Lo “cheo” y el diseño gráfico

El cubano tiene buen ojo para lo “cheo”, esa cualidad que se posiciona entre lo ridículo y lo inadecuado, como el logo del verano 2023.

Si el cubano tiene buen ojo para algo es para lo “cheo”. Sin embargo, no se satisface solo con reconocerlo: también debe opinar al respecto, porque si no, como que se atora y, hasta que a golpe de palabra se lo saca de entre el pecho y la boca, no puede seguir. Hace poco se presentó el logo del verano de este 2023 y ya a la gente como que empezó a faltarle el aire.

Para aquellos que no lo hayan visto, consiste en un sol con rasgos faciales humanos que abraza un corazón. Si paráramos la descripción ahí todo iría bien, sencillo y con un mensaje claro. No obstante, en los extremos superiores del corazón nacen unas palmas que, si se les aplica un mínimo de imaginación, lucen como los cuernos de una cabra o de un pequeño diablo. Además, la expresión del sol parece la de alguien que acaba o está a punto de concretar un orgasmo.

Un mismo mensaje posee muchas maneras de decodificarlo, probablemente tantas como personas alcance, y quizás donde yo interpreto una relación sexual entre un sol antropomorfo y un corazón-cabra, usted o aquel otro lo perciba de forma diferente. No obstante, existen códigos que todos compartimos.

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Proceden de los hábitos de consumo, de la cultura general o, sencillamente, de la lógica más pura. Escribo este texto porque he visto a varias personas, con algunas he conversado o he leído sus post en las redes sociales, que opinan similar a mí. Como dije, el cubano tiene buen ojo para lo “cheo”, esa cualidad que se posiciona entre lo ridículo y lo inadecuado. Entonces, cuando uno se enfrenta a un fenómeno así, se pregunta: si la carta de presentación del verano es esa, ¿qué nos deparará la temporada vacacional en realidad?

También este pequeño caso de estudio me funciona para exponer una problemática: la pobreza conceptual y lo visualmente agresivo en ocasiones y soso en otras del diseño gráfico en Cuba. Me refiero sobre todo al perteneciente a una parte del sector empresarial, de las organizaciones de masa y algunas entidades políticas y gubernamentales.

Desde hace algunos años, el país ha fomentado la comunicación, su estudio y correcta aplicación, como una tarea fundamental para la nación. Poco a poco ha avanzado la misma. No ha estado libre de escollos, pero resulta comprensible cuando surge un proceso nuevo que conlleva ajustar sistemas de trabajo, hábitos personales y prácticas profesionales que se realizaban de la misma manera hace décadas. 

El diseño gráfico constituye una parte esencial de la comunicación, desde lo relativo a campañas publicitarias, de bien público o al crear la identidad de un negocio o entidad. Incluso, en circunstancias a nivel global donde lo visual adquiere cada día más auge –las audiencias prefieren lanzar corazones como Cupido en Instagram que leerse un artículo–, su importancia se acrecienta.

Me apoyé en el logo de este verano para referirme a este tema. Sin embargo, dicho fenómeno se manifiesta de diferentes formatos y maneras. Hablo desde vallas publicitarias que encontramos a las orillas de la carretera que, normalmente, son un collage de imágenes y figuras que sobrecargan al espectador, hasta algo tan sencillo como a diplomas a modo de reconocimiento en los actos.

Hay un segmento del sector privado que le ha tomado el pulso y ha comprendido la validez del diseño gráfico, que atraiga a los públicos metas a través de lo novedoso, de lo llamativo, sin caer en lo cliché y en lo kitsch. De ellos se puede aprender sin obviar, por supuesto, la diferencia en los objetivos sociales y económicos de estos con respecto a las instituciones estatales. Además, en Cuba existe una escuela de diseño que gradúa a profesionales capaces, a los cuales se puede acudir.

En materia comunicativa hay mucho en lo que trabajar y ahondar aún. No obstante, lo que no se puede permitir por desconocimiento, falta de preparación o, en el más triste de los casos, por el “vamos a salir de eso y ya”, es que “lo cheo” se transforme en paisaje y cotidianidad. 

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