The Heat Transfer es un joven trío de jazz que intenta crecer dentro de la escena musical cubana. Foto: Cortesía de la fuente.
“Es donde eres en verdad libre. No tienes que guiarte por patrones específicos. Va de hacer música, no de estructura. El jazz es libertad, asere”, afirmó Alex, el percusionista.
“Para mí es una música sencilla de sentir, aunque sea compleja de escuchar”, intervino Bryan, el bajista.
Esa mañana me había reunido con los miembros del grupo cardenense The Heat Transfer en un café del centro de la ciudad de Matanzas. La idea era conversar. Quería que me dijeran qué se sentía apostar —con cartas malas, de esas que te hacen pensar que la suerte tiene una cuestión personal contigo y que es mejor ocultarlas que lanzarse a una partida suicida— por el jazz, en una provincia donde el movimiento de ese género es casi inexistente. Así que puse el teléfono con la grabadora encendida encima de la mesa y esperé que me explicaran.
En el mismo momento en que Alex gritaba “va de hacer música, no de estructura”, trajeron los expresos y todos empezamos a revolver el azúcar. Al afirmar “… es libertad, asere”, en la grabación quedó junto a sus palabras el ruido de las cucharas al chocar contra los bordes de la taza. Parecía jazz. Era un solo de drum en el metro cuadrado de la mesa. Pensé que constituía un buen augurio.
PRECALENTAMIENTO E INFLUENCIA
“El proyecto empieza como tal en 2018, ni siquiera Alex o Bryan estaban en él. Ellos se incorporan después. Por aquella época nos llamábamos Influencia y nos dedicábamos a los covers. Hacíamos rock and roll. Tú sabes, como teníamos Varadero cerca, debíamos buscar entre las cosas que nos cuadraban a nosotros algo que le gustara al público también. La idea era poder trabajar en algún momento y ganar dinero”, cuenta Andy, guitarrista y director del grupo.
Muchos artistas, al entrevistarlos, reniegan del factor económico, como si fuera una herejía al Dios de la libre creación. Entonces, citan a las musas del aire y a las epifanías. Esa mañana me hablaron de las musas del aire y de las epifanías, pero también de la otra parte de la vida de los músicos, la que los une, por obra y gracia de la economía, al resto de nosotros: la necesidad de poner un plato (físico, no espiritual) en la mesa (física, no espiritual). Esta sinceridad de su parte me habla de personas con los pies en la tierra, aunque sus ganas de hacer lo que les gusta anden bien alto, más o menos, en ese margen donde la atmósfera se transforma en espacio sideral.
“En ese momento teníamos un formato más amplio con vocalista incluido y no poseíamos ninguna intención artística. Para mí el músico reproduce y el artista crea. La etapa de Influencia fue de preparación, de ir chocando con la realidad y crear un lenguaje común entre nosotros”, agrega Andy.
“El punto de quiebre fue en Santiago de Cuba, en el festival Jazz Na má”, explica Alex.
“Ya éramos trío de bajo, guitarra y percusión, y aún nos llamábamos Influencia cuando vamos a Santiago. Ahí nos dicen que existió un grupo muy importante en la escena local que se llamaba así. Imagínate, de extremo a extremo de Cuba la información no fluye muy bien. Era una banda con su reconocimiento, pero de eso aquí no se sabe mucho. Al jazz se le da poca cobertura mediática”, continúa la historia Andy.
“Para que no hubiera más dudas alrededor del nombre del grupo, porque nos llegaron a acusar de plagio, decidimos buscar uno nuevo. Así pasamos a llamarnos Heat Transfer. Además, al poder relacionarnos con otras bandas nos percatamos de que debíamos estudiar más y ponernos más serios sí queríamos destacar”.
TRES MUCHACHOS QUE APRENDIERON POR AHÍ
Andy García Ginoris es graduado de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Matanzas. Actualmente termina su servicio social en una empresa metalúrgica en Cárdenas. Sus compañeros afirman que es el más jazzista de los tres. Hasta ahora los temas propios que tienen montados son de su autoría, aunque ya trabajan en algunos del bajista.
Según me cuenta Andy, empieza en la música por embullo. Cosas de niño al que un día le ponen una pistola láser de juguete y quiere ser un vaquero espacial, y al otro, una guitarra y quiere ser una mezcla de Jimmy Hendrix con Leo Brouwer.
“Primero me interesé por la pintura; pero después apareció alguien en la familia tocando la guitarra. Años después empecé a estudiarla en serio por mi cuenta. Al inicio me incliné por la guitarra clásica, pero apareció una eléctrica y cuando tocó elegir me fui por la segunda. Nosotros tuvimos la fatalidad de que nos cogiera tarde, porque en este mundo se empieza desde temprana edad”.
Alejandro Arteaga Bazán, Alex, un mulato alto y con trenzas, me relata que tanto él como Andy empezaron con la guitarra gracias a los instructores de arte de su primaria. Sin embargo, después descubrió la percusión y fue “una talla de otro mundo”. Todo inició cuando escuchó un ensayo de Columbia del Puerto, un conjunto folclórico de Cárdenas. “Era una sensación que te subía por los pies y no tenía cuando parar”. Habló con Julián, un rumbero del grupo, y este le impartió sus primeras lecciones.
Cursa en la modalidad de trabajadores la carrera de Gestión Sociocultural para el Desarrollo. Me dice que aunque el arte sea lo suyo, su carrera le entusiasma y quisiera en un futuro unir las dos y ser una especie de promotor. Confiesa, sin ningún tipo de pudor, que el jazz no es lo suyo, que tiende más a la música cubana, quizás influido por el cuero que endurece las manos. Sin embargo, “Andy me dijo un día que cuando tú dominas el jazz todo lo que tocas después es más fácil, y tenía mucha razón”.
Bryan Santamaría Muñoz, el bajista, usa unas pequeñas gafas oscuras a lo John Lennon, en forma de lúnula, y por tanto parece que anda con la mirada perdida. Empezó en la música como un hobby, porque lo de él era el deporte. Estudiaba karate, para ser más específico.
“Aquí en Cárdenas vivo cerca de los Bomberos, y allí un trabajador del Sepsa, de apellido Ulacia, fue quien me enseñó mis primeros acordes en la guitarra. Más o menos al cumplir 14 años es cuando decidí poner ganas. Comencé de guitarrista en algunos grupos de aficionados y en Varadero; pero lo que siempre me gustó fue el bajo. En fin, aprendí por la calle, como aquel que dice”.
Actualmente es el bajista de Moneda Dura. Los tres, además del trío, llevan trabajos alternativos que les ayudan en el sustento económico. “Lo que aparezca”, me resumen en ese cubanismo que se traduce en algo así como “la vida está dura, mi hermano”.
“Mi objetivo con The Heat Transfer es crecer. Para mí el jazz es algo nuevo; normalmente he trabajado con el pop, el rock, el funk, la timba. Todo ello influye, porque el jazz es una mezcla de todos los géneros habidos y por haber. Además, tenemos tremenda hermandad”, concluye Bryan.
EL JAZZ NO SE DISIPA, SE TRANSMITE
Cuando decidieron variar el nombre del grupo, buscaron un concepto más elaborado. Andy me explica que la transferencia de calor (the heat transfer, en la lengua de Shakespeare y Dizzie Gillezpie), como fenómeno físico, es una de las líneas de investigación de su carrera, Ingeniería Mecánica. El calor es una forma de energía que surge de las reacciones exotérmicas. En sí, hay sustancias y objetos y gente que poseen la hermosa capacidad dentro de sí de mover al mundo.
“Queremos entregarle al público nuestras energías. El sonido es uno de los medios de trasmisión de energía más efectivos. Una persona escucha una canción y la tendrá ahí, nunca se va del todo, hasta que un día se sorprende tarareando la melodía”, asegura el guitarrista.
No obstante, no todos los medios o ambientes son los más adecuados para que la energía viaje, se transforme y crezca; algunos resultan hostiles y, más que la trasmisión, propician la disipación. La escena jazzística de Matanzas está entre ellos.
“Más allá de Mestizaje, es casi nula. Aquí se mantiene por Miguelón y el festival Matanzas Jazz”, comenta Alex.
Argumentan que entre los principales obstáculos se encuentra que no es un género comercial, en comparación con otros del mainstream tropical y “billboardesco” que componen la banda sonora de la Isla.
“Un día llegamos a un bar en Cárdenas, porque queríamos grabar ahí una especie de DVD; incluso nos ofrecimos a tocar gratis y nosotros poníamos todos los equipos de audio, pero al final nuestra propuesta no les interesó, porque no vendíamos”, narra Andy.
“Para tocar, aparte de cuando Miguelón nos invita, debemos acompañar a trovadores y así…; aunque la AHS también nos ha brindado oportunidades”, comenta el percusionista.
No existe la práctica cultural para su consumo. Por ello surge una dicotomía: si no se propician espacios habituales para que se presenten los exponentes del género —porque no llenan los locales y entonces descienden los litros de mojito que la gente bebe—, nunca se podrá fidelizar una audiencia y, por tanto, jamás serán rentables. Ahí se cae en un punto muerto que aquellos con el poder de solucionarlo deberían analizar.
“De eso va el arte, asere, de elevar la sensibilidad de la gente”, me afirmó Alex y concordé con él.
Mientras todo esto sucede, los muchachos de The Heat Transfer arman sus temas de a poco y sueñan con poder grabar su primer álbum. Ensayan cuando pueden, porque muchas veces la falta de fluido eléctrico se los impide y buscan brechas de espacio y tiempo donde poder tocar.
Al final, algo sí tienen claro: el jazz, como el calor, no se disipa.