Leleque transpira alegría infantil

En un parque del Consejo Popular Canímar, un hombre con los párpados pintados de azul transpira copiosamente. Bajo el fuerte sol de un mediodía de Cuba se saca la camisa y la exprime con ambas manos. Trata de recobrar el aliento unos segundos sentado en el espaldar de un banco. Al sitio apenas llega la sombra, pero poco a poco va recuperando la energía, mientras repasa en su mente la gran experiencia que acaba de vivir hace apenas un rato.

Desde la carretera varios niños con uniforme escolar se detienen ante el personaje del parque y le miran con simpatía, casi con cariño. Hablan entre ellos y le señalan, a lo que el hombre, aludido, les lanza una mirada agradecida. Existe ya entre ellos una comunión especial, un vínculo irrompible, que solo se alcanza mediante el teatro callejero.

Minutos antes Leandro Peré interpretó a su personaje Leleque, y si bien no podrá rememorar el rostro de cada uno de los niños que asistieron a su función en la escuelita de Canímar, para los pequeños su figura y actuación quedará en sus mentes por el resto de sus vidas.

Fue ese quizás el motivo principal por el que Leandro se acercó al arte del clown, al observar en su infancia cómo un actor podía acaparar el interés de tantas personas. Y en la mañana de este viernes, más de 300 niños de la escuela Sí x Cuba rieron de lo lindo y centraron toda su atención en las ocurrencias de su personaje.

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Para muchos, Canímar representa una de las deudas que nuestro proyecto social no ha logrado saldar. Se trata de un asentamiento en el extrarradio de la urbe yumurina con serias problemáticas sociales, y que las publicaciones de la Unesco definen como ciudad satélite. 

Mas, la inocencia infantil suele desconocer algunos términos científicos. Por eso, los pioneritos de quinto grado Melani Carla, Kely Suárez y Alexey Hierrezuelo, junto a muchos otros, aseguran que viven en el mejor lugar del mundo, porque siempre se divierten “por ahí”, y ese ahí no pone límites a su imaginación, aunque se trate de la periferia de un lugar que ya de por sí se encuentra alejado de aspiraciones y anhelos que se tornan inalcanzables. 

Correr en el monte, trepar matas de mando, llegar al río por caminos desconocidos para el resto de los habitantes del centro de la ciudad, les confiere determinado privilegio del que al parecer sí están conscientes.

Los problemas que agobian a sus familias, muchas provenientes del oriente del país en busca de mejoras económicas, lo saben disimular muy bien, o no logran verlos aún, y esa es precisamente la grandeza de la niñez. Para proteger esa inocencia surgen seres como Leleque.

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Por esas cosas de las buenas vibras que siempre acompañan a Leandro Peré, pueden ocurrir circunstancias insospechadas que encierran un halo místico y que deshacen entuertos cuando todo anuncia que puede suceder lo peor. Justo el día de su actuación en la apartada escuelita, el auto que debía transportarlo se averió minutos antes; los organizadores del evento se vieron obligados a alquilar un auto particular con bastante premura.

Con mediación del buen destino, Leleque arribó a Canímar en el único Ford Inglés de 1948 que recorre la ciudad. Sus puertas delanteras abren inversamente y su tonalidad amarilla combinaba muy bien con los zapatones del payaso.

Al llegar a la escuela, el recibimiento fue apoteósico. Aunque Leandro pidió unos minutos para preparar su espectáculo, los estudiantes se asomaban con nerviosismo por las ventanas de las aulas para escudriñar al visitante tan singular. Sus ojos infantiles se detenían en el bigote a lo Dalí, sus párpados azules y el sombrero bombín. Seguramente les intrigaba un tanto qué se escondía dentro de aquella maleta, donde se podía leer desde la distancia en letras grandes “Leleque”. 

Desconocían que la maleta es su principal aliada y que ha viajado con él durante casi siete años, llevando su arte. Desde que saliera de Buenos Aires, su tierra natal, ha conocido innumerables regiones de nuestro continente. Con alma de mochilero emprendió un viaje que parecía interminable en una camioneta, con la intención de encontrarse a sí mismo. Así surgió aquel proyecto bajo el nombre Creadora de sueños, gracias al cual recorrió más de 16 países, para mostrarse en plazas, terrenos baldíos, cárceles y universidades.

Aunque uno pudiera creer que lo habita el regusto por la aventura y la vida precipitada, a la hora de actuar asume una profesionalidad mayúscula. Prefiere estar media hora antes de las presentaciones, para preparar sus números con los objetos que trae en su maleta, y trabajar con el asistente de sonido sobre los números musicales que acompañan el espectáculo.

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Cuando restaban pocos minutos para el comienzo de la actuación, los maestros colocaron más de 300 sillas en un pasillo central que comunica las dos alas paralelas de la escuela. La matrícula del plantel ronda los 360 estudiantes pero, como se avecina la semana de receso escolar, muchos viajan al oriente del país con sus padres.

La maestra Mariela Hernández, con amplia experiencia como educadora, agradece la frecuencia con que se desarrollan estas actividades, apoyadas por el Consejo Provincial de las Artes Escénicas y de la Dirección de Cultura.

Sobre su alumnos, comenta que a veces quisiera contar con más respaldo de los padres, que se preocuparan más por las tareas y actividades escolares. Señalaría esos como los principales problemas que ha visto en sus más de 10 años en este centro. No obstante, también ha constatado la calidad humana de estos muchachos. “Sienten un amor muy grande por sus maestros, algo que no he experimentado en otras escuelas”.

Y ese amor sin límites lo derrochan a un visitante desconocido que en escasos minutos se ganó el cariño de todos, incluso de las maestras, que participaron activamente en cada acto como si regresaran a la infancia.

Todos parecen ignorar el ardiente sol que golpea con ferocidad el techo de zinc sobre el pasillo central. Los pequeños se agitan, llaman al payaso, quieren protagonizar sus números. Las expresiones de asombro y alegría se repiten en 300 rostros agradecidos. Tienen una mirada diferente, logran un nivel de compenetración con el actor como si fueran amigos de toda la vida y compartieran “por ahí” los ratos inolvidables en el monte, donde alcanzan total libertad; esa misma que experimentan mediante la risa que provocan las ocurrencias de Leleque.

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Sabía que el clima del Caribe le podía jugar una mala pasada, por eso Leandro Peré vino preparado, pero aún así sufre malestares desde hace días. El golpe de calor que recibe en cada actuación le afecta un tanto, sobre todo si tomamos en cuenta que en los últimos tiempos está habituado a actuar a más de 2 000 metros de altura, en la franja cafetalera de Colombia, en una región conocida como Salento, donde reside desde que naciera su hija. 

El cambio de temperatura y presión le provocan fuertes sudoraciones y desajustes estomacales, pero durante la actuación uno no logra ver un solo síntoma, de ahí la grandeza de este actor. “Me encanta el calor, pero termino casi desmayado a veces”.

Conoció el clima de Cuba desde niño, cuando visitó la Isla junto a su madre hace ya muchos años. Vinieron para bucear en los fondos marinos, pasión familiar a la que él también se dedicó durante mucho tiempo hasta que escogió el camino del arte.

“De pequeño me gustó el teatro, pero nunca lo visualizaba como una forma de vida. La propia existencia me fue mostrando cuál era mi sueño, mi pasión. Leleque comenzó como zanquero, luego estatua viviente; fui adquiriendo más conocimiento y el camino me señalaba que podía trabajar en unipersonales. 

“Llevo mis shows a teatros, a la calle. La idea siempre es trasmitir un mensaje a través de esta hermosa profesión; me gusta enfocarme mucho en la protección de los animales, hablo de los miedos. Leo mucho y estudio a profundidad; pero todo no ha sido color de rosa, también he nutrido mi espectáculo del fracaso; si no fracasás no aprendés”.

Sobre su participación en la presente Jornada de Teatro Callejero afirma que ha superado sus expectativas. “Estoy sorprendido positivamente. Desde que llegué no paro de ver artistas, espacios culturales. No me asombra la calidad actoral de los cubanos porque sabía el alto nivel de Cuba; por eso quería venir, interactuar con grandes artistas y elencos, compartir y aprender; viendo uno aprende mucho”. (Fotos: Del Autor)

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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