Sacar de a poco del fondo del bolsillo una bolita de papel y rezar por que no sea la papeleta de la función de teatro o el cucurucho de maní engurruñado que cuando terminaste de comértelo no había un cesto de basura cerca. Percatarte, entonces, de que al final es un billete de 20 pesos que sobrevivió a la lavadora. El último grano de maní tostado que no se queda trabado en el fondo para que no debas ripear el envoltorio porque él no va a ser más duro que tú.
Ese amigo que sabes que pueden estar dos meses sin saber el uno del otro y te escribe un día “¿Qué bolá, asere?”, y tú le contestas “Aquí, en lo mismo con lo mismo”, y parece que el tiempo no pasó, que solo fue a la esquina a comprar cigarros. La fosforera con problemas en la piedra que enciende al primer toque. Una buena data en el dominó. Pegarse con el doble nueve.
Todo el día una canción te ha rondado la cabeza, la tarareas y la tarareas, pero no recuerdas cuál es, no pasa de ser una melodía sosa, y de repente en el televisor la pasan y te das un golpe en la frente y exclamas: ¡Coño, era esa! El primer aguacero de mayo. El socio que te encuentras mientras vagas por la ciudad y te invita a un café en una de esas tardes lentas en que el mundo se da sillón aburrido en la sala de su casa. Entrar en una tienda con aire acondicionado cuando el sol golpea en perpendicular el asfalto.
Hallar en la cafetera un último buchito, cuando estabas seguro de que ya no quedaba más. El agua de la calle que llega en hora y la Guiteras echa humo por la chimenea. El ruido del ventilador después de tres horas de apagón. Cuando te bañas con un cubo, y dejas una buena cantidad en el fondo para echártela arriba y recrear tu propia cascada en dos metros cúbicos de loza.
Cuando te diriges a casa y piensas que en dos cuadras más serás melcocha en la acera y pasa un vecino y te da botella. Una reunión nocturna en una azotea con la gente del pre y mojitos caseros. El flan que se deshace nada más siente la cuchara. El gato que se acurruca entre tus muslos mientras observas la película que te recomendaron hace meses. El primer día frío del año. El poder quedarte en cama y remolonear al igual que el gato lo hace sobre tus muslos.
El aceite que no salpica fuera del sartén cuando le echas el huevo para freírlo. El homerun con hombre en base en el noveno inning cuando tu equipo pierde por una carrera. El gol de chilena. El gol de media bolea. El gol de taquito. Un atardecer en la playa con el mar sereno y tibio para poder bañarse sin quemarte y recibir la noche en el agua que luce como otra noche que tu cuerpo rompe como la quilla de un barco. El olor a libro recién salido de la imprenta, al que se le corre la tinta de las letras cuando lo hojeas. La carta de amor que encontraste traspapelada en el expediente de la secundaria.
El llegar del mensaje que esperaste por una semana. El olor que inconscientemente te arrastra a los azahares florecidos del patio de los abuelos. El salitre que le llena el alma de mar a los que crecieron en ciudades costeras. Encestar el papel en el cubo de basura del primer lanzamiento cuando quisiste jugar a ser Michael Jordan con la cuenta del teléfono. Un abrazo cuando parece que todo alrededor se derrumba y tú te derrumbas también. Cucharadas y cucharadas de leche en polvo robadas a escondidas para que tu madre no te descubra mientras asaltas la cocina en plena madrugada.
Vencer al Boss final de ese juego después de 12 intentos. Un martes gris que incita a la nostalgia. Ganar una discusión insulsa. Cuando en la serie que sigues tu personaje preferido sobrevive, aunque todo parecía indicar que no. Brincar un charco grande sin salpicar o que se te rompa el pantalón. El pulóver que encuentras después de que lo diste por perdido durante años. Un beso con baba. Un beso francés. Un beso de piquito. Un beso por WhatsApp. Un beso en la palma de la mano que luego con un soplo se arroja a surcar el aire como un cohete de papel.
Todas esas pequeñas cosas, nos ayudan a vivir.
(Crónica basada en la canción homónima de Joan Manuel Serrat)