Ficha técnica:
Título original: Bones and all
Año: 2022
Nacionalidad: Italia, Estados Unidos
Dirección: Luca Guadagnino
Guión: David Kajganich
Fotografía: Arseni Khachaturan
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Reparto: Taylor Russell, Timothée Chalamet, Mark Rylance, Chloe Sevigny, André Holland, Jessica Harper
Duración: 131 minutos
Para llegar a las entrañas de esta inquietante y lírica obra maestra –quizás el mejor melodrama itinerante del cine americano desde Malas tierras (1973, Terrence Malick) o Sin aliento (1983, Jim McBride), o el más inteligente tratamiento del canibalismo desde La matanza de Texas (1974, Tobe Hooper), y no necesariamente por su conexión con la América profunda–, es necesario someterse a la sorpresa de cada giro inesperado y dejarnos conducir por Guadagnino en una búsqueda de trascendencia interior, serena y catártica a la vez, que a cada kilómetro recorrido por los protagonistas en la carretera suma escenas cada vez mejor rodadas y resueltas, cada vez más depuradas y palpitantes de emoción.
Una película que al poco de iniciar muestra a una joven, evadida de la vigilancia de ese padre que la encierra en su habitación, que llega cubierta de espinas a una piyamada femenina porque ha saltado por su ventana y cruzado arbustos, que no tarda en intercambiar coqueteos con una amiga, tumbadas en el suelo bajo una mesa de cristal en una escena de belleza solo comparable a la de aquella con la cama de agua en Licorice Pizza (2021, P. T. Anderson), enseguida podemos creer que es una película sobre conflictos adolescentes. Pero cuando Maren (Taylor Russell), la fugitiva del hogar, acaricia la mano de su compañera y el inocente beso a un dedo se convierte en una feroz mordida, tanto los gritos que suscita su acto como la carrera que emprende lejos de allí nos despiertan del sutil engaño. Su padre, al verla regresar con la boca ensangrentada, reacciona como acostumbrado y la apresura a huir antes de la llegada de la policía.
Para Maren, abandonada a su suerte por un hombre cansado, tanto de protegerla de la ley como de sí misma, no hay otra alternativa al desconcierto y al desamparo que emprender viaje en pos de la madre que no recuerda, cuyas apariciones en su memoria son igual de difusas que los episodios antropofágicos que ha experimentado desde que a los tres años devoró a su niñera. En este periplo se topará con más de un caníbal, como el sibilino Sully (un Mark Rylance con dientes afilados, en absoluto control de su expresividad), o el sincero Lee (Timothée Chalamet en una muestra cautivadora de su talento para transmitir fragilidad), del cual ella se enamora por más que confrontan en determinados momentos sus respectivos puntos de vista acerca de la peculiar afición que les da de comer.
Hasta los huesos, por increíble que parezca en un primer acercamiento, no pertenece tanto al terror psicológico como al melodrama elemental, que no típico ni ligero. Una vez preocupado por la seguridad de nuestros protagonistas, inmerso en la búsqueda de los orígenes de Maren, asombrado por la lucidez y verosimilitud del guión y su aplicación en la puesta en escena (esas voces en off a ritmo adecuado, dosificadas, creíbles, nerviosas, en excelente empleo de este recurso), opto por rechazar cualquier tipo de explicación deductiva y figura retórica; ni me detengo a reflexionar sobre el uso de la violencia por parte de dos enamorados a los que fuera de la pantalla repudiaría, ni me preocupo tampoco por escarbar en esas verdes praderas en pos del sentido de lo que vemos, pues encuentro harto trabajoso definir el sentido del amor en una buena, madura y convincente película sobre el tema, y esta lo es pese a vísceras y dentelladas.
Amor primitivo, salvaje, recurrente de una obra de arte a otra, no siempre bien narrado o descrito en la época actual. Seguramente el ansia devoradora de esos personajes que engullen hasta los huesos de otros personajes refleja la desesperación drogodependiente durante la era Reagan, o eras posteriores; quizás el vitalismo rockero de la escena donde suena el Lick it up de Kiss se propone desacralizar la fachada del american way of life, a cuyo gaznate se lanza alguna que otra vez el largometraje; pocas dudas caben de que el elemento hereditario y olfativo de la siniestra práctica cumple en el argumento un encanto adicional que permite incluir esta obra en el vasto compendio del fantastique; sin embargo, certezas probables o no, la prioridad del conjunto es otra, menos analítica y crítica, de carácter plenamente sentimental y transparente: el abrazo entre dos inadaptados que hallan la fuerza para sobrevivir el uno en el otro, como dos figuras nocturnas escapadas de una canción de Springsteen.
Buena prueba, para muchos narradores apresurados, de que hasta la premisa más absurda, chocante o ajena a nuestras vidas puede sembrarnos el interés por seguirla si se aborda con orden, eficacia y respeto al espectador, en la cual nada conmueve más del arriesgado ejercicio fílmico que osó librar Guadagnino como la capacidad de empatía emanada.
Del mismo modo que buena parte de las mayores dosis de romanticismo que el cine ha sabido formular con trazo elegante, y con curiosidad por las ambiciones de sus criaturas, la encuentro en varias de las películas más y menos conocidas sobre vampiros, hombres-lobo, momias, campaneros jorobados, enmascarados deformes, fenómenos de circo, etc., Hasta los huesos participa de dicha humildad moral y comprensión sin enjuiciamientos entorpecedores, siendo quizá, hasta su momento, la principal partícipe de los horrores románticos en sobrepasar ciertos parámetros de explicitud gráfica sin perder un ápice de ternura, de calidez, de ecuanimidad.
Incluso en el plano formal, resalta la voluntad despojante de envoltorios a medida que avanza la función. Si bien el arranque del film consta de una solidez expositiva envidiable, estructurado con una secuencialidad comparable a la intriga de los primeros tres o cuatro capítulos de una buena novela; si bien en su desarrollo se abordan las conductas caníbales (con el mérito de no citar el término) tanto con la crudeza de quien las cuestiona como con el candor de quien las asume y habla de la “primera vez” en ese sentido y no en el sexual; hacia la conclusión, particularmente desde el sobrecogedor momento de Chloë Sevigny en la institución psiquiátrica, el tono del relato adopta la sublimidad de la poesía absoluta.
Diferente en esencia a todo lo que hayamos visto antes y nos la recuerde, con frases que no dejarán nunca de asombrar por su brillantez y lo bien que se dicen, colmada de imágenes hechas y montadas con aplomo, enfocada a una puesta en escena horizontal, como persiguiendo siempre la panorámica de un valle, esa total ausencia de obstáculos en el camino… El resultado es un cúmulo de sensaciones, inexplicables por su propia condición: cine hasta los huesos.