En el mes de marzo de 1993, las provincias occidentales y centrales de Cuba sufrieron los impactos severos de uno de los sistemas meteorológicos más notables acaecidos en el país durante la pasada centuria.
Según precisó a Granma el profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe, coordinador de la Comisión de Historia de la Sociedad Meteorológica de Cuba (SometCuba), el fenómeno atmosférico comenzó a gestarse en la tarde del día 12 con la formación de una baja extratropical en el golfo de México, y una extensa vaguada prefrontal estructurada hacia el sur.
Cuando en la noche los especialistas del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología recibieron las imágenes satelitales, quedaron impresionados al observar el clásico patrón de tiempo severo, que mostraba el conglomerado de nubes en forma de banda triangular, con topes superiores a los 12 kilómetros de altura.
Lo avanzado de la hora y la falta de fluido eléctrico (el país sufría los estragos de uno de los años más duros del llamado periodo especial), impidieron que la nota de alerta emitida llegase al conocimiento de gran parte de la población.
De acuerdo con el profesor Luis Enrique, la banda de mal tiempo tocó tierra en el cabo de San Antonio poco después de la medianoche, y continuó desplazándose al este, con una velocidad de traslación entre 78 y 106 km/h.
En el caso particular de La Habana, indicó, las tormentas comenzaron alrededor de las 3:15 a. m. del día 13, y se fueron extendiendo hasta llegar a las provincias de Ciego de Ávila y Camagüey, ya mucho más debilitadas.
Hubo numerosas tormentas eléctricas, caída de granizos en varias localidades y al menos, dos tornados. La estación meteorológica de Casa Blanca midió una racha de 104 km/h, y en la de Santiago de las Vegas hubo otra de 167 km/h. La persistencia de los vientos fuertes sobre el golfo de México, resultantes de la circulación de la baja, generaron marejadas con olas de ocho metros de altura, que provocaron severas inundaciones en la costa noroccidental de Cuba.
Baste señalar que en la capital quedaron cubiertas por las aguas la zona de los Bajos de Santa Ana, del consejo popular Santa Fe, en el municipio de Playa, y varios tramos del litoral de Plaza de la Revolución, Centro Habana y La Habana Vieja. Incluso, el túnel de La Habana y el de la Quinta Avenida fueron anegados completamente y permanecieron inutilizados por varios días.
Para el profesor Luis Enrique Ramos, uno de los elementos que más recuerdan quienes vivieron aquella experiencia fue la extraordinaria y continua actividad eléctrica, que iluminaba el cielo apenas sin intervalo alguno entre cada relámpago. La oscuridad imperante resaltaba aún más el efecto luminoso de las descargas eléctricas.
Miles de viviendas fueron afectadas, y los cultivos recibieron un significativo perjuicio. Solo en Pinar del Río resultaron dañadas o derribadas 300 casas de curar tabaco, mientras en La Habana se cuantificó la caída de alrededor de 700 postes del tendido eléctrico y telefónico. Hubo que lamentar el fallecimiento de cinco personas, en tanto el número de damnificados alcanzó los 250 000.
Las pérdidas económicas se valoraron en aproximadamente mil millones de pesos. La vaguada prefrontal de marzo de 1993 no es un hecho único en el tiempo, pues con anterioridad hubo otros de similar intensidad, entre ellos los acaecidos en febrero y marzo de 1983, asociados con patrones atmosféricos conectados con el evento ENOS (El Niño-Oscilación del Sur), puntualizó el especialista.
(Tomado de Granma)
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Como muchos, no tuve ninguna información previa. Estaba en esos días en Cayo Calvario, en la costa sur de Cuba, al sur de la provincia de Matanzas. Laboraba en la Empresa Pesquera de la provincia y nos dedicábamos a la construcción de un centro de acopio de pescado. Éramos un grupo de ocho a diez personas, la mayoría pescadores y personal de mantenimiento, era yo el único ¨de oficina¨. En la mañana habíamos culminado un rancho para dormir, con columnas hincadas en la arena del cayo, en su parte suroeste. En la madrugada nos despertó el fortísimo viento, que arremolinaba la arena y nos golpeaba en todas direcciones, suerte que duró poco tiempo aquel extraño evento. Cuando terminó, salimos, pero no vimos nada. Al aclarar, vimos buena cantidad de restos y basuras que el aire y el mar habían tirado por doquier, y la lancha de guardafronteras, un fuera de borda de unos 5 m, que a prima noche había arribado y atado a unos raíles que habíamos hincado en la costa como parte del futuro centro de acopio, con dos guardias que habían pernoctado con nosotros, estaba, limpiamente, desatada y volcada, sin otro daño, ni siquiera se rompió el parabrisas, sobre la arena del cayo. Después nos dimos cuenta que el ¨rancho¨ se había movido, sin otro percance, más de un metro de su ubicación original, en dirección a la siguapa, lagunato salobre dentro del cayo. Lo testificaban los surcos en la arena. En ese momento nos dimos cuenta del gran riesgo corrido y la gran suerte que habíamos tenido. En la tarde, al regresar la ¨enviada¨ o embarcación madre, fue que nos enteramos del evento meteorológico, que aún no se llamaba La Tormenta del Siglo.
Muchas gracias por compartir su historia