Sin duda la victoria de Ignacio Lula da Silva reconfigura la escena política de Brasil y América Latina, dotando de un potente aliado a los movimientos de izquierda del hemisferio. Lula asume su tercer mandato, más robustecido, a pesar de la persistente intención derechista internacional de enlodar su imagen política.
Los continuos intentos por neutralizar el avance de los gobiernos progresistas desembocaron en una desleal guerra jurídica, conocida como Lawfare, de la cual han sido víctimas varios mandatarios de esta región. Tales son los casos de Cristina Fernández, Rafael Correa y el propio Lula.
Precisamente el reciente electo presidente se enfrentó a un sucio procedimiento, donde se le acusaba de corrupción. Incluso, llegó a permanecer en prisión hasta resultar absuelto y restituirse todos sus derechos políticos, lo que le permitió presentarse nuevamente a elecciones por el Partido de los Trabajadores.
“Casi fui enterrado vivo en este país. Considero el momento que estoy viviendo como una resurrección”, expresó Lula a una marea roja compuesta por millares de compatriotas que festejaron su victoria.
Entre las claves para entender este episodio de la política brasileña, una de las elecciones más reñidas, aseguran expertos, desde el regreso de la democracia al Gigante Suramericano, se puede mencionar en primer lugar la precariedad de un amplio sector del país, víctima de una aguda crisis económica, con el incremento del desempleo producto de la ineficaz gestión del mandatario saliente.
A ello se suma el “antibolsonarismo”, ya que entre los brasileños se hizo creciente el rechazo a la figura de Jair Bolsonaro, acusado de alentar la división del país. Su poca previsión y nula respuesta a los efectos de la pandemia también le pasaron factura. Sobre su administración siempre pesarán los casi 700 000 fallecidos por una enfermedad que él minimizó, tildándola de “gripecita”.
Lula vuelve a liderar la principal economía de la región. En sus hombros recae la tarea de aunar esfuerzo para la recuperación financiera del país, algo que consiguió en el pasado cuando Brasil experimentara una época de bonanza, la cual permitiera que 30 millones de personas ascendieran a la clase media gracias a programas sociales del Gobierno.
Para la integración de América Latina, la llegada al poder de Lula también representa un impulso, pues desde su posición apoyó a organismos regionales como la Unasur y la Celac.