Era un tipo limpio y abnegado, revolucionario y de temperamento calmado. Llevaba siempre una boina verdeolivo con la efigie del Che Guevara.
Fue corresponsal voluntario en el municipio de Jovellanos, donde era admirado por su desempeño laboral y social. Esmildo Alberto y de la Torre estaba al tanto de lo que ocurría en el pueblo.
Para informarse a fondo tenía un método muy curioso. En el portal de la casa situó un buzón en el que los divulgadores de los organismos, amigos, personas conocidas y todo aquel con cualquier tipo de inquietud o queja, depositaba notas sin el menor rigor periodístico, que luego él, con su astucia reporteril, convertía en noticia y hacía llegar a varios órganos de prensa del país.
Fue quizá, sin saberlo, una especie de representante del pueblo en la base. Cada vez que recuerdo este episodio, pienso en uno de los valores del delegado, el de no estar de espaldas a la realidad cotidiana, pues es quien debe situarse de cara a la ciudadanía y a sus necesidades más inmediatas.
Para nosotros, cada preocupación de la gente en el barrio es sagrada y tiene que tener una respuesta, aunque no sea la solución que espera la persona o la que pudiera darse si la situación económica actual fuera otra, le escuché decir, hace unos años, a María Cristina Sotomayor, fundadora del Poder Popular.
Esta mujer fungió como delegada de circunscripción desde 1974 hasta hace muy poco, cuando la sorprendió la muerte en su natal Jovellanos.
«Representamos a las masas en sus problemas, quejas y opiniones. Esa unidad con los electores constituye una fuerza estratégica para enfrentar cualquier batalla. Hay que trabajar duro para ofrecer respuestas y soluciones rápidas, con humildad y amor. Es la mejor fórmula».
Es explicable, por tanto, la actitud de ciertos amigos, que se niegan rotundamente a ser delegados. Y no hay nada de malo en ello. El mayor desacierto de un representante de la comunidad sería no estar dispuesto a los sacrificios que impone dicha responsabilidad.
Esa función, la base del sistema del Poder Popular, es la tarea más difícil. Para ser delegado se requiere de un conjunto de condiciones, además del prestigio y los aciertos individuales.
Es la persona que sabe mirarle a los ojos a la gente, que no rehúye el contacto y promueve la creactividad allí, en el barrio, en aras de buscar soluciones a los problemas, hoy de la más variada complejidad.
En tiempos particularmente duros, de bloqueo asfixiante, estos hombres y mujeres no pueden darse el lujo de estar ajenos a las ilegalidades, a los coleros y revendedores, a la indisciplina en el barrio, a la prioridad que merecen los más vulnerables, a los precios abusivos; en fin, a enfrentar, junto al pueblo, a quienes, atentan contra la Revolución.
Todos necesitamos la dicha de contar con un buen delegado en la comunidad, una persona cordial y emprendedora, que tenga también un poco de aquel apacible reportero jovellanense que cada día atendía, sin falta, la inquietud de sus coterráneos en su vida cotidiana.
- El honor más grande para un ciudadano en cualquier circunscripción cubana es que haya sido nominado como candidato a delegado.
- Así lo afirmó el miembro del Buró Político del Partido, Esteban Lazo Hernández, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en un recorrido por el consejo popular de La Güinera, en el municipio de Arroyo Naranjo, en La Habana.
- Los delegados son héroes de nuestros barrios, son la base de nuestro sistema político, y están en la primera trinchera, en defensa cotidiana de la Revolución en la comunidad, dijo.
- Destacó la trascendencia del proceso electoral, en el que el pueblo es el verdadero protagonista, como expresión de la democracia socialista.
- Un principio esencial es que el pueblo nomina, elige, revoca y controla, y los elegidos tienen el deber de rendirles cuenta a sus electores, resaltó.
- El poder popular implica la participación de las masas, que es la esencia de nuestra democracia, subrayó.
- Lazo Hernández señaló que llevar a cabo el proceso eleccionario, en medio de la difícil situación del país, resulta un acto de valentía, que desarrollamos por la profunda confianza en nuestro pueblo, en la sabiduría, en los valores, en la formación política, y en los sentimientos de la población.
(Por: Ventura de Jesús)
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