Su nacimiento debió haber sido un acontecimiento muy feliz, especialmente para su padre, que desde hacía mucho tiempo anhelaba la llegada de un hijo varón que le ayudara en las duras labores del campo.
«Imagínense, de 11 hermanos yo fui el único varón», dice Ramón Pedreira Acosta, teniente coronel retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al evocar el universo de su humilde familia.
Sus padres eran naturales de Galicia, España, y por los años 30 del pasado siglo se radicaron en una finca situada no muy lejos del poblado matancero de Máximo Gómez.
Fue en ese ámbito que transcurrió la infancia y la adolescencia de Pedreira Acosta, durante la cual debió trabajar muy duro para ayudar a su padre.
MILICIANO DE RAÍCES GALLEGAS
Este matancero tenía 19 años de edad cuando triunfó la Revolución, suceso que representó mucho para su vida futura y la de su familia.
Al parecer, nació con los genes de rebeldía del pueblo gallego, pues se vinculó de inmediato a las milicias y participó en la primera etapa de la lucha contra bandidos en el Escambray, lo que considera como su prueba de fuego para lo que vendría después.
«Allí estuve algo más de un mes hasta que me mandaron a buscar para ingresar en el segundo curso de la Escuela de Responsables de Milicias en Matanzas. Fue como a finales de noviembre de 1960. Había milicianos de todo el país; tuvimos que pasar un periodo de tanteo, que incluyó el ascenso al Turquino y muchos ejercicios de resistencia.
«Las largas caminatas fueron algunas de las pruebas a las que nos sometieron para medir nuestra firmeza, voluntad y decisión de ser milicianos. Fue mucha la loma que debimos subir y bajar. A mí me ayudó la condición de guajiro y la fortaleza física. A la Escuela como tal nos incorporamos el 2 de febrero de 1961».
–¿Cuál es el recuerdo más presente de aquellos meses?
–Fue un curso intenso, con diez horas de clases, ocho de prácticas y dos teóricas. Cuando se produce el ataque por Playa Girón, ya nosotros habíamos concluido tres ejercicios de tiro, pero en realidad comenzábamos a dominar el armamento y el arte de la guerra convencional.
–¿Qué papel considera desempeñó el entonces capitán José Ramón Fernández al frente de la Escuela?
–Se ha dicho que las milicias se convirtieron en una gigantesca escuela de revolucionarios, y pienso que el Gallego Fernández contribuyó mucho a la alta moral de quienes pasábamos el curso. Más exigente que ese hombre no conocí a ninguno.
«Como jefe dirigió la Escuela con mucho rigor y disciplina, y al propio tiempo infundió respeto y admiración entre los subordinados. Estaba dotado de una gran ética y todo su carácter estaba construido, creo yo, sobre la abnegación y el ejemplo personal. Todos lo queríamos mucho. Su presencia en Girón fue de mucha ayuda para Fidel».
–¿Cómo fueron aquellos días ante el peligro real de una invasión?
–Por regla general, en la Escuela nos levantaban a las cinco de la mañana y estábamos en accionar constante hasta que daban la orden de silencio, a las diez de la noche. En aquellos días apenas pudimos dormir. Todos sabíamos del papel que desempeñaría nuestra fuerza en caso de consumarse la invasión de la que todo el mundo hablaba.
«El 17 de abril, día del desembarco mercenario, nos dieron el de pie a las cuatro de la mañana, y enseguida se organizó el traslado de las tropas. Yo pertenecía a la quinta compañía, una de las primeras en partir. Salimos cuando todavía era oscuro y llegamos al central Australia con los primeros claros del día».
–¿Cuál fue la primera misión?
–La orden de Fidel era tomar el poblado de Pálpite y evitar que los mercenarios se hicieran fuertes allí. Ni siquiera nos bajamos de los camiones. En el kilómetro ocho los aviones b-26 pasaron ametrallando y tuvimos que descender de los vehículos y continuar a pie. Antes del mediodía ocupamos Pálpite y de ese modo impedimos, además, el asedio de los paracaídas en esa zona. No les dimos tiempo a que se fortificaran allí.
MI MEJOR CARTA DE PRESENTACIÓN
–¿El momento más difícil de camino hacia Playa Larga?
–Cuando nos acercamos a Playa Larga, más o menos por el kilómetro 21. El ataque fue despiadado y para entonces todavía no contábamos con apoyo de otras fuerzas. Debimos desplegarmos y pasar a la defensa. Nos tiraron con todo, me sentí aterrorizado por el fuego concentrado y rasante de las ametralladoras y el asedio de los B-26.
–¿Cómo fue aquello?
–No había espacio apropiado para guarecerse, debimos desplazarnos a ras del suelo en una carretera muy estrecha y todavía en construcción. Llegué a preguntarme si de verdad podía salir con vida de allí. En una de mis piernas llevo la marca del impacto del napalm.
«Por suerte, empezaron a llegar los refuerzos, recuerdo que eran cuatro tanques t-34 y piezas de artillería. Al oscurecer iniciamos de nuevo la ofensiva, y luego supimos que los mercenarios habían abandonado Playa Larga y se habían retirado hacia Girón. Ya la victoria era cuestión de horas».
A sus casi 84 años edad, después de haber estado 33 años en las FAR, y haber cumplido misión internacionalista en Angola, Pedreira Acosta reconoce lo mucho que Girón representó para él.
–¿Cómo lo recuerdas? ¿Cómo lo ve hoy, 62 años después?
–Tuvo una influencia decisiva en mi formación integral. Sigo creyendo que la huella de esa epopeya victoriosa ha sido decisiva en cada instante ulterior de la Revolución Cubana. Aquella gesta permitió vislumbrar, además, la grandeza de Fidel.
Este cubano de raíces gallegas admite que, en las circunstancias más difíciles, tuvo siempre a mano el recuerdo de esos gloriosos días de abril para llenar cualquier vacío o vencer el miedo, como cuando estuvo perdido 22 días en las selvas de Mayombe.
«Está en mi lista de lugares imborrables. Cuando hablo con los jóvenes y quiero destacar mi vida les digo con mucho orgullo que yo peleé en Girón. Es mi mejor carta de presentación.
(Por: Ventura de Jesús)