El feminismo ha sido y es incómodo. Desde las sufragistas hasta nuestros días, enfrentar las desigualdades, desmontar la cultura patriarcal y construirnos como movimiento en medio de un mundo extremadamente machista y conservador ha implicado incomprensiones, burlas, ataques de odio e incluso represión.
Por tanto, no sorprende, por más impotencia que genere, la tendencia a deslegitimar o minimizar el activismo que desde colectivos feministas o desde el propio ejercicio del periodismo se realiza en favor de la equidad de género o la defensa de los logros de ese movimiento.
No obstante, llaman la atención las muestras, cada vez más frecuentes, de aplaudidos mensajes de odio en redes sociales, especialmente desde ciertos espacios pseudoculturales y figuras públicas que contribuyen a promover y amplificar el rechazo en torno al feminismo y algunos de los temas más complejos de su agenda en el contexto cubano actual.
Quienes leen estas letras recordarán lo vivido hace apenas un año, mientras salía a la luz el primer #MeToo cubano contra el trovador Fernando Bécquer. En aquel entonces, varios de sus colegas no solo salieron en su defensa a ultranza, sino al ataque prejuiciado de varias de sus víctimas, tarea que completó más tarde el propio Bécquer con amenazas e insultos directos desde sus redes sociales.
La polémica sentencia al trovador no dejó conforme a muchos, entre los que me incluyo; sin embargo, sentó un precedente importante para el futuro tratamiento de estos casos y dejó clara la urgencia de transformar nuestras leyes. Varios de los que lo defendieron no pudieron más que callar mientras en octubre pasado se le declaraba culpable. Aún así, el odio otra vez se hizo sentir contra quienes expresaban su inconformidad con la condena o cuestionaban el fenómeno.
Pero no se trata de un hecho exclusivo de Cuba. Lo vivió la ministra de Igualdad de España, Irene Montero, desde la civilizada Europa y en pleno Congreso de los Diputados hace solo unos días. Con ofensas y argumentos conservadores, la extrema Carla Toscano, diputada de Vox, no solo fiscalizó la gestión progresista de Montero en función de los derechos y la equidad en ese país, sino que dejó claro cómo la violencia política trasciende cualquier límite y la fragilidad de algunas conquistas bajo la amenaza del poder machista y hegemónico.
Hechos de este tipo abundan en la actualidad, tanto en redes sociales, como en sitios de contenido feminista y columnas de medios de prensa. No se conforman con tildarnos de feminazis, histéricas o dramáticas, sino que, de tan cotidianos o naturalizados, ciertos micromachismos llegan hasta estos escenarios para perpetuar las brechas de género y solapar una y otra vez los ciclos de violencia.
Molesta que deconstruyamos modelos de maternidad estereotipados; satanizan que hablemos de manera abierta sobre sexualidad, que mostremos con plena conciencia nuestros cuerpos irónicamente tantas veces violentados por la industria audiovisual; se ofenden cuando denunciamos los “piropos” o el acoso callejero; les suena a insulto que hablemos de violencia obstétrica; no comprenden que llamemos por su nombre a la violencia machista ejercida contra tantas mujeres.
Precisamente en un mundo con mandatos que cada vez vuelven más frágiles estos logros, en medio de un panorama donde en muchas ocasiones, desde los propios gobiernos, se ataca el avance de nuestras demandas y donde todavía no se comprende que el feminismo no es lo opuesto al machismo, sino una forma de lucha por la equidad de oportunidades y derechos para las mujeres, resulta cada vez más necesaria esta militancia y su comprensión, no como una batalla por la supremacía sino por la equidad. (Caricatura por Miguel Morales Madrigal)