El 1.o de abril de 1957, día de los inocentes para los anglosajones, la cadena británica BBC, a modo de broma, transmitió una noticia sobre la cosecha de espagueti en Suiza. El resultado fue totalmente imprevisto, cientos de espectadores llamaron en busca de consejos para cultivar esa apreciada pasta en sus casas.
Es un hecho constatado que la mayoría de la gente cree, de manera más o menos irreflexiva, lo que dicen los medios. Ya lo había demostrado Orson Wells en 1938, con su célebre transmisión de La guerra de los mundos.
Por supuesto, ni Wells ni la BBC inventaron las llamadas “fake news”. Han existido desde siempre. La que se considera la primera noticia falsa de la historia contemporánea fue impresa en 1835, por el diario neoyorkino The Sun, y trataba sobre supuestos alienígenas que habitaban la Luna.
Esta publicación del periódico norteamericano coincide, no casualmente, con la expansión y abaratamiento de la prensa gracias a los avances tecnológicos de la época. Desde entonces, la maquinaria mediática no ha parado de crecer, y con ella, la difusión de informaciones no confirmadas o abiertamente maliciosas, hasta el punto de constituir uno de los mayores problemas en el actual ciberespacio.
Las redes sociales complejizan este fenómeno, pues cada receptor constituye un potencial emisor. Hoy todos somos medios de prensa. Así los bulos se multiplican infinitamente a velocidad relámpago.
Muchas fake news tiene un objetivo ideológico, se crean para influir directamente en la política, aunque difieren de la propaganda, pues no buscan convencer sino crear una realidad alternativa de acuerdo con sus intereses.
Otras tienen un fin meramente económico. Las ganancias en internet provienen del tráfico de información, visitas a sitios y clics; todo eso trae publicidad asociada. Resumiendo: hay gente a la que, si vende, le importa un rábano la veracidad de los hechos.
Los mensajes falsos escarban en las zonas más irracionales de nuestros cerebros, apelan a sentimientos como el miedo o la empatía. La reciente epidemia de covid-19 resulta un caso sumamente ilustrativo. Mientras el mundo era asolado por el temor a la enfermedad, tan solo en Twitter se pudieron identificar más de 1,5 millones de cuentas sospechosas de compartir información manipulada sobre el coronavirus.
Ante una nota impactante es normal que sintamos el impulso de compartirla inmediatamente, pero no hay que dejarse llevar por la emoción, es de vital importancia tomarnos al menos un minuto para reflexionar, o podríamos hacer eco de fake news.
Primero, leerla hasta el final, no solo el titular o el primer párrafo, para saber realmente de qué va. Quién lo dice también es muy relevante, fíjate si se trata de un medio reconocido y si la nota cita estudios científicos, instituciones u otras fuentes de prestigio que avalen su información. Sigue tu intuición: cuando algo luce raro o inverosímil, probablemente lo sea, ante la duda guglea y comprueba si otros lo corroboran.
Se debe educar la responsabilidad al compartir contenidos en los entornos digitales, sobre todo en los grupos etarios más vulnerables, como los muy jóvenes o los de la tercera edad. Mantener una postura crítica es fundamental a la hora de enfrentarnos a la marea de información que nos arrastra, una vez que traspasamos el umbral del ciberespacio.
Puede parecer difícil al principio, pero a la larga constituye la única manera de no prolongar la cadena del engaño. No olvidemos que una mentira mil veces repetida puede ser lo más parecido a una verdad.
(Caricatura: Miguel Morales Madrigal)
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