Crónica del niño y la pasajera

La futura madre, en avanzado estado de gestación, asciende al ómnibus. Asientos, ocupados. Numerosas miradas coinciden en ella. Cortesía, cero. Todos inmutables. Tenía el rostro fatigado y, cuando comenzaba a preguntarme cómo era posible que absolutamente nadie le cediera un lugar para reposar su cuerpo, surgió una diminuta figura: un niño, de apenas 11 o 12 años. “Venga, señora, siéntese aquí”, dijo.

Como espectador, quizás debido a la sensibilidad humana, quedé atónito y humedecieron mis ojos. Por extraña coincidencia, recordé entonces las palabras del Maestro, leídas pocas horas antes: “Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera”, y Enriquito, como dijo llamarse el pequeño protagonista del impactante hecho, de seguro es de estos a los que se refirió José Martí, el Héroe de Dos Ríos.

De pronto, se quebró el silencio ocasionado por la bella acción. Se impuso un rotundo aplauso. Me sumé al genuino y, a la vez, simbólico reconocimiento. El loable gesto convocó a no pocos al saludo, gesto que de por sí reprobaba la falta de ellos y de ellas. Algunas mujeres se acercaron a Sonia, la gestante, para ofrecerle disculpas. Valdría la pena reiterar un momento así, de no ser por lo negativo de su esencia.

“¿Por qué lo hiciste?”, pregunté al niño. “Porque ella es como mi mamá, a la que tenía que ayudar antes de tener a mi hermano, que ya tiene tres años. Y ahora también lo hago, porque somos tres, con mi hermana Laura, de 15 años. Además, mamá nos enseña que debemos ayudar a los demás. Y, como ella, tiene grande la barriga porque va a tener un niño y se cansa”.   

La densidad humana del ómnibus hace que camine hacia la trastienda como otros tantos pasajeros, por lo que apenas advierto cuando Enriquito se baja en la parada del barrio Kilómetro 101, y no puedo brindarle el saludo de despedida. Sin embargo, los comentarios sobre su persona resultan sumamente agradables. Pienso sirvan de lección a quienes dejaron a Sonia en pie, a pesar de que muchas saben qué es llevar en su vientre uno o más hijos. Semejante falta de urbanidad, atención y sentido de caballerosidad, lamentablemente, afloran no pocas veces, a pesar de ser este un pueblo de extensa y acentuada educación.

Por su edad es posible que Enriquito, al llegar al hogar, pase por alto involuntariamente el hecho que demostró cuánto lleva por dentro. Por naturaleza y lo inculcado por su progenitora, quizá mediante alguna vía conozca que tales enseñanzas no son en vano, porque el segundo de sus niños reparte esa especial riqueza de que ella lo proveyó: ayudar a quien necesita en el momento oportuno, con sencillez.

En lo personal, siento el orgullo de haber vivido tan gratificante momento, llegado de la vida y obra de quienes saben querer. De quienes, desde ahora, comienzan a llevar sobre sus hombros lo justo del decoro de muchos otros.

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