Hoy los labios rojos se apoderaron de Facebook. Selfies y selfies de muchachas con poses de boquita de pescado, algunas con más disimulo y otras como si quisieran estamparle un beso al mundo.
A partir de hoy, después de dos tristes años, el Ministerio de Salud ha publicado que no es obligatorio el uso del nasobuco en lugares públicos.
Hoy aquellos que debían mover sus espejuelos por todo el puente de la nariz para que no se les empañara alcanzan un poco más de nitidez. Esos que vivían en una vaporosa realidad, como si contemplaran el mundo por la ventanilla de un automóvil bajo llovizna, no deben detenerse cada veinte metros para limpiar los cristales de las gafas con los bajos del pulóver.
Hoy hay quien, como yo, cuando se tropezaron con un policía en la calle se sobresaltaron y enseguida pensaron en colocarse el nasobuco. Entonces lo buscaron en el bolsillo del pantalón, en el fondo del bolso y no lo encontraron y escalofríos comenzaron a subirle por la espalda hasta que se acordaron que no había que traerlo puesto. La mente te juega malas pasadas.
Hoy nos percatamos que el hombre es un animal de hábitos. A cuenta de olvidos, de salir a la calle sin nasobuco y tener que regresar a buscarlo con un pañuelo o una bufanda atado en su lugar, como si fuera una mordaza, y esperar a que si te encontrabas con un inspector cerca te la dejara pasar, logramos incorporarlo a la rutina.
Hoy muchos, cuando fuimos a salir de casa, nos pusimos el nasobuco sin querer; aunque sabíamos que no era necesario. Nos empujó la fuerza de la costumbre, la misma que provoca que mientras echamos el llavero en el bolsillo pensemos en el próximo gol, en lo poco que te gustó la última novela cubana o en las llamadas que debiste hacer y que al final nunca tuviste el valor para levantar. Entonces una cuadra antes de arribar a tu destino te preguntas si cogiste el llavero.
Hoy reafirmamos que el cuerpo tiene su propia memoria y que después de par de años se nos queda el gesto de bajarnos el nasobuco hasta la mandíbula y tomar una bocanada de aire que nos reinicie.
Hoy los sarcásticos y aquellos que sus expresiones faciales los delatan, los que no pueden aguantar la risa en medio de una reunión de trabajo, de una cena con la parte rancia de la familia pierden un aliado. Tienen que practicar frente al espejo su cara de circunstancia.
Hoy nos alegramos al pensar en las veces que el nasobuco se rompió y debiste presillar la tira o pegarla o hacerle un nudo hasta poder llegar a la casa; o que debimos pedirle uno de repuesto al amigo precavido.
Hoy recuerdo a una amiga que le decía por el cono blanco en la parte delantera a los del modelo KN95, los que utilizaban los médicos, “picos de pato” y a otra que sin importarle manchar la tela todo los días se pintaba los labios y al final terminaba con todo el borde de la boca lleno de creyón. En la mañana su rostro con las bembas estiradas fue de los primeros que apareció en mi muro de Facebook. Ella me alegró el día.
Hoy me vienen a la cabeza aquellos quienes se desesperaban por no tener un nasobuco que combinara con el outfit y otros que buscaban o mandaban a hacer uno que los identificara y entonces la gente llevaba en el rostro como divisa: Mafaldas, banderas de Cuba, la estampa del Che de Korda, naves espaciales de Star Wars, un corazón asaetado, el logo del Real Madrid.
Hoy se respira mejor y no solo porque las bocas se hayan ido de fiesta, sino porque la medida nos dice que mucho dolor, mucho sobresalto, muchas lejanías han quedado atrás.