Zenén Calero está en la Acaa, exponiendo Color de Cuba con figuras y vestuarios de la puesta de Teatro de Las Estaciones Concierto de amor en un barrio barroco, que protagonizara el músico William Vivanco, bajo la dirección de Rubén Darío Salazar, junto a los actores del colectivo.
Sólo basta mirar desde la Calle Medio hacia el interior de la galería, y enseguida te sumerges en el universo de colores que te entrega Calero Medina, en esta muestra personal donde predominan el azul del mar y la fuerza del sol, atrayente, sugestiva, simbólica.
Incluso para los que no vieron esta puesta, reflejo de la inmersión de Las Estaciones en lo musical, para los que dicen que no se hace teatro musical en Cuba, enseguida descubres la fuerza expresiva de los personajes, el contraste de texturas y colores y el viaje hacia el imaginario caribeño, con sus ritmos como protagonistas: telúrica, irreverente, afianzada en la tradición y lo contemporáneo.
Lo teatral es enseguida perceptible, no solo en el diseño expuesto, sino en la manera en que se disponen en el espacio cada una de las piezas, que le devuelven vida a lo efímero de los espectáculos teatrales.
De nuevo uno ve dialogar, danzar y cantar la mezcla de ritmos del Caribe, a los actores titriteros que lo representaron o animaron; de nuevo la festividad, la mezcla de culturas, el jolgorio.
Color a Cuba de Zenén excita, inunda de olor a salitre y del fuego ardiente y telúrico del Oriente cubano, y propicia que cuando avanzas dos cuadras, y llegas a Ayuntamiento, te conectas con la promoción en la vidriera del próximo estreno de Las Estaciones sobre El carnaval de los animales, en que de nuevo vuelve lo musical al escenario de la Pepe Camejo.
El carnaval de los animales es un largo sueño de Rubén y Zenén, que ya está cuajando, para presentarse al público a partir del 22 de julio.
Hay un puente entre lo que se expone en la Acaa, la vidriera expositora y el deleite de ver en la Galería El Retablo la fusión de la obra de Arístides Hernández (Ares) con Calero Medina, dialogando en la puesta de Fiesta de Ajonjolí y Azucena, hasta ahora el último estreno de Las Estaciones.
Es significativo este viaje, esta armonía creativa, que se mueve entre lo visual, lo escénico y lo musical, en un complejo que muestra a sus visitantes diversas ofertas culturales, un repertorio vivo y en constante relación con el público, que no agota sus expectativas de encontrarse en la Sala Pepe Camejo con algo nuevo.
Y todo esto –el día de mi viaje– mientras la Ciudad de los Puentes, del 13 al 15, acogió su I Festival del Clarinete. . . entonces, mi trayecto se vio influenciado por todos los sentidos.
Quizás un oasis en las contrariedades, un fervor creativo, un abrazo a la cultura; intenso, digno, que se intensifica en el acto que significa trabajar desde la belleza.