Ramón Pacheco: tras el lente de la vida

Amanece. Un helicóptero vigila desde el aire mientras el otro desciende hasta un claro próximo a la frontera entre Angola y el actual territorio del Congo. Es una operación de rescate muy arriesgada, los guerrilleros de la Unita pueden aparecer en cualquier momento.

Sobre el ruido ensordecedor de las aspas, se escuchan los gritos del médico: “No te me mueras ahora, cojones, no te mueras”. Agonía, estertores, impotencia, desesperación.

Para este combatiente, alcanzado por un proyectil explosivo durante un combate cerca del poblado de Chamustebas, la ayuda ha llegado tarde. En solo segundos la vida pierde la batalla.

Salen corriendo de entre los árboles los que llevan las parihuelas con los heridos. Encabeza la fila un joven soldado, por su mejilla baja una lágrima y en ese mismo instante se oye el clic de una cámara fotográfica.

Es el fotorreportero Ramón Pacheco Salazar quien aprieta el obturador, capturando para la eternidad el rostro de la muerte y el dolor.

La anécdota sucedió en el año 1984, cuando se encontraba recopilando un invaluable testimonio de la lucha del pueblo angolano. Pero el transcurso de este corresponsal de guerra por el sendero de la fotografía se había iniciado mucho antes, en su natal Ranchuelo.

LA MAGIA DEL REVELADO

Pacheco recuerda con especial emoción la primera vez que entró a un estudio fotográfico. “Estaba en cuarto grado y acompañé a un amigo al trabajo de su papá.  Allí vi cómo echaban los papeles en una bandeja con agua y surgían las imágenes. Eso me pareció mágico”.

Para estimularlo en la escuela, sus padres le prometieron una cámara como regalo de fin de curso. Así llegó a sus manos una Smena soviética, equipo de aficionados muy común por esos años.

Luego, cuando se encontraba estudiando una carrera militar en la URSS, el profesor que se encargaba de la parte audiovisual de las clases se encariñó con él y lo inició en los misterios del laboratorio fotográfico.

De vuelta a Cuba, ya sabía con certeza que quería pasar su vida tras el lente. Buscó plazas en varios periódicos, pero fue una gestión infructuosa. Nadie estaba dispuesto a darle trabajo a un desconocido.

“En ese momento me enteré que en la Unidad Militar 1410 de Cárdenas hacía falta un fotógrafo. No lo pensé dos veces y vine para Matanzas. Desde allí tributaba a En Guardia, el periódico del Ejército Central, y a la revista Verde Olivo”.

Una foto tomada durante la maniobra de tiro de un batallón de mujeres le valió el salto definitivo al universo periodístico.

“Venían las muchachas corriendo con sus fusiles y, de pronto, vi una miliciana muy bonita y bien vestida. No sé si me enamoró a primera vista con su belleza, el caso es que me tiré al suelo para retratarla y, mientras un tanque pasaba al fondo, apreté el obturador”.

Con este trabajo ganó el Salón Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) y Ottoniel González Quevedo, director del entonces diario Girón, lo invitó a trabajar en este medio, en diciembre de 1979.

“Me marcó mucho una de mis primeras salidas con Celestino García Franco, porque él, que era un hombre muy fuerte y profesional, me dijo: ‘No te voy a decir lo que tienes que hacer, lo que quiero es buena fotografía’. ¿Qué era ‘buena fotografía’?, pensé.  En ese momento supe que debía mirar más allá de lo evidente”.

En Girón tuvo compañeros que le ayudaron a superarse. Tomó varios cursos, incluido el de corresponsal de guerra que después lo llevaría al continente africano pero, sobre todas las cosas, desarrolló un estilo propio en el que lo artístico y lo reporteril se unen.

DEL PERIÓDICO A LA GALERÍA

La llegada de los 90 lo sorprendió laborando en algunos proyectos personales. Durante la década anterior se había desarrollado en Matanzas un fuerte movimiento fotográfico, nucleado en torno a la Sala White, entonces Casa de la Cultura.

“Ahí nos reuníamos Enrique Ramírez, Abigail González, Adversy Alonso y yo. En Cárdenas estaba el grupo de aficionados Toma Uno; también en Jagüey, Pedro Betancourt y Varadero hubo un desarrollo similar”.

Antes, en Ranchuelo, había hecho algunas fotos de modelos y decidió continuar con ese estilo artístico. Luego de enfrentar no pocas incomprensiones, pudo exhibir su Desnudo para un poema de amor en la galería.

Su serie Convivencias, ambientada en el antiguo “Hotel de los 100 000 pesos”, ubicado en el cuchillo que forman las calles Ayón y Magdalena, nació en los momentos más duros del Período Especial.

“En las viejas revistas del Came (Consejo de Ayuda Mutua Económica), empecé a estudiar lo que era el ensayo fotográfico y me gustó mucho, por las posibilidades que me daba para tratar el tema de la resistencia de los cubanos ante la crisis”. 

Después le siguieron trabajos sobre las religiones afrocubanas y los balseros, que realizó usando muchas veces los restos de cinta fotográfica donados por algunos amigos del Icaic.

“Hice una buena relación con algunos camarógrafos y me vinculé a las películas Lejanía y Cartas del parque. Allí recogía lo que sobraba del metraje. Otros me regalaban un poco de química para el revelado y como fijador usaba vinagre”.

Así lo descubrió el crítico Juan Antonio Molina y lo llevó a la Fundación Ludwig de La Habana, desde donde su obra irradió hacia las principales capitales artísticas de Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda, Francia, España, México y los Estados Unidos.

“Me otorgaron la beca de la Fundación para que pudiera prepararme en Europa. En la ciudad de Hagen desarrollé, durante seis meses, Convivencia-Coincidencias, una serie que aborda los puntos comunes de la pobreza en todo el mundo”.

Desde entonces no ha parado de crear y de crecer. Expuso en Basilea, participó en Ríos Intermitentes I y II, ganó un premio en el FotoFest, de Houston, Texas, y, recientemente, estuvo en el III Congreso Internacional de Historia del Arte, Cultura y Sociedad, en Tenerife.

Al final de la entrevista, como una especie de broma, narra todas las veces que, por malentendidos o incomprensiones, ha tenido problemas con las autoridades. Pacheco lo sabe, sin riesgo no hay fotografía posible.


Escuche aquí la entrevista completa:

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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