Hace más de 10 años conversé con Rolando Estévez para lo que entonces era un proyecto de libro de entrevistas a artistas plásticos matanceros, que a la postre no se concretó.
Durante todo este tiempo, sus palabras, de una sinceridad desgarradora, han dormido entre los bytes de un documento digital. Nunca encontré el espacio para actualizarla. Una década para él representaba una eternidad creativa, ninguna publicación me pareció lo suficientemente buena para contener el testimonio sincero y reposado de una vida excepcional dedicada al arte.
Ahora que Estévez ha partido de su amada Bellamar, tan temprano como a los 69 años, se hace oportuno que algunos fragmentos de su historia se reencuentren con aquellos que tanto le quisieron y admiraron.
EL MUNDO SE ENSANCHÓ
“Desde la adolescencia sabía que quería ser artista plástico, estaba destinado a eso. Sin que mis padres se enteraran, me presenté a la prueba en 1968 e ingresé a la Escuela de Arte de Matanzas, en el curso 69-70.
“En este primer período del nivel elemental descubrí no solo la plástica, sino también la poesía. Conocí a Digdora Alonso, quien fue mi maestra de literatura.
“Encontrarme con ella significó una suerte en mi vida. Era una artista total, una poeta, y la poesía lo abarca todo; es la manifestación artística por antonomasia: ahí está la plástica, la literatura, la música, el teatro, todo. El mundo para mí se ensanchó; recién cumplía los 16”.
UN PARAMETRADO ESTUDIANTIL
“Hice dos cursos en Matanzas y se me dio la posibilidad de pasar a la Escuela Nacional de Arte (Ena) junto a dos alumnos más. Éramos tres adelantados que podíamos ‘subir’ sin terminar el nivel elemental. Al final solo fui yo, que era el atrevido.
“De la Ena me expulsaron en el primer año. Mi expediente decía ‘inadaptación a la beca’, pero fue por otros motivos. Retorné a mi ciudad, obligado a trabajar. Sucedió en 1971, en pleno Quinquenio Gris.
“Fui un parametrado estudiantil. Salí de la escuela un martes, me presenté el miércoles en las oficinas del Ministerio del Trabajo y ya el jueves estaba en la Rayonera. En tres días había cambiado absolutamente todo.
“Tuve tres propuestas de traslado de organismos que sintieron cierta conmiseración por mí, porque mi vida era azarosa, un niño que había sido arrancado del seno de su familia cuando mis padres salieron de Cuba en el 69. Pero me fueron negadas, pues existía una ley llamada ‘de imprescindibles a la producción’.
“Pasé cuatro años allí hasta que pude irme, y esto coincide con mi encuentro con Miriam Muñoz”.
LA CONOCÍ Y CAMBIÓ TODA MI VIDA
“La vi por primera vez en El Run Run, una obra de René Fernández. Por medio de un amigo la conocí y cambió toda mi vida, laboral, artística. Me abrió muchos horizontes.
“Nos unimos en el 74 y nos casamos en el 79. Ella era una mujer muy valiente, enamorarse de mí era un disparate, casarse conmigo más todavía. Fueron 10 años muy importantes porque se creó un vínculo más que afectivo, artístico.
“Gracias a Miriam empecé a trabajar en el Fondo de Bienes Culturales, después pasé a la Casa de la Cultura y, a finales de los 70, al Mirón Cubano, que entonces se llamaba Conjunto Dramático de Matanzas, y se inició mi carrera como diseñador.
“Esa fue mi escuela de diseño escénico. Ahí me equivoqué, aprendí, busqué, indagué con gente que venía de una formación académica, y eso redondeó mucho mi visión del teatro”.
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El GRAN AMOR NUEVO
“En 1984 me separé de Miriam, pero al año siguiente apareció un gran amor nuevo: Ediciones Vigía.
“Alfredo Zaldívar era el presidente de la sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz, y yo el de Artes Escénicas. Iniciamos unos recitales de poesía en el piso de arriba de la Casa de la Trova y, cuando nos dimos cuenta, hacía falta una invitación y allí había un mimeógrafo.
“Entonces se picaba en stencil un poema y él me pedía: ‘Hazle un dibujito’. Luego eso se imprimía 200 veces. A esa hojita una vez se le puso un pedacito de tela; otra, una ramita de árbol, hasta que dijimos: ‘Podemos hacer libros’.
“El primero es de 1985, Nuevos Poemas, de Digdora Alonso, un sobre con 10 o 12 hojas sueltas dentro, hecho con papel de estraza que Zaldívar conseguía en las carnicerías y las bodegas.
Así surgió la visualidad de Vigía, que creció poco a poco, no solo con mi trabajo. Se le pidieron dibujos a Yovani Bauta, a Mayra Alpízar, a muchos plásticos matanceros. En mi primera plaquette como autor, el diseño lo hice yo pero las imágenes las puso Zaida del Río.
“Luego llegaron los 90, el llamado Período Especial, y la gente nos empezó a mirar como una opción económica, pero realmente no fue así. Vigía surge como una alternativa espiritual y una manera de hacer un libro distinto, bello, alejado de la máquina y cercano a la mano del hombre.
CON PLENA LIBERTAD
“Creo que mi versatilidad viene también de lo provinciano. Modestia aparte, yo era necesario en Matanzas: para trabajar en el teatro, en Vigía, para exponer en la galería, diseñar una carroza u organizar una pasarela. La provincia precisa que el artista se mueva en muchos ámbitos.
“También tiene que ver con los lenguajes de la posmodernidad. Quizás alguna vez dejemos de hablar de teatro, música, danza, y comencemos a definirlo todo como arte, porque ya te lo demuestra la propia vida, que todo se mezcla.
“¿Qué es la plástica? Fusión, de la pintura con la escultura, con el performance… Me considero un hombre contemporáneo porque he intentado unir en mi propia vida artística todas las manifestaciones y moverme en ellas con plena libertad”.
LA POESÍA
“La poesía es una magnitud que existe en todo; es decir, está la plástica poética, la novela poética, la música poética y hasta la vida poética, que algunos llevan. Tiene la posibilidad de convertirse en género literario pero va más allá.
“Entró en mi vida desde muy jovencito, desde la secundaria, y se lo agradezco a una vieja maestra de literatura, que sembró en mí esa semilla que después hizo crecer Digdora.
“Me ha arropado como un manto, porque tiene la posibilidad de cubrir, de protegerlo todo. Es un arte solitario, intrínsecamente personal, afectivo, doloroso, tierno o alegre, que se hace desde dentro de uno mismo hasta que sale el poema. Después se busca su publicación o no, pero ya está terminado, completo”.
NO CREO EN LOS ESTILOS
“En los 70, la máxima de un artista era tener un estilo y ahí están los grandes de la década, Pedro Pablo Oliva, Roberto Fabelo, que han defendido esa manera de hacer. Considero que esta es una política que muere en esa época. Soy un creador de los 80 y eso significa pluralidad.
“Me costó trabajo asumirlo, pero no siento pudor en hacer la obra más bella y complaciente, porque es necesaria para decorar un hotel o ser entregada a una persona, o en concebir la más conceptual para una exposición.
“No creo, y esto lo digo con toda sustancia, en los estilos. Los jóvenes lo están demostrando. Hay un desprejuicio total en el arte actual y yo me siento parte de esa corriente. Puedo moverme entre muchas maneras de crear, siempre tratando de dar lo mejor que llevo dentro. Decía Martí que debe hacerse en cada momento lo que en cada momento es necesario. Ese precepto ha guiado mi vida”.
ARTISTA DE LA POSMODERNIDAD
“Me considero un artista de la posmodernidad. Decir esto 10 años atrás era muy petulante, pero hoy, desdichadamente, la humanidad vive esa crisis que ni siquiera tiene nombre propio, que es lo posterior a lo moderno.
“Soy una de las personas más tímidas que conozco. Exporto una imagen de hombre de mundo, de seductor, que nada tiene que ver con mi alma. Me siento dudoso de todo lo que hago, tembloroso de equivocarme, pienso mucho en ese diálogo interior que necesita todo artista para concebir una obra.
“Creo en la inspiración y me cuesta, buen romántico al fin, desprenderme de la idea inicial, el primer impulso que me mueve a crear. Me critico constantemente, esa inquietud la tuve desde adolescente y es una de las cosas que no he perdido, como un ‘violentarse hasta el final’”.