De esa ciudad de días pasados quemada por el sol, que de mirar en los espejos podías encandilarte por el brillo queda poco. Una sombra vuelve las fachadas de los edificios, a la silueta de los transeúntes, a los perros callejeros más grises. Con los ojos al cielo vemos cómo la columna de humo se agranda, como si quisiera estirarse por todo el horizonte. Entonces confundimos el humo con nubarrones, pero llueve y esa lluvia entre tanto mal augurio, entre tanta tristeza, da un poco de alivio, unas gotas de esperanza. (Fotos: Ramón Pacheco Salazar)
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