Muchos padres no tienen la posibilidad de presenciar el momento en que sus hijos llegan a la vida. Para Israel Vargas Torres la historia fue diferente.
Vargas vivía junto su esposa y sus tres hijos en la comunidad de La Bija, perteneciente al municipio Madruga, en la provincia de Mayabeque. Su esposa, Maribel Torres Peña, esperaba su cuarto retoño. El 12 de octubre de 1998, sobre las siete de la noche empezó con los dolores de parto. A esa hora no encontraron carro disponible. Comenzaron a caminar hacia el poblado de Ceiba Mocha, a 18 kilómetros de la ciudad de Matanzas, donde se encontraba la unidad médica más cercana.
“Calculo que serían las nueve de la noche, y en el rebombeo de Calderón, más menos a unos tres kilómetros de Mocha, mi esposa no aguantó más. Casi perdía el aliento de la caminata. Yo no sabía qué hacer. A oscuras, solos, no podía permitir que la niña se saliera, ni que mi esposa siguiera caminando con la tripa colgada entre los pies. Hacía tremendo frío; me quité el abrigo y lo tiré en el piso entre los dos tanques que habían allí.
«La acosté sobre el abrigo y le dije ¡ahora puja! Cuando la niña estaba afuera, cogí el machete, piqué el cordón umbilical y le hice un nudo”, cuenta Vargas Torres.
Sobreponiéndose al dolor, Maribel se levantó y continuaron la caminata hasta el policlínico. Llegaron a las dos y media de la madrugada. Luego de expulsar la placenta, ella tuvo una hemorragia, pero nada grave. Al instante llegó la ambulancia. Estuvieron ingresadas en el hospital materno al menos una semana.
Israel continúa: “Después de salir del hospital, el ombligo de la niña quedó más lindo que cualquier otro. Ni enfermedades, ni complicaciones, nada. Tuvimos otra hija cinco años más tarde. Por suerte, con ella sí nos dio tiempo llegar”.
Vargas trabajaba en aquel tiempo en vaquerías cercanas a la zona. Había asistido muchos nacimientos de terneros. Y aunque suene extraña la comparación, de algo tenían que servirles las experiencias con las novillas. Relata: “Si no hubiera imaginado que en vez de a mi mujer ayudaba a parir a una vaca, no hubiese tenido el valor de hacerlo”. Cuando reaccionó, y vio a su hija llorando en sus brazos, fue inevitable que una lágrima corriera por sus mejillas.
Milagros de la Caridad fue el nombre escogido para la niña. “No podía ser otro, mi esposa no creía lo que había pasado, después me decía que ella pensó que la criatura moriría. Y ya tiene 25 años».
(Por: Lisandra Verdecia Morales. Foto: Ramón Pacheco Salazar)