Cada 5 de junio, cuando el mundo celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, entre las numerosas imágenes que recorren las redes vemos con estupor a miles de especies marinas con parte de su cuerpo aprisionado por restos de plásticos.
Es tal el nivel de contaminación de estos materiales producidos a partir del polipropileno que hace algún tiempo se hizo viral una imagen donde se mostraba algo parecido a un islote conformado por estos residuos, los cuales pudieran clasificarse como una especie de pandemia silenciosa, que se va apoderando de a poco de nuestros, mares, ríos y suelos.
El mar, como si tuviera conciencia de tal afrenta, decide extraer de sus entrañas grandes volúmenes de plásticos tras el paso de un huracán. Más allá de cualquier campaña medioambiental, bastaría recorrer el viaducto matancero cuando cesan los «embates» de un fenómeno atmosférico. Los que el hombre lanzó sin piedad, el gran azul lo regresa con ira.
Pero por más que el medio acuático pareciera llamar nuestra atención sobre semejante agresión que tanto daña sus dominios y las especies que habitan bajo su extenso manto, nunca resultará suficiente al punto de sensibilizarnos con el problema.
Por más fotos de seres vivos que sufren con un fragmento de plástico impregnando su anatomía, seguimos consumiendo «envases» de este tipo, sin miramientos y casi con frenesí.
Cuántas veces no nos sentimos maltratados como clientes cuando en un establecimiento comercial no poseen jabas de nailon, sentimos como si el mundo entrara en caos, o como si nos privaran de un bien preciado. Ese que luego terminará con la basura de la casa en alguna esquina del barrio, para recorrer más tarde un trayecto incierto, que en el mejor de los casos llegará al vertedero de la ciudad, aunque puede también culminar en las diversas aguas que la bañan.
Se entiende que a un país tercermundista le costará mucho más erradicar ciertas prácticas dañinas y asumir otras más amigables con el medio ambiente como la clasificación de los desechos. Para nadie es un secreto que a veces cuesta recoger a tiempo la basura que se apila como montaña en ciertos lugares de la ciudad.
Como nota halagüeña, desde diversas instituciones han surgido proyectos comunitarios que buscan concientizar a las nuevas generaciones sobre la necesidad de gestionar mejor los desechos sólidos que se acumulan en nuestras localidades.
Desde las nuevas formas de gestión no estatal han nacido además soluciones admirables que intentan implementar una especie de economía circular para reutilizar los residuos en nuevos bienes de consumo.
A pesar de ello, seguiremos conviviendo durante mucho tiempo bajo los designios de ese material opresor, porque las grandes industrias de alimentos no han encontrado un sustituto para los envases y envoltorios que se comercializan por millones de unidades en el mundo.
Claro que las economías desarrolladas sí practican paliativos como la clasificación de los desechos, pero en los países pobres la realidad es bien distinta. Por eso en Cuba, con una marcada cultura ambiental en ciertas áreas, urge comenzar a señalar este material como lo que realmente es: un producto altamente contaminante. Urge además asentar políticas que estimulen a establecimientos comerciales para eliminar las bolsas y envoltorios plásticos.
Nuestra nación durante muchos años destacó en la producción de fibras vegetales como el henequén. En consecuencia con las celebraciones por el Día Mundial del Medio Ambiente, deberíamos persuadir a las personas para que utilicen bolsas biodegradables y eliminar la existencia de jabas de nailon en los comercios. Para algunos representaría una decisión arriesgada quizá, pero nos acercaría mucho más al país protector de la naturaleza que queremos seguir siendo.