Un singular espectáculo acontece a diario en la ciudad de Matanzas. Cada atardecer y amanecer surcan el aire centenares de negras aves hacia y desde un mismo destino, el Parque de La Libertad
Las especies de referencia corresponden en mayor medida al Chinchinguaco (Quiscalus niger) y al Totí (Dives atroviolaceus). Esto ocurre cuando buscan protección ante el ataque de rapaces nocturnas en sitios con iluminación, desechando otros lugares oscuros. No obstante, hemos sido testigos de múltiples ataques de lechuzas en el lugar.
El fenómeno no es propio de nuestra ciudad, también ocurre en otras plazas y parques del país como La Fraternidad y El Central, en la capital, y en el céntrico Leoncio Vidal, de Santa Clara, donde el caso es considerado un símbolo de singularidad y belleza por los vecinos de la urbe.
En Matanzas, el problema de las negras avecillas no es exclusivo de los últimos tiempos. Su aparición data de varias décadas atrás, como ejemplifica el lector Juan Correa, en carta enviada el 17 de julio de 1964 al entonces diario Girón, referida a la “falta de educación de los pájaros”, que “defecaban sobre las camisas blancas de los transeúntes”. Se planteaba que cada día aumentaba su número, y que en otras ciudades se habían eliminado fumigando. Entonces alguien sugirió algo en verdad absurdo: que se disparara un cañonazo para ahuyentarlos.
Es cierto que en los últimos años ha crecido considerablemente la cantidad de aves que se guarecen en el parque, motivado, al parecer, por el aumento de la intensidad del alumbrado público.
Un conteo efectuado en el año 2004 por este redactor y el espeleólogo Noel Gil, desde un punto de considerable altitud y adecuada técnica, entre las 7:00 y las 8:30 pm; arrojó un total de 51 grupos en dirección al parque, el menor de cinco ejemplares y el mayor de 84, para un total aproximado de mil 446 aves.
También apreciamos varias rutas de traslados, ida y vuelta. Procedentes del interior del río San Juan, sobre el Reparto Armando Mestre. Otra del mismo punto de origen, pero sobre La Jaiba. Una de la zona de las alturas de El Cocal sobre la Terminal de Ómnibus Nacionales y del Valle de Yumurí sobre La Marina.
La peculiar costumbre migratoria se mantiene de generación en generación, pues cuando los pichones aprenden a volar, lo hacen tras sus progenitores.
Admirado por muchos, es cierto que constituyen mayoría sus detractores, víctimas de sus deyecciones y su desagradable y fuerte olor, en el emblemático Parque. A favor de las avecillas, es bueno recordar que en su dieta incluyen dañinos y molestos insectos y abonan los campos de cultivos, mientras su traslado sobre la ciudad forma parte ya de la cotidianidad, y la historia local. (Por: Adrián Álvarez Chávez)