Eran pasada las 11 de la mañana y en San Pedro de Mayabón el Sol estaba decidido a derretir piedras, árboles y a los menos de 20 seres humanos que acudimos al recibimiento de los Cocodrilos. Sí, poquísimos estábamos allí en aquel punto limítrofe entre Villa Clara y Matanzas, mi primer pensamiento fue breve: «deja que los muchachos vean que aquí no hay casi nadie».
No quise preguntar para no pecar de imprudente, pero llamó mi atención el silencio de los equipos de audio dispuestos en la plazoleta; una mirada inquisidora bastó para que uno de los organizadores respondiera, «es que no hay electricidad, pero está al llegar».
En efecto comenzó la música pocos minutos después, un periodista local hacía las veces de locutor y comenzó a llegar una marea de estudiantes y pobladores que provocaron un suspiro de alivio en mí. «Ahí vienen», fue el grito de alerta ante la caravana que se veía a lo lejos y la algarabía no se hizo esperar. Matanzas Campeón se escuchaba fuerte y claro, pues para el pueblo matancero esa era la realidad luego de creer que quedarían fuera incluso de la clasificación.
Fueron bajando del ómnibus uno a uno saludando a todos, haciéndose fotos y sinceramente sorprendidos, noté que no se esperaban lo que estaba ocurriendo. Pocos momentos bastaron para recibir el agasajo y continuar el camino, que ya yo había experimentado en otro escenario y sabía sería largo.
Solo me asaltaba un resquicio de duda, pues me habían dicho que la afición matancera es muy exigente. A lo largo del camino en Los Arabos, Colón, Perico, Jovellanos, Coliseo, Limonar, en cada pueblito o caserío con carteles, aplausos y lágrimas el amor se iba multiplicando y yo descubría un pueblo agradecido del que no me habían contado.
Alrededor de las 4 de la tarde hacíamos la entrada en Peñas Altas, yo no me había percatado pues estaba mandando fotos para actualizar la información y solo escuché al chofer decir «uf como está esto»! No había espacio en la ciudad donde faltara el abrazo envuelto en banderas rojas, pañuelos, pulover, gorras y besos lanzados al azar para todos y cada uno de los que dieron y dan mucho de que hablar, celebrar y también sufrir.
En la plazoleta de la playa El tenis fue el colofón; allí agradecieron y se comprometieron a traer la corona el próximo año y allí, confieso que saltaron lágrimas y una extraña sensación de pertenecer a ese momento luego de 5 meses de bregar junto a ellos, a sus anhelos y dudas.
Fue un día especial, mágico, de esos que no olvidaré; una probadita de matanceridad que experimenté extasiada aunque mis orígenes descansen a cientos de kilómetros. La pelota es eso y muchísimo más en un país de esfuerzos constantes y en esta, su cuna nacional, le rinde honores un equipazo y una marea de pueblo que sigue fiel a sus campeones.
Exelente crónica, felicidades .