
Raudel Demetrio Barrios Rego conserva como uno de sus más brillantes trofeos el recuerdo de haber pedaleado, durante años, miles de kilómetros junto a Sergio “Pipián” Martínez y Raúl ”La Locomotora” Vázquez, ambos leyendas del ciclismo cubano.
Infortunado en su andar inicial sobre los ciclos, pero persistente, narra emocionado y con voz cálida, como se unió a ellos, a quienes conoció “recién llegado a la preselección del país, todo un lujo entonces.
“Muchos pensarán que ahora también cuesta trabajo lograrlo, pero en aquellos tiempos, década del 60, constituía algo excepcional. Eran contados quienes ascendían hasta ese nivel. Los que integraban la sexteta de lujo del equipo nacional que viajaban en varias ocasiones al exterior, eran mucho menos, así como pedalear con las cuatro letras en la espalda durante las afamadas e históricas Vueltas a Cuba (V/C).

“Me erizo cuando pienso en aquellos recorridos de Oriente a Occidente, con la serpenteante caravana multicolor. Una fiesta deportiva disfrutada por miles de personas que corrían para vernos pasar por pueblos y ciudades. Cuanto diga es poco, se lo juro. Eran días de gloria.
“Las personas, seguidoras o no de nuestro deporte, ensordecían cada tramo de carretera y las calles en lugares urbanos, donde entrábamos raudos para conquistar los premios intermedios y finales de cada meta.
“Quienes nos observaban comentaban luego que, ora camisetas azules, verdes y negras, ora blancas, rojas o grises, pedaleábamos a más no poder. Bañados de sudor, agitados, estimulados por los gritos. Parecíamos titanes sobre poderosos corceles en pos del triunfo definitivo.
“No exagero si digo que en centros de trabajo y escuelas daban permiso para que nos vieran y saludaran. Las exclamaciones de ‘¡Pipián, Pipián!’ eran las más escuchadas. Los matanceros nos sentíamos orgullosos, felices, porque esta estrella del pedal, si bien era natural del pueblo que identificaba con su ilustre alias, se formó y competía por Matanzas, de la cual es y será siempre un hijo ilustre. Lo perdimos joven, el 2 de octubre de 1979, tras fatídico accidente de tránsito en La Habana”.
Manifestó con voz aguda, ojos vidriosos, como si viviera en esos momentos aquellas odiseas. Sus brazos permanecen rectos, los músculos tensos, la mirada perdida en el pensamiento. Silencio en la sala de su residencia, en el reparto Naranjal, en nuestra ciudad.
Respira profundo, mira a la familia que lo rodea y prosigue. “Como ‘Pipián’ y Vázquez eran del equipo grande, los demás miembros de la preselección competíamos en la V/C por sus provincias. Aunque con los años la memoria comienza a ‘patinar’, no se me olvidan sus nombres: Ángel y su hermano Carlos de León, Leopoldo Tundidor, Pedro Palmer, Bernardo Candelario y yo; con Mario Prado como director técnico.
“Nos batíamos con cualquier equipo, incluido el Cuba, porque, además de calidad, había compañerismo, nos llevábamos muy bien. Era, como se dice en Los Tres Mosqueteros: ‘Uno para todos y todos para uno’. Siempre teníamos a nuestro líder, y a ese lo ayudábamos para que se mantuviera entre los primeros del giro. Cuando su bicicleta se ponchaba le cedíamos la nuestra”.
Con esa sonrisa perenne y el hablar sin parar que lo identifica —Olga, su esposa, aseveró que es herencia de la velocidad aplicada al ciclismo—, pasa esta página de su agitado actuar sobre el asfalto y polvorientos caminos, sin detenerse para aliviar la vejiga o calmar la sed, para hablar de los cimientos de esta carrera deportiva.
“Tenía 16 años cuando un domingo, el ya mencionado Mario Prado viajó a mi pueblo natal y convocó una competencia. Yo no tenía bicicleta y un vecino me la prestó. Tenía partido el eje delantero, pero con ella gané el circuito cerrado (18 kilómetros) San José-Banagüises-San José. Después me llamaron para la justa regional y, como seguía en iguales condiciones, Mario me dio su bici, y con ella hice los mil metros individuales y la ruta (60 km).
“En los 1 000 m vencí fácil, pero en los 60 km, al desconocer la técnica, hice de las mías. Al primer pedaleo me llevé el piñón. Me la cambiaron con el consejo de no hacerle fuerza a la salida. Partí último, bajé la cabeza, le di con todo y cuando levanté la cabeza era el primero. Ni yo lo creía, pero era realidad.
“Luego vino la provincial. Ahora la ‘máquina’ llegaba de manos de la administración del Inder de Colón. En la competencia de ruta salimos de Santa Marta, Varadero, rumbo a Cantel, Camarioca, Boca de Camarioca y regreso al punto de salida.
“Todos con ciclos de carrera, excepto yo, por lo que en el llano me dejaban atrás, y en las lomas aprovechaba y los pasaba porque la mía era pesada y resistente. Esto me permitió que en la pequeña subida de Matanzas a Santa Marta logré adelantarlos y llegar primero para sorpresa de mis colegas.
“Una vez, llegado a la preselección nacional, participo en un certamen en la capital y, con esa fuerza mía, tuvieron que cambiarme la bicicleta varias veces. Además, aun sin equilibrio, hice rodar a algunos por el piso, por lo que al terminar la competición el inolvidable Reynaldo Paseiro le dijo a Prado: ‘Ese guajiro mulo que nos mandaste nos va a acabar con todas las bicicletas, y en la próxima competencia llegará solo a la meta’”.
Al concluir, los presentes se miran, no ríen, pero en sus rostros afloran ciertas mímicas que indican algo muy parecido. Así es Raudel, atleta que ayudó a asentar y desarrollar el ciclismo en Cuba, junto a “Pipián”, “La Locomotora” Vázquez y muchos otros.