Los repiques destierran el silencio. El mochero sabe lo que pasa. Un cuerpo sin rostro y sin nombre divaga en su mente. El dolor de una familia, la madre enterrando a su hijo, los hijos llorando a su padre. Alguien ha muerto, lo anunciaron las campanas.
Los más conocedores se detienen a la escucha. Si cuentan tres dobles es un hombre; si cuentan dos, una mujer. Se esparce la pregunta entre vecinos, en el parque, en la cola, todos murmuran casi al unísono: ¿quién habrá sido?
Pero nunca duelen tanto los repiques como cuando te cantan al oído “Adiós mamá, adiós papá, me voy para el cielo y no vuelvo más”. Un niño se ha convertido en ángel. La estridencia de esos dobles enluta el alma de toda Ceiba Mocha.
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La fecha exacta en que se tocaron las campanas por primera vez no puede precisarse. Los datos más certeros que se tienen revelan que en 1844.
Luego de que la iglesia del parque quedara devastada por un huracán, se toma la decisión de renovar el templo. Convirtieron tablas y guano en mampostería, y allí quedo enclavado el campanario.
Hacendados aledaños a la zona donaron cuatro campanas de sus ingenios para colocarlas en la cima. Desde entonces suponen los más añejos que comienza esta tradición característica del poblado de Ceiba Mocha.
(Fotos: Ramón Pacheco Salazar)