mes de descanso remunerado, el resto del tiempo debe “inventar” soluciones: hoy los deja con una amiga; mañana, teléfono en mano, los sienta junto a la recepcionista del hospital; pasado se busca un motivo para faltar.
Su historia, con poquísimas variaciones, se repite entre la población femenina laboralmente activa. Muchas mujeres se las ingenian durante la etapa estival para sacar adelante sus responsabilidades profesionales de conjunto con su maternidad. Algunas cuentan con el apoyo de parejas y familiares, otras “van a su suerte”.
¿Cuántas veces llegamos a una oficina o comercio y vemos a una chica trabajando en compañía de sus pequeños? ¿Alguna vez nos tropezamos con un hombre en situación similar? En este último ejemplo, más bien pocas. En la mayoría de los casos, dónde y con quién dejo a mis hijos son preguntas que tienen que plantearse más ellas que ellos.
Un refugio común suele ser la casa de los abuelos, pero implicar a terceros, otorgarles responsabilidades y, por lo tanto, derechos sobre la prole, a la larga tiene sus costos emocionales. Los adultos mayores pueden ser más permisivos o tener estilos de vida y de crianza diametralmente opuestos a los padres, lo que a la larga genera conflictos.
Las dificultades económicas también influyen. Pagar una guardería, o pedir una licencia sin sueldo durante al menos la mitad de este período, constituyen lujos que muchas no se pueden permitir.
Luego, cuando les llega el momento de recesar de sus “ocupaciones oficiales”, cuando se supone que ellas también están de vacaciones, comienza la segunda parte de esta película de suspense. Existen dos frases favoritas para todo niño de asueto: “tengo hambre” y “estoy aburrido”.
La imaginación que poseen algunas mamás para preparar meriendas la envidiaría el mismísimo Walt Disney. En estos tiempos de escaseces e inflación, satisfacer a toda hora esos pequeños estómagos puede generar enormes niveles de estrés y ansiedad.
El otro punto, cómo cubrir sus demandas recreativas, daría para un comentario aparte. ¿Quién no desea llevar a sus hijos a la playa, una piscina o un parque de diversiones? Se requiere de una voluntad de acero para salir a la calle con el calor de una Cuba en agosto y enfrentarse al transporte público, casi inexistente, o desandar a pie la ciudad en busca de algo que hacer.
Por suerte aún subsisten algunas opciones baratas, como nuestros teatros, por ejemplo, pero la clásica salida infantil de helado o refresco-pizza actualmente se encuentra fuera del alcance económico de muchos núcleos familiares. Un viaje a la playa requiere un esfuerzo extra, y ni soñar con hacer estancia en algún balneario.
Por eso, si este verano necesita acudir al médico y encuentra que la doctora tiene a su hijo por asistente; va a hacer algún trámite y la funcionaria apenas atina a atenderlo mientras ataja a su revoltosa criatura; si en la guagua atestada en que viaja se sube una turba de pequeños chillones y húmedos, escoltados por una señora al borde de un ataque de nervios; ármese de paciencia, póngase en sus zapatos y piense que, aunque no existan tarjas o monumentos que nos lo recuerden, muchas madres son heroínas de la cotidianidad.