Si a Juan Carlos Clapés Romero le hubieran dicho hace tres años que su azotea estaría llena de cactus y que pasaría la mayor parte del tiempo atendiendo a sus plantas, desarrollando especies rarísimas, o que se convertiría en un coleccionista de referencia, quizás no lo hubiera creído. El aislamiento tras la pandemia hizo que la pasión que desde entonces sentía por esta actividad se multiplicara “como un vicio” del que ya le es imposible desprenderse.
En muy poco tiempo y sin saber nada de botánica, a este matancero le tocó aprender de injertos, plagas, sustratos y cuidados que ahora recita de memoria, pues a aquellas primeras plantas, regaladas por una amiga, se han sumado muchas otras hasta conformar un extensa colección de más de 300 especies de cactus y 150 de suculentas. Una vista que hipnotiza a quienes transitan por la Calzada de Tirry, casi a la entrada del puente, un espacio convertido en refugio.
El jardín de Juan Carlos, sin embargo, no es extenso y, para acceder a él, quienes lo visitan deben atravesar la casa y subir la complicada escalera de caracol que conduce a la azotea. Pero una vez allí, quienes admiran y comparten la afición por las plantas, saben que el esfuerzo ha valido la pena. Regala muchas especies y vende otras, pero siempre con la precaución de traducir los cuidados indispensables que requiere cada variedad, y lo hace casi con la angustia que implica desprenderse de un bien preciado.
Sobre la interesante labor de cultivar plantas ornamentales, el desarrollo de este proyecto en nuestra ciudad y sus metas más inmediatas conversamos en Periódico Girón.
— ¿Cómo comenzó la idea de coleccionar cactus y suculentas?
— Comencé a coleccionarlas en la pandemia. Yo era taxista y cuando empezó la covid no pude seguir trabajando. A mí siempre me han gustado las plantas y comencé a tenerlas como entretenimiento, pero empezaron a crecer y a multiplicarse y de ahí no se regresa.
“Todo fue por casualidad. Una amiga de Colón, que es coleccionista también, me habló de este mundo de las suculentas, me regaló algunas y mediante ella conocí a otros colegas dedicados a esta actividad. Entre ellos Vladimir, de La Habana, que tiene muchísimas especies y con quien comencé a comprar e intercambiar plantas”.
— Lo que comenzó como un hobby es hoy una tarea que desempeña casi a tiempo completo. ¿Cuánto tiempo ha implicado conformar esta extensa colección?
— Antes de entrar en este mundo siempre tuve plantas en la casa, pero especies muy comunes que poseen muchos, malanga sobre todo. Realmente yo no conocía casi ninguna de las variedades que tengo hoy día, ni sabía que existían.
“Pero cuando decidí empezar a cuidarlas y a reproducirlas sí tuve que estudiar , aunque los mismos colegas y los amigos que me regalaban las plantas me enseñaron muchísimo. Con ellos conocí cómo preparar el sustrato adecuado, que en estos casos es fundamental; cómo atenderlas, las mejores épocas para procrear, y también cómo protegerlas de las plagas.
“Yo, por ejemplo, casi todas las combato con productos naturales como el carbón que sirve como fungicida, para el drenaje de las plantas y para evitar determinados hongos.
“Ese aprender sobre la marcha, lo empírico de aventurarse a coleccionar plantas, ha sido lo más difícil para mi. Muchas veces veía que tenían plagas y hongos, y ni sabía lo que era. Perdí muchas plantas por eso, pero por suerte coincidí con personas que sí conocen del tema y a ellos les debo en gran medida haber logrado ampliar tanto mi colección”.
— Hay gente que dice que el apego a las plantas, y especialmente a los cactus y suculentas, es como un vicio. ¿Funcionó así para ti?
— Sí, esto es adictivo realmente. Mi vida se ha vuelto este jardín. Yo me levanto temprano, cuanto más a las seis de la mañana, apenas aclara ya estoy aquí arriba limpiándolas, quitándoles las hojitas secas, supervisando el riego, la fumigación, echándoles abono y así el día entero.
“Bajo a la casa, almuerzo, descanso al mediodía, y después subo otra vez hasta que me coge la noche, porque el riego casi siempre es a esa hora. No es bueno regarlas por el día porque la humedad en la tierra y el calor que hay les calienta demasiado el sustrato y la planta sufre, por eso se riega al atardecer para que la ‘duerma fresca’. También la vida social se ha transformado en función de esta adicción. La mayoría de mis amigos hoy son coleccionistas, y cuando coincidimos gran parte de la conversación gira en torno a este tema”.
— ¿Cómo es el proceso de vender o regalar una planta entonces con ese nivel de apego?
— Siempre es un proceso difícil. Yo vendo algunas plantas, pero regalo muchas también, especialmente a los coleccionistas. Siempre trato de explicarle a quienes vienen aquí los cuidados necesarios porque me gusta que quienes se llevan las especies las cuiden como se debe. También tengo muchas que no se venden ni se regalan porque tienen un significado especial para mí, especies valiosas, o muy poco comunes que he traído de otros lugares.
— ¿Cómo prevé el futuro inminente de este jardín y qué otros proyectos lo involucran en estos momentos?
— La verdad es que aumentar la colección ya me está siendo difícil porque no tengo espacio. Es el techo de mi casa y, además, por la cantidad resulta complejo para una sola persona asumir todo el trabajo que implica mantener el jardín, entonces por ahora no tengo posibilidad de seguir incrementando el número de plantas.
“También pertenezco a la Asociación de Botánicos de Matanzas, un vínculo que me satisface mucho porque me permite expandirme en cuanto al conocimiento y la práctica.
“Por ejemplo, con varias de las personas de la asociación, en estos momentos integro un proyecto para multiplicar el melocactus matanzano que está en peligro de extinción. Eso me ocupa bastante tiempo, es de las cosas que más me interesa, así como sostener el vínculo con la asociación”.
— ¿Tiene alguna especie favorita?
— Todas. Algunas son más raras y uno siente predilección por ellas pero en realidad me gustan todas. Siempre hay alguna que otra que atesoramos. En mi caso guardo con recelo el primer injerto que hizo el sobrino de mi esposa, después de que yo lo enseñara.
“El tiempo libre de la familia también es aquí, me ayudan mucho dos sobrinos, algunos vecinos y mi hijo. Es una tarea que ocupa mucho tiempo y al que le gusta como a mí le resulta muy grato, es un tiempo que se ocupa de forma agradable pero también te da conocimientos y te obliga a superarte.
“Hay muchas personas que vienen aquí que me dicen: ¿cada cuántos días le echo agua? Y yo eso no lo calculo. En este oficio llegas a conocer tanto las especies que de mirarlas ya sabes lo que requieren… Uno va aprendiendo a conocer las plantas a medida que se integran a tu vida”.