Los apagones, brother, los apagones 

Vivir tiempos en que no sabes cuándo van a apretar el botón para dejarte sin luz y, entonces, tu documento Excel, con el cierre de mes de la empresa, se esfuma sin salvar; o no se termina de cocinar el congrí en la Reina; o no puedes saber si en la película, por fin, el bueno mató al malo; crea nuevos hábitos. Incluso, más adelante, cuando el problema con la generación eléctrica mejore, será difícil dejar estas costumbres atrás. 

1. Las lámparas de la casa parpadean. Te erizas. Un escalofrío te sube desde la espalda baja hasta la alta. El alma se te sale por la boca. Sin embargo, falsa alarma, es solo un bajón de voltaje. Mas, representa un mal augurio. La oscuridad anda cerca.  

2. Cada dos minutos compruebas la batería del celular; aunque esté en 98 %, no importa. El 2 % faltante nunca está de más. A veces lo miras encima de la mesita del cuarto conectado al tomacorriente y piensas que de tanta carga un día puede reventar, pero te da igual. Te asustan menos las bombas de tiempo que quedarte sin hacer nada en medio de la penumbra. 

3. Las labores del hogar no tienen hora. Los frijoles se ablandan tan bien a las siete de la mañana como a las seis de la tarde. Puedes lavar en una madrugada y a la siguiente planchar. La plancha no se fugará con nadie. Aunque, valga la advertencia, tirar agua a las 12 de la noche, para quienes se pongan a baldear a esa hora, solo da suerte los 31 de diciembre.    

4. Aprendes a hilvanar historias mejor. Si te pierdes un capítulo de la novela o de la serie de turno en Multivisión, donde todos han estado con todos, cuando no coincida el horario del programa con el de las afectaciones, debes empezar a rellenar huecos de la trama. 

Incluso, te puedes poner dichoso y a la mañana siguiente, cuando lo repiten, tampoco tengas corriente.

5. Comprendes que en la vida no se puede tener todo. Como mismo te lo dan, te lo quitan. Tratas de dormir, pero hay un calor agobiante. Abres las ventanas para que entre el fresco. Vuelves a la cama. La brisa nocturna te refresca y por unos segundos sientes alivio, hasta que te pica el primer mosquito. 

Aguantas impávido. Te rascas con suavidad para no hacerte postilla. Te abanicas con un trapo las pantorrillas. Todo es mejor que volver al sofoco. Sin embargo, no lo soportas más y cierras las ventanas de nuevo. Prosigues con el ciclo hasta que estás tan cansado que ni levantarte de la cama puedes. No te interesa que al otro día amanezcas lleno de ronchas o con la sábana pegada al cuerpo por el sudor. 

6. Recuerdas que las velas no solo son para encajar en el merengue del cake y para pedirle fuerza a la Virgen. Además, debes buscar en el fondo del escaparate las linternas y comprobar si las pilas funcionan, porque tanto las doble A como las triple A andan perdidas. 

Si por alguna casualidad tienes lámparas recargables, debes recordar, antes de irte al trabajo, al igual que echarle agua a los perros y comprobar que desconectaste la olla, ponerlas a cargar. Por lo menos sirve para ejercitar la memoria. 

7. Hay dos tipos de caracteres: los meticulosos y los que les gusta dejarse llevar. Los primeros buscan en Facebook la programación de los apagones e intentan entender las tablas, con sus respectivos bloques, y a partir de ellas organizan su día. Los otros se enteran por los gritos que se dan los vecinos, de una casa a otra, o por el vendedor de pan que pasa y como no hay nada mejor que hablar te suelta de repente, “dicen que hoy toca de 12 a tres”.

8. A veces, con la vista cansada por el brillo de la pantalla del celular, cuando te quedaste sin nada que decir en los chats, sin un corazón más que regalar en Instagram, con Facebook, cuyo algoritmo te vuelve a repetir los posts una y otras vez, te lanzas a socializar. 

La familia se acomoda en la sala o en el portal y, entre abanicazos para espantar el vapor y los mosquitos, recuerda los viejos tiempos: los fines de año, cuando el tío le cayó a las empellas como si no hubiera un mañana, la nuera que nadie aguanta, el primo que hace meses no escribe. 

Para los cubanos, los apagones son como un viejo conocido que nunca soportamos. Entonces, un día tropiezas con ellos en la calle, cruzas de acera, bajas la cabeza y comienzas a rezar: ¡Por favor, no! ¡Por favor, no!  ¡Por favor, no! Prometes, con los dedos cruzados, este año ser un niño bueno: lavarás los platos después de comer y no esperarás al otro día; no dirás más en el trabajo que el transporte está “de madre, tú sabes”, si llegas tarde porque la noche anterior te fuiste de parranda. Sin embargo, cuando levantas la mirada, ahí está, para soltarte alguna tiñosa en medio del pecho y otra y otra, hasta que revientas y se te sale un ¡Hasta cuándo!

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4 Comments

  1. Muy acertado tu comentario como siempre, nada Guille que el infierno de Dante se traslado a Cuba, lo que no sabemos es quien le dio el destino Cuba al italiano, o será que los errores que se cometen se llevan por algún ente espiritual que es quien da los tips a la Providencia, mis saludos

  2. Muy bueno pero la parte de la programación de los dichoso apagones por lo menos en mi pueblo no se cumple. Te dicen una cosa y te hacen otra, ayer por ejemplo la quitaron casi todo el día. A la seis viene y en menos de una hora la vuelven a quitar. No dio tiempo para nada y después cuando uno se le suben los humos a la cabeza te dicen que no tiene la razón. Y claro cuando llamas a la empresa los Muy hijos de P**a te lo descuelgan y dice que esta ocupado.

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