Tres historias del paso del Huracán Ian por Pinar del Río

Tres historias impactantes sobre el paso del Huracán Ian por el Consejo Popular El Rodeo, perteneciente al municipio San Luis, Pinar del Río.

Tuve la oportunidad de representar a la provincia de Matanzas en la recién culminada edición del Encuentro de Jóvenes Radialistas La Vuelta Abajo, en la provincia de Pinar del Río. Un espacio para pensar la radio desde la visión de los jóvenes y debatir sobre las prácticas positivas en torno al medio.

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En el evento formamos parte de un ejercicio práctico donde visitamos las zonas más afectadas por el paso del Huracán Ian durante el pasado mes de septiembre. A mi equipo le tocó el Consejo Popular El Rodeo, perteneciente al municipio San Luis; las imágenes del desastre provocado por el evento meteorológico aún eran desoladoras.

Como parte del ejercicio conversamos con los lugareños y escuchamos sus vivencias para luego poder contarlas. Me quedé con tres historias que fueron las que consideré más impactantes, aquí se las comparto.

LA NOCHE SILENCIOSA

“Me llamo Jorge Juan Torres Torres, tengo 62 años. Yo tenía dos casas pegadas. Una de cemento y bloques con techo de zinc y la del fondo que es de madera completa, donde guardo las cosas para trabajar con los animales. La de atrás la di por perdida nada más que vi cómo iba la cosa, así que moví todo para la que pensé que podría aguantar mejor.

“Cuando el ‘bicho’ –se refiere al ciclón- comenzó a apretar, alguien llamó a la puerta del frente. Resultó ser una vecina sordomuda y cuarentona con la que yo tenía pocas relaciones. Ella me preguntó por señas si podía resguardarse en mi casa, o al menos eso fue lo que entendí, así que la dejé pasar.

“Le hice café e intentamos comunicarnos como podíamos, pero de lo único que estoy seguro es que los dos estábamos muertos de miedo. Entonces fue que el ‘bicho’ se puso malo de verdad y el techo voló como si fuera de papel, en un pispás.

“La parte superior de la pared del frente de la casa colapsó y trancó la puerta, y una de las planchas de zinc que se deslizó con el viento trabó la salida por detrás. En cuestión de segundos nos vimos presos en una casa sin techo.

“Resguardé lo que pude y nos trancamos en el baño, luego nos tiramos por arriba la cortina y unos cartones que encontré. Ahí estuvimos seis horas. Imagínese dos personas, que lo único que pueden hacer es mirarse, escondidas en aquel hueco con un diluvio cayéndoles encima.

“Yo tenía unas ganas de gritar tremendas, que alguien me ayudara, que me sacara de ahí. Las paredes del baño, parecía por momentos que nos caerían encima pero la única persona que podría escucharme era incapaz de hacerlo, así que nos cagamos de miedo los dos en silencio, agarrándonos de las manos.

“Cuando el ojo del huracán nos pasó por arriba fue que pudimos pedir ayuda a los vecinos, quitar los escombros y salir para meternos en otra casa que todavía conservara el techo”.

LAS PAREDES PUEDEN VOLAR

“Me llamo Bernardo Rodríguez Cruz, soy jubilado, trabajaba en la agricultura y en mis 77 años de vida jamás había visto un ciclón así. En 2002 pasaron dos ciclones fuertes de verdad, pero ninguno como este.

“El cielo se puso negro y parecía que se iba a acabar el mundo. Se fue la luz, se cayó la señal de Radio Guamá y yo no tengo celular, así que no sabía lo que pasaba. Le pregunté a los vecinos si podían conectarse a internet y ver algo, pero parece que hasta eso se había jodido.

“Nada más empezó a llover, cogí mis objetos de valor: mi radio, mi televisor y mi cajita con dinero, y lo puse todo sobre la cama. Luego le amarré una sábana por encima para que no se mojaran.

“Sabía que el techo de mi casa no iba a aguantar, así que me fui con mi mujer y mis nietos para la del vecino. Esa era la única construcción fuerte con piso de cemento y placa, el resto de las casas lo que tenían eran planchas de zinc.

“Nos dejaron pasar y adentro nos encontramos con que no éramos los únicos que habíamos ido a resguardarnos. En total éramos 12, entre hombres, mujeres y niños. Ahí fue cuando la cosa se puso dura de verdad, los techos volaban y chocaban contra las paredes y el aire hacía un ruido que te metía el miedo en el cuerpo.

“De repente la puerta de la entrada se abrió de un golpe y tuvimos que correr para cerrarla, todo lo que no estaba asegurado fue para el piso. Acto seguido ocurrió lo mismo con la ventana. Cuatro agarrábamos la puerta y cuatro más sujetaban la ventana.

“Los niños pusieron las manos en las paredes por miedo a que también salieran por los aires, y les juro que por un momento pensé que nos íbamos volando con casa y todo el mundo. Aquí se acabó el mundo, desde el Corojo hasta San Luis no quedó una vivienda sana.

“Mi casa aguantó, pero el techo se perdió. He resuelto con unas planchas de zinc viejas y estoy en la lista para que el Gobierno me ayude, pero, como mi casa no es de las más afectadas, no estoy entre las prioridades. Lo que más me preocupó fue que no sabía nada sobre lo que estaba pasando, el ciclón casi nos cogió de sorpresa”.

SEIS HORAS EN UN CLOSET

“Fue a las 12:30 cuando la casa empezó a venirse abajo. La parte de madera colapsó y el techo voló por los aires. El único lugar que quedó para resguardarnos fue el closet de cemento que tengo en el baño.

“Imagínate a mi hermana de 56 años y a mí, que tengo 52, apretadas en tan poco espacio. Apenas podíamos movernos para mirar el celular y responderle los mensajes a nuestros hijos que viven en La Habana y que nos mantenían al tanto de por dónde iba el ciclón.

“No podíamos salir de ahí. Los escombros volaban en todas las direcciones, y como el closet hacía esquina con la pared del baño era el único lugar seguro de la casa. Sentíamos cómo lo que aún quedaba en pie se movía y el viento hacía vibrar la pared del closet.

“Llegó un punto en el que sentí agua en mis pies y pensé que el closet se había partido y que de un momento a otro íbamos a quedar a la intemperie, pero la verdad era que mi hermana se había orinado encima. Juro que no fui capaz de decirle nada, ya bastante alterada estaba la pobre.

“Las últimas dos horas de aquella madrugada infernal la pasamos rezando hasta que la lluvia cesó. De la casa no quedó nada en pie, excepto la pared del baño, el huracán la había destrozado.

“El barrio estaba irreconocible, era como si acabáramos de despertar en otro lugar, porque el ciclón se lo había llevado todo. Incluso llegué a pensar que era nuestro closet el que podía haber volado a otro sitio, con nosotras dentro”.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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