Ficha técnica
Título original: Im Westen nichts Neues
Año: 2022
País: Alemania
Dirección: Edward Berger
Guión: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berger (adaptación de la novela homónima de Erich Maria Remarque)
Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Edin Hasanovic, Daniel Brühl, Sebastian Hülk, Adrian Grünewald
Duración: 148 minutos
En esta versión patria de Sin novedad en el frente, su director asume, como diría Godard de Hitchcock, el rol de Dios. La cámara de Edward Berger apunta al cielo y de él desciende hasta un campo de batalla; deambula por las trincheras a paso etéreo y nos permite adivinar qué piensan los personajes, o lo que sienten cuando el miedo les impide pensar. Es omnipresente, sutil y reveladora.
Paul teme asomar la cabeza por encima de su reducto protector. Titubea, y considera preservar la vida por más tiempo antes que ser frontal; el momento en que un proyectil impacta contra su casco es la justificación idónea para el miedo en este tipo de conflictos. El acompañamiento del lente a su cuerpo trémulo es consecuente con dicha actitud. No se nos anuncia el peligro dispuesto contra él y los suyos, sino que lo vamos descubriendo a medida que corre hacia el ejército opuesto y, bayonetazo tras disparo, invaden el encuadre otros uniformados, algunos cayendo, algunos amenazantes.
Tan pronto comienza la película, la elección de mostrar una zorra junto a sus crías, refugiadas de las negras y premonitorias nubes, podría ser un enlace con el final de La Cruz de Hierro, donde Sam Peckinpah concluía con la siguiente cita de Bertolt Brecht: ‘‘Aunque el mundo se levantó y detuvo al bastardo, la perra que lo engendró está en celo otra vez’’. Y aunque no se trate de la Segunda Guerra Mundial, sino de la Primera, la obra de Berger es heredera de aquella: ambas anegadas en fango y sangre, nubladas y frías, abordadas desde el punto de vista alemán. La una funciona de reflejo moral de la otra en el retrato de sus protagonistas, si bien coinciden en la crítica a quienes, mientras comen y duermen mejor, hacen y deshacen a su antojo con los sacrificados defensores de la trinchera.
La fotografía transmite la desolación de los escenarios de enfrentamiento con escasez de colores cálidos en la composición de los planos, haciendo más irritantes esos miramientos hacia el destino de los reclutas por parte de los generales. Este sabio aprovechamiento del color se aprecia en todo lo referente al armisticio y a la última y absurda orden de ataque, pergeñada desde la comodidad de una lujosa estancia por un superior de quien no extrañaría ver el brillo grasiento de una cena recién degustada en la comisura de sus labios, a la luz de la crepitante chimenea que le da calor en instantes de auténtico terror más allá de esas paredes.
Tiene una de las virtudes sublimadas por el cine mudo, al igual que toda historia que parece contada por primera vez si la inspiración acompaña a sus narradores: la complejidad, más que en el diálogo, es introducida mediante ideas expresadas con imágenes. Ya sean insertos fijos o detalles colocados durante un recorrido en travelling, potentes por sí solos incluso dentro de una secuencia discursiva. Poco épica, rara vez heroica, la valía de Sin novedad en el frente disminuiría poco si se proyectase sin sonido, porque está contenida en lo visual, dígase las caras abatidas de los soldados, la inquietante pasividad de los decisores de la guerra, la relación entre hombre y paisaje; no obstante, lo auditivo destaca por su exacta edición, planificada para resaltar los momentos de mayor sobresalto y suspense.
Durante el lapso de tiempo que sigue la trama hay periodos de gran opresión y ansiedad, así como otros de humanidad reconfortante. El equilibrio entre ambas formas de completar una visión lo más global posible sobre la guerra es cercano al de John Ford en su trilogía sobre la Caballería, donde la inminencia de riesgos mortales no impide a la resultante familia militar el placer de bailar, cantar, rememorar y anhelar. En estos representantes del Káiser, modelos universales de mucho cine bélico, mecanizados en sus acciones e impredecibles en sus reacciones, hambrientos, somnolientos, confusos, persiste la utopía de un final favorable para sí mismos y sus seres queridos. De algún modo sabemos los espectadores algo que ellos no, y es que, para bien o para mal, una vez soldados siempre lo serán.
Identidades recopiladas en inscripciones metálicas y apartadas de sus cuerpos sin vida, ropas agujereadas que son lavadas y zurcidas para los próximos reclutas, efímeros e intensivos entrenamientos a escasos metros de las detonaciones y bajo el riesgo del gas enemigo. La guerra es un proceso cíclico y los testigos de su horror situados en primera línea de combate son intercambiables en cuanto a protagonismo. El contraste entre las expectativas de cada nuevo integrante del frente occidental y su casi inmediata decepción solo es comparable a La puerta del Cielo, de Michael Cimino, otra desencantada epopeya en la que el patriotismo juvenil sucumbe a una realidad menos noble en escaso tiempo, con similar dramatismo y sugestión anímica.
Tráiler Oficial
Bobby Deerfield, brillante adaptación por Sydney Pollack de otra novela de Remarque titulada El cielo no tiene favoritos, sirve también como ejemplo de la preocupación arraigada en el autor por la vida y la incertidumbre de estar próximos a perderla, y quizá su sutilidad ha encontrado digna sucesión aquí, justo tras el segundo robo que vemos por parte de Paul y Kat a unos granjeros, con la consecuente venganza. Estamos ante una de esas películas donde se ve cara a cara lo indecible, reflejado en el rostro de un niño que, como el que disparaba a uno de los protagonistas de Grupo salvaje, ha vivido amamantado de violencia y hereda irremediablemente el mal de sus mayores.
Su espectral aparición en el bosque, con el arma en sus manos y el poder absoluto en sus ojos, materializa a ese jinete pálido que, según el Apocalipsis, respondía al nombre de mortandad. Escena que es una obra maestra dentro de otra, del mismo modo que un disparo deviene tan trágico y desolador como cientos o miles a la vez, cuando la existencia de un ser humano es arrebatada por su semejante.
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