En este crudo invierno para muchos cubanos, crudo y no precisamente por las bajas temperaturas, sino por las muchas ausencias que pesan sobre las familias, recuerdo tener entre mis archivos unas fotos de la pasada primavera y entre ellas hurgué en busca de una en particular que me hizo recordar tiempos pasados, tiempos que, aunque vuelvan no tendrán el mismo sabor, ni el calor con el que esas ausencias nos llevaban a planos inimaginables.
Allí en el suelo, vagando entre la vegetación rala al borde de la manigua un pájaro carpintero ¡ no cualquier carpintero!, sino nuestro Carpintero Churroso-una joya única de Cuba, símbolo de las sabanas centro orientales de la Ciénaga de Zapata por su majestuosidad, belleza y singularidad- buscaba desesperadamente las codiciadas hormigas que habitualmente come. Esta vez otro incentivo tenía este animalito y en su bregar entre las ramas y arbustos se alejaba cada vez más de su zona núcleo, entrando a tierras desconocidas, pero siempre enfocado en su objetivo. No le importó que las sombrías malezas escondieran toda clase de depredadores que pudieran engullirlo de un solo bocado, la presencia de estos sería un sacrificio más, un riesgo a correr entre tantos a lo largo de su efímera vida.
El ave se alejó lo suficiente como para perder el camino de regreso, yo la observaba con paciencia mientras pensaba cuanto parecido hay entre esta y otras especies de animales, incluyendo al hombre, que por condicionamientos se ven obligadas a tomar conductas nómadas e inclusive muchas nunca llegan a regresar a sus sitios de origen, después de recorrer miles de kilómetros en migraciones que se convierten en emigraciones. ¡Qué iluso!, nunca creí que por mucho alejarse hay quienes siempre vuelven, aunque en ese afán sus alas, patas o pies terminen destrozados. El carpintero hizo la mejor de sus piruetas , con cantos a intervalos para luego alzar vuelo en dirección a la sabana. Tardé unos veinte minutos en llegar al lugar por las irregularidades del terreno. En la zona donde creí escuchar sus últimas vocalizaciones dos pequeñas crías se asomaban por las oquedades de una palma muerta.
(Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)
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