De niña conocía su nombre, que era el historiador de la ciudad de Matanzas, y pensaba que su relevancia radicaba en la conservación, con técnicas del XIX, de la momia expuesta en el Palacio de Junco. ¡Qué ignorancia la mía! No fue hasta mis estudios de Periodismo en la universidad que conocí su rostro, su personalidad, su trascendencia.
Un trabajo sobre la asignatura Historia de Cuba me condujo a él. Necesitaba consultar fuentes vivas debido a la escasez bibliográfica de mi tema. Sabía que era como lanzar una moneda al aire, pero había que intentarlo. Una, dos, tres, varias veces fui a su oficina con la ilusión de que estuviese allí, lugar escondido en el corazón de una urbe por el caminar convulso de sus transeúntes.
Llegó el día en que traspasé el umbral de su despacho. Inmediatamente respiré el aire atípico y cautivante que suelen exhalar las bibliotecas de los eruditos. Entre esculturas, cuadros, mapas, libros y cúmulos de documentos en estanterías sin polvo, tras un escritorio cubierto de materiales de estudio, pero muy ordenado, se encorvaba un hombrecillo a unos espejuelos pegado, como diría Francisco de Quevedo.
El encuentro dibujaba un deja vu, mis nervios se tornaban acero y el calor de sus palabras me acogía con beneplácito. Mientras respondía a mis preguntas con voz cristalina y ligera, con respuestas afiladas como las estocadas de un sable, me achicaba ante las dudas que asaltaban mi mente, particularmente una: ¿realmente necesita un matancero ser periodista para conocer a Ercilio Vento Canosa?
Aunque la intencionalidad de la entrevista no radicaba en abordar su vida y obra, sino en una serie de interrogantes acerca del Palmar de Junco, me sentía tan cómoda y curiosa con la conversación como un niño al que le narran un libro de aventuras, misterios y caballería.
Miraba los minutos pasar en mi grabadora. Deseaba no pausarlos, por más que llegara el momento. Tocaron a la puerta y comprendí que no era la única persona que necesitaba hablar con el historiador, quien atendió rápidamente al visitante y me pidió disculpas por la interrupción. Continuaba locuaz, como si me conociera de siglos atrás. Describía cándidamente su pasión por el pasado del estadio, a pesar de que el béisbol no le entusiasmaba como deporte.
Mis ojos se fundían en la estampa de un temperamento flemático que engranaba con un sencillo lenguaje extraverbal, digno de oradores y estudiosos de la comunicación, que ven un gesto como el arte matemático de la palabra.
Un silencio bordaba en la oficina por unos segundos. Él refrescaba sus labios con un sorbo de agua. Yo, como aprendiz de ciencias humanísticas, observaba alrededor y articulaba unas enormes “Gracias” que se consolidaban en un apretón de manos.
Camino de mi casa, me poseía un bombardeo de emociones. Ercilio Vento Canosa, hombre de ciencias, de historias, de conocimientos, afianzado entre los matanceros, en efecto era ese ser de vasta cultura, esa vida multifacética en línea paralela con su ciudad.
(Por: Gisselle Brito García / Foto: Tomada de Internet)
Ercilpio Vento Canosa, un hombre de Ciencias de pensamiento, un hermano y un amigo de toda la vida.
Felicidades por tú Doctorado en Ciencias.
Un fuerte abrazo hermano.
Gracias Giselle, muy bellas sus palabras. Me alegra haberle sido util.