Teatro El Portazo estrenó hace varias semanas el texto Por gusto, del dramaturgo Abel González Melo, en su sede del Biscuit, dirigida por Pedro Franco. La obra forma parte del repertorio de la primera etapa de la agrupación, en la que también estrenaron textos otros dramaturgos jóvenes.
Hay varias cuestiones que me interesa destacar de esta puesta. Entre ellas está el regreso al concepto de autor de hace 10 años, y a cómo se trabajan las historias y personajes, en una estructura que se lee de manera superpuesta, cruzada desde el corpus textual, para lograr un resultado orgánico. Esto compromete al espectador a aguzar su sensibilidad y sentido de lo que nos propone la puesta, que Franco asume de forma novedosa, reinventándose.
Sobre el escenario se arma y desarma un andamio, móvil o inerte, en que se mueven esos jóvenes, cuyas vidas “giran” de manera cíclica, se sustentan de la sobrevivencia, de horizontes dispersos que nunca vemos. El Biscuit obliga desde el punto de vista espacial a ser cada vez más creativo, y es en esta obra, un dispositivo metafórico, que recurre al universo urbano, a ciertas zonas del mismo, a recrear otros espacios, abiertos o íntimos, parque, casas, celdas, que funcionan como signos de cada personaje, un pintor, un policía, una estudiante-trabajadora social, un profesor de filosofía, y a la vez de todos.
Es en esa recreación en que se dinamitan biografías, circunstancias y conflictos, que los separan y los unen, y donde se dialoga con una realidad, intervenidos por podcast y varios dispositivos de la modernidad, que ofrecen otra perspectiva escénica y otra manera de enfrentar las experimentaciones en el cuerpo textual (diálogo-acotaciones), propuestos por González Melo.
Existen varios aspectos que contribuyen al dinamismo, por ejemplo, lo coreográfico, lo musical, que crea un contrapunteo en que mezclan muchas voces, signos que adquieren sentido dentro de la mixtura de propuestas musicales, así como lo valida el diseño, tanto escenográfico como de vestuario, en el que la marca Adidas nos lleva a caracterizar, simbolizar, referir.
La escenografía es un elemento esencial en esta armazón de fragmentos de isla, iceberg de traumas, sensualidades, violencia y ritmos de vidas, llenas de incertidumbres y amenazas, porque potencia un despliegue de referentes que conforman un imaginario insular, que gira y se descompone.
Los actores —apunto— que hace menos de 15 días pude ver en otra puesta, muestran en escena el rigor, la búsqueda y la capacidad de mutar y transmitirnos la tragedia de los personajes creados por Abelito, en una obra escrita a principios de siglo.
Mis visiones son la del que asiste a un ensayo, y lee las potencialidades de un espectáculo, las vías en que se es fiel a una poética, atravesada por varias dinámicas estéticas, éticas, ideológicas, de comunicación con un público con el que se conecta la historia de El Portazo y, por lo tanto, es una primera opinión.
Esta es una puesta con transgresiones, permeada por las marcas de una generación de la era tecnológica. Es una invitación a adentrarnos en la intimidad de estos cuatro jóvenes, los protagonistas de un viaje al mundo subyacente de una ciudad, una reflexión cruda y poética de la realidad.
El Portazo abre sus puertas y el andamio se reconstruye.