El Teniente Coronel Luis Bello Dulzaides cumplió con su deber en Etiopía entre 1987 y 1988. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Una vive en Cárdenas, la otra en La Habana. Son dos familias cubanas que no se conocen, pero a pesar de eso hay un poderoso vínculo de afecto que las conecta. Sus caminos se cruzaron por azar solo una vez, y de manera fugaz, hace varias décadas en la lejana Etiopía marcada por las cicatrices de la guerra, aunque solo recientemente fueron conscientes de tal hecho.
Acaban de cumplirse 45 años de la victoria en la batalla de Karramara (5 de marzo de 1978), que puso punto final a una epopeya. Tropas cubanas y etíopes lograron defender la independencia y la integridad territorial del hermano país africano en el desierto del Ogaden, frente al expansionismo de la vecina Somalia. Primero tocó ganar la paz, luego velar por ella.
En febrero último Cubadebate, en colaboración con el Periódico Girón, de Matanzas, publicó el testimonio Veva y la niña que cayó del cielo, en el que salió a la luz, luego de más de 30 años, una conmovedora historia sobre la maternidad y el amor. El material sigue los pasos de la doctora Genoveva Bravo Rodríguez, integrante de la misión militar de Cuba en Harar en la década de 1980, quien adoptó a una recién nacida etíope que había sido abandonada en la basura. Le puso el nombre de su abuela: Ana Luisa. La doctora Veva, como todos la conocen, vive todavía con su única hija, la joven Anita, en la ciudad de Cárdenas.
La primera imagen en que aparecen juntas la tomó el fotógrafo de la misión aquel 20 de octubre de 1987 (según el calendario en la Isla): una Veva más joven a punto de adentrarse en la maternidad mira sonriente a la bebé diminuta que sostiene en sus brazos. Pero otras fotos fueron tomadas también aquellos días. Hasta ahora habían permanecido ocultas para todas las miradas con excepción de unos pocos elegidos.
Con especial celo supo guardarlas Luis Bello Dulzaides, quien también sirvió en Etiopía con el grado de Teniente Coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), a sabiendas de que formaban parte de un secreto que a él no le correspondía romper. Pertenecían a los recuerdos íntimos que compartía con la familia y un reducido círculo de personas de confianza que lo visitaban en su hogar, ubicado en la capital de todos los cubanos.
“Cuando yo tenía alrededor de siete años mi papá estuvo en Etiopía. Desde allá me mandaba cartas y fotos”, recuerda Odette Bello Algeciras, la más pequeña entre los cuatro hijos de Luis, quien es profesora de Historia del Arte en la Universidad de La Habana. “Trataba de contarme lo que iba descubriendo, sus vivencias… y una de las historias más impactantes, por supuesto, era la de una niña que habían encontrado en un basurero y que una doctora cubana había adoptado”.
En una foto, Bello Dulzaides posa con su uniforme de campaña cargando a la recién nacida Ana Luisa, junto a una compañera, la entonces estomatóloga de la misión cubana en Harar. Otra instantánea permite ver en detalle el rostro de la pequeña, que tendría poco más de 24 horas de vida al ser rescatada.
Luis lleva en brazos a la pequeña Ana Luisa, niña etíope adoptada por una doctora cubana. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
“Hay una imprecisión en el nombre en la dedicatoria: ella se llama Ana Luisa y él escribió María Luisa. No creo que haya muchos casos así, por lo que asumí que probablemente era la misma y decidí contactar con Cubadebate fundamentalmente para mostrar las fotos a la familia cardenense, pues imagino que no tiene copias de ellas. Yo tenía libre acceso en casa, pero papá siempre las protegió porque sabía que eran el testimonio de momentos muy sensibles para esas personas. Sentí mucha alegría al saber que aquella niña y su mamá se tienen una a la otra”.
A una imagen de su archivo personal le falta la dedicatoria al dorso. En ella Luis carga a un niño etíope. Tiempo después contó que el pequeño fue rescatado luego de que alguien lo abandonase en una letrina cerca de una unidad militar de los cubanos. De su paradero no supo nada más. Tal vez algunos lugareños no tenían muy claro donde quedaba aquella islita de la que venían soldados para ayudarlos en su causa, pero era evidente que en sus manos los huérfanos que dejaba la guerra y la miseria tenían mejores oportunidades de sobrevivir.
Que el Teniente Coronel se encontrara en la milenaria ciudad de Harar justo cuando Veva conoció a su niña fue una feliz coincidencia. En su correspondencia él dejó constancia de sus constantes viajes a lo largo y ancho del país del Nilo Azul. Aunque era un hombre reservado, supo esbozar con imágenes, cartas y anécdotas el perfil en movimiento de una nación distante: el hombre que sacaba agua de un pozo con su burro y vendiéndola se ganaba el sustento; las mujeres cargando grandes vasijas sobre la cabeza; la gente haciendo cola para comprar leche fresca de dromedaria; el mono que vivía en una unidad militar y se paraba en firme cuando sonaban las notas del himno nacional…
Bello Dulzaides estuvo en África entre 1987 y 1988. A su regreso a la Patria se mantuvo un tiempo más en la vida militar. Después de licenciarse trabajó primero en una base de almacenes de biotecnología y después en el cuerpo de seguridad y protección de una fábrica de medicamentos. De África no volvió como hombre rico, salvo, quizás, que se cuenten como fortuna sus memorias.
“Mi papá era un hombre consecuente, cultivaba las virtudes más difíciles: la sinceridad, la honestidad a toda costa. Era enemigo de cualquier expresión de superficialidad, y capaz de descubrir las esencias de las personas y las situaciones. También podía ser difícil porque su noción de ser consecuente y sincero la llevaba hasta el final. Creía que había que intentar siempre ser útil y se esforzaba por lograrlo. Así lo exigía también de los demás, aunque sin ningún afán de protagonismo. Fue para mí un padre exigente y tierno…el mejor ejemplo”.
Quiso el azar que la vida de Luis se apagase, demasiado pronto en opinión de quienes lo conocieron, en enero último, en el mismo mes en que Veva arribó a sus ocho décadas de vida y pocos días después de aceptar una peculiar solicitud para mostrar al mundo su cesta llena de recuerdos. Ambos veteranos parecen tallados en madera del mismo árbol. Con la vocación de un jardinero, cada quien supo cultivar una familia que se reconoce por la calidad de sus frutos.
Ni copas de cristal de Baccarat, ni vajillas de porcelana china, ni tan siquiera joyas…los parientes de Luis no han cifrado su felicidad en la acumulación de objetos valiosos. Hay uno, sin embargo, que su hija Odette salvaría a toda costa en caso de ocurrir cualquier desastre: una simple cafetera de barro que su padre trajo consigo de Etiopía.
La verdad sobre la niña que cayó del cielo fue un secreto durante mucho tiempo. Por eso a Veva y a su hija les sorprendió enterarse de que alguien más había atesorado ese fragmento de memoria íntima. Para Odette ha sido también una revelación que la hizo sentir más cerca aún, si es que se puede, de su papá.
El gran libro de la historia del internacionalismo de Cuba en Etiopía, Angola, y tantas otras naciones africanas, aún no se termina de escribir. Queda mucho por contar y es una carrera contra el tiempo. ¿Cuántos hombres y mujeres que lucharon allá como leones por un futuro mejor, que pusieron su pecho para recibir la bala que llevaba escrito el nombre del camarada o del civil, se han llevado de vuelta al polvo sus recuerdos? Dicen allá, en el continente donde echó a andar la humanidad, que cuando muere un anciano es como si se quemara una biblioteca. Tienen razón. Cada vez que algún historiador pretende dar el libro por finalizado aparece otra página que había permanecido oculta, como caída del cielo.
Aparecen de izquierda a derecha: Odette Bello Algeciras, Samuel (nieto del combatiente internacionalista, el propio Luis, su nieta Camila, sus nietas Camila y Ana Cristina, su esposa Rosa Cristina, y detrás su yerno el caricaturista y pintor Ares. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
El militar recorrió la extensa geografía de la nación africana, y legó sus impresiones a través de sus cartas y fotografías. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Otro niño etíope abandonado en difíciles circunstancias, y salvado por los internacionalistas cubanos. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
En la gesta internacionalista en Etiopía ofrendaron sus vidas 163 combatientes de Cuba. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Los niños eran una parte de la población etíope especialmente vulnerable a las secuelas de la guerra y la pobreza. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Escenas como la del vendedor de leche de dromedario pueden parecer exóticas para los cubanos, pero eran parte de la cotidianidad que veía Luis durante su estancia en Etiopía. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Anita tenía poco más de un día de nacida cuando se tomó esta fotografía. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
“Queda mucho por hacer”, escribió Bello Dulzaides al dorso de una foto, a sabiendas de que alcanzar la independencia de un país es el inicio de un largo camino. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
Los vínculos de amistad entre Etiopía y Cuba perduran hasta hoy. Foto: Archivo familiar. Cortesía de Odette Bello Algeciras.
(Por: Roberto Jesús Hernández, Anet Martínez Suárez/En colaboración con Cubadebate)