Mucho antes que los errantes europeos “descubrieran” la bella geografía cubana, una fabulosa y decadente cultura, producto de la beligerancia con otras, había llegado a los márgenes de la gran Península de Zapata, y con ella costumbres y tradiciones hoy aparentemente extirpadas por la furia de los años.
Poco conocen los habitantes actuales del más grande y mejor conservado humedal del Caribe Insular sobre la vida de estos hombres pacíficos, de poca estatura y corpulentos, que en grupos pequeños y aislados unos de otros, encontraron en la naturaleza cenaguera todo lo que necesitaban para establecerse.
Considerados “apropiadores de medios” por haber desarrollado actividades como la recolección, la caza y pesca a partir de la elaboración de instrumentos con objetos que la propia naturaleza, con sus bondades les proveía, fueron poblando como nómadas espacios que aún hoy destacan por la belleza y abundancia de especies de la flora y fauna.
Adentrarse en los bosques de la ciénaga en busca de vestigios constituye todo un reto para especialistas que tienen a su cargo salvaguardar el patrimonio precolombino en el vasto humedal, sobre todo por las características del terreno, que suele ser cenagoso y de difícil acceso dada la transformación de la vegetación a través de los años. Estas actividades preferiblemente se hacen durante la época lluviosa si se carece de información que permita localizar los posibles montículos como se les llama, pues las zonas más elevadas quedan descubiertas y así la exploración resulta más fácil.
Al llegar a los lugares rápidamente se puede determinar si constituyen sitios arqueológicos por la abundancia de materiales de origen natural en la superficie, principalmente conchas de moluscos amontonados, a los que se les puede ver cierta trasformación de origen humano como perforaciones o desgastes, algunos con impecable factura; aparecen junto a estos restos de la dieta como huesos de mamíferos, aves y reptiles.
Hasta la fecha se han reportado más de cincuenta sitios arqueológicos de estos aborígenes que se diferenciaron del resto de la Isla de Cuba por sus ajuares y costumbres. El más famoso lo constituye “Guayabo Blanco”, el cual da nombre al “Hombre de Zapata” como comúnmente se le conoce, descubierto en 1913 por una comisión a cargo del ingeniero Juan Antonio Cosculluela que bien se narra en su libro “Cuatro años en la Ciénaga de Zapata”, donde se encontraron restos humanos que hoy se resguardan en el Museo Antropológico Montané.
Algunos solo constituyen emplazamientos donde se elaboraban instrumentos, se extraían o sacrificaban animales conocidos como “basureros arqueológicos”; otros sitios habitacionales y funerarios; cada uno con características diferentes, aunque todos cercanos a fuentes de agua dulce como cenotes, lagunas o esteros.
Para el amante de la historia y la aventura resulta como una especie de invitación a viajar a través del tiempo. Cada objeto observado es una fuente invaluable para lograr un mayor conocimiento de nuestros hombres primitivos y su interacción con la naturaleza.
Sin intervenir los sitios como norma, se toman numerosos datos que conformarán una caracterización lo más completa posible para que este patrimonio no se pierda y que las futuras generaciones puedan conocer sobre sus orígenes. Así, gubias, cucharas, martillos, arpones y hasta anzuelos no quedarán como simples trozos de conchas en medio del pantano.
Conocer sobre el antepasado del cenaguero ayudará además a comprender prácticas, modos de vida, costumbres que hasta la fecha han perdurado en el vasto territorio de la siempre bella, misteriosa y encantadora Ciénaga de Zapata. (Por: Yoandy Bonachea Luis. Fotos: del autor)
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