José Ricardo y su esposa Anabel aman las plantas. Nada de extraño tuvo verlos sembrar variedades en el patio del hogar, sito en el barrio yumurino de Versalles. Disfrutan ver sus hojas verdes, acompañadas del arcoíris que forman el color de sus flores. Amor que los condujo a permitir que germinara en su techo un jagüey. Ahora lo lamentan.
Basta observar las fotos que conservan, e impresionan, sobre cómo las raíces del pequeño árbol que destruyó gradualmente techo y paredes en uno de los extremos de la sala. Las grietas, como la humedad y grandes manchas negras son palpables.
La reparación resultó costosa, dijeron, y aunque pasaron varios años de ese obligado accionar, cuando hablan del hecho reflejan en sus rostros la amargura que vivieron en tales circunstancias.
A pesar de la dolorosa experiencia no dejan de sentir apego por las plantas, debido a su importancia natural y beneficio al medio ambiente. También forman parte de los elementos decorativos cuando se cultiva, de forma adecuada, incluidas las trepadoras, cuyas raíces y ramas se adhieren a la superficie de residencias simples y múltiples.
Lo ocurrido al citado matrimonio no constituye una excepción. Resulta imposible caminar por cuadras y calles de cualquier urbe grande o pequeña sin apreciar que una inmensa cantidad de edificaciones sirven de “tierra fértil” a variedades de plantas, que destruyen y afean el entorno, incluidas viviendas modernas, recientemente erigidas.
Recuerdo, como mejor ejemplo de estas catástrofes, el confortable inmueble ocupado en ese entonces por el Sindicato Provincial de Trabajadores Agrícolas y Forestales, sito en Milanés, entre América y Dos de Mayo, en esta ciudad, al que un “confortable” jagüey redujo casi a escombro en su parte frontal, y obligó a una forzosa permuta.
Añorado aquellos tiempos en que brigadas de Servicios Comunales e, incluso, de las empresas Eléctrica y de Comunicaciones, periódicamente eliminaban estos arbustos de fachadas y azoteas por el daño que ocasionaban fachadas y redes de una y otras entidades.
Lo cierto es que ante la larga ausencia de tales oficios, pueden los inquilinos cuando se trata de su casa, o consejos de vecinos, si es un edificio multifamiliar, acometer estas vitales labores para preservarlas a tiempo de males mayores.
La propuesta sirve igual en los casos de empresas, talleres, almacenes, comercios, etc, en cuyos casos, cuando son estatales, el costo de este mantenimiento recae en todos por igual, porque el dinero proviene de las arcas a las que tributan los trabajadores. Lo expresado posee similar valor e importancia si se tratara de entidades comerciales particulares, por ser parte del ornato público.
No solo molesta la acumulación y fetidez de desechos sólidos en aceras y solares yermos, sino la presencia de estos “jardines” en paredes y cubiertas de domicilios y otras variedades de hogares, que pueden resultar de bajo relieve, pero de altísimo gasto financiero.
Otra de sus connotaciones negativas actuales es que el “verdor” del color de hojas y tallos guarda estrecha relación con el del papel monetario con el cual hay que adquirir los materiales (nacionales y de importación), principalmente cemento, para la reconstrucción.
Pudiera parecer lo anterior algo muy simple, pero quienes así lo consideren y saben que el tiempo pasa con rapidez, conocerán muy pronto el valor del consejo y, sobre todo, el de los recursos que deberán acumular para salvar su inmueble y, como José Ricardo y Anabel, conocer que no siempre los gustos y prácticas satisfacen.
Como se sabe el ser humano y la Naturaleza resultan inseparables, porque esta última es parte de la vida del primero, y ambos constituyen un complemento. Los árboles resultan insustituibles, y si bien el hombre, por conocimientos y costumbres, logra que sea más útil, el dominio no es total, sobre todo cuando no se obra con inteligencia y prudencia. Hay numerosas plantas apropiadas para hacerlas relucir en techos y paredes, pero hay que andar con cuidado. Deben utilizarse solo las apropiadas, y eliminar aquellas cuyas semillas son trasladadas a cubiertas, muros y paredes en las extremidades inferiores de las aves. Luego germinan, crecen y… destruyen.
Matanzas es una ciudad bella, con sus emblemáticos puentes, Ermita de Monserrate, Cuevas de Bellamar, distinguida bahía y de otros reconocimientos inmateriales, como la cultura de sus hijos desde tiempos inmemoriales, y no debe permitirse que se “nuble” tan hermoso paisaje en general por “olvido”, inacción u otros motivos.
Tal parece que la ciudad está invertida, que sus techos en general son los jardines, con la diferencia de que afean, deslucen y manifiestan falta de voluntad para lograr una armonía estética, asimilable por cualquier gusto, aunque este sea demasiado exigente.
Por fortuna en aquellos lugares, donde pululan los edificios, formados en filas como soldados, aunque en no pocos casos su vestimenta (pintura) deje mucho que desear por los años transcurridos desde la fundación y falta de mantenimiento, no presenta igual problema, y no tanto porque se les pode, sino porque las propias estructuras constructivas no permiten que germinen en ellos la simiente apocalíptica.
Pero, siguiendo el viejo proverbio de aplicar una de cal y otra de arena, y no deseamos hacer del jagüey algo solo negativo, porque en definitiva sus semillas no vuelan, y las catapultan hacia lo alto aves y fuertes vientos, esta especie del género Ficus tiene entre sus propiedades que sirve para tratar las hernias y enfermedades del pecho e, incluso, su látex sirve de pegamento para la caza de diversos pájaros, si bien estos prefieren y agradecen vivir libres, en contacto directo con la Naturaleza.
Y si prefiere las plantas trepadoras, que no dañan su inmueble y sí embellecen el entorno hogareño, la hiedra debe ser la preferida. Gusta de las temperaturas frescas y toleran exposiciones no excesivamente luminosas, aunque su desarrollo óptimo lo tienen en condiciones de luz abundante, sin sol directo, aseveran los estudiosos, investigadores y entendidos en los quehaceres de la Botánica.
Ah, siempre es recomendable erradicar las plantas parásitas de los lugares antes mencionados, porque hacerlo evita, además, penetraciones de agua mediante grietas abiertas por las raíces. Saber de un buen consejo y aplicarlo es como plantar un árbol en tierra fértil: por lo general brinda frutos.