Layna Fernández, fotógrafa española, expone por primera vez en Cuba.
Foto: Del autor
Cuba no cabe en un cartel, donde una bailarina de Tropicana, mulatísima en maillot y con penacho de plumas, te invita a un “Paraíso bajo las estrellas”. Tampoco se puede resumir en fotorreportajes, donde sirven el morbo tercermundista con bastante cebolla y albahaca, manjar para paladares aristocráticos. La comprensión de un entorno sociocultural tan complejo no puede pecar de maniqueísta ni facilismos.
Layna Fernández, fotógrafa española, encuentra quizá la que sea la solución más salomónica a esta dicotomía: enfocarse en la gente. En su exposición personal Atrapados en azul, inaugurada en la sede de la ACAA el pasado miércoles 15 de junio, cada individuo es un poquito de tierra y, montón a montón, arman una Isla. Las 14 imágenes que conforman esta muestra son parte del libro Oxímoron. La Isla que flota sumergida, en coautoría con su coterráneo Rafael Torres.
“Recorrimos el país en varios viajes. El libro se basa mucho en la estética, en el color, en las luces tan duras que hay aquí. Sin embargo, lo que más me ha atrapado, tanto en las vivencias como en la fotografía, es la gente”, confiesa ella.
Siempre queda el miedo a la visión del otro, sobre todo del extranjero. Hoy le porfiaríamos, porque sí, por desconfiados, a Colón lo de la tierra más hermosa del mundo. Nos asustan las diferentes Cubas posibles según las percepciones políticas de quien quiere comprendernos. Hay quien busca desesperadamente la pobreza debajo del tapete, sin importarle de donde proviene y por qué está ahí, y otros que cazan los graffitis del Che.
Nos preocupan, además, los estereotipos que pesan sobre Cuba: el chevrolet descapotable rosado que se transforma en máquina del tiempo, mientras recorre el malecón de La Habana, y que todos los mulatos canosos fuman tabaco y visten de babalawo. Por desgracia, nosotros mismos hemos potenciado muchos de estos clichés, a base de una publicidad mojigata y con mucho mojito.
Sin embargo, detrás de las instantáneas, tanto de la muestra como del libro, no existe una premisa. No quieren demostrarnos nada, más bien mostrar al cubano en su verdadera naturaleza, transeúnte de su tiempo y circunstancia. Tiene un carácter descriptivo, de espejo liso, no cóncavo, donde la realidad se desdobla y altera.
“La manera en que aquí se apresan los instantes de una Cuba profunda deviene crónica de vida contemporánea. Esfuerzo y felicidad pueden ser caras de una misma moneda, donde lo que verdaderamente importa es el ser humano. Las secuencias de rostros y la yuxtaposición de iconografías de héroes colocan todo en un lugar en que la epicidad se levanta cada mañana, brega toda una jornada y a ratos se permite disfrutar de su propio cuerpo, el público y el privado”, escribe Laura Ruíz Montes, intelectual matancera, en el prólogo de Oxímoron. La Isla que flota sumergida.
Quizás necesitamos eso mismo, alguien que nos observe desde fuera, de manera imparcial, como Layna, porque, a veces, sumergidos en la cotidianidad, le pasamos por encima a nuestras esencias.