La “paja”
Claudia recuerda que estaba en séptimo grado cuando indagó por primera vez acerca de la masturbación. Una idea fija daba vueltas en su cabeza como un nudo gordiano imposible de desatar: ¿qué significaba el vocablo “paja”?; porque “paja” podía ser una palabra escabrosa, un escándalo o un gran motivo de risas, según las circunstancias. De aquel término, de dominio aparentemente masculino, solo intuía que podía estar asociado al apetito sexual de los varones de 12 y 13 años, pero nunca lo relacionaba con el femenino.
“Entonces pregunté a una amiga hija de padres ginecólogos, que me miró sorprendida y respondió: “¿No sabes qué es la masturbación?”. Negué, y ella prosiguió: “Ah, pues se trata del acto de tocarse y autocomplacerse”.
Claudia y Patricia habían sido socializadas de modos diferentes, no sin gravitar en los círculos morales y tabúes de otras familias desde la temprana infancia, como parte de los ineludibles procesos de intercambio.
A la luz del tiempo esta joven reconoce no haberse masturbado plenamente hasta los 19 años, pues a esa edad comprendió la funcionalidad del clítoris. Durante ese período ella exploró, aunque sin resultados tangibles, por aquellos terrenos pantanosos, en busca de la fuente del Éxtasis de Santa Teresa, o algo parecido a lo que provocaba gritos de espasmos en las escenas eróticas de televisión.
La “paja”, como construcción social, ha devenido en experiencia constituyente de lo masculino. Alguien puede mofarse en casa porque un varón se demore en el baño, y luego preguntarle, como a Carlos, si ha “meado dulce”. No así con muchas adolescentes en el seno afectivo del hogar.
En un primer momento, la masturbación parece no ser patrimonio femenino. Los hombres pueden hablar del acto con toda naturalidad cuando ellas piensan todavía que sin pene no hay paraíso.
Las mujeres conversan
“Mi cuerpo es una República en Armas”, dice Clara, y pienso que es como si siempre estuviera alzado. Justo en ese instante reflexiono, y digo: “Bueno, el mío es como un ‘siglo XX’, crisis, guerra y revolución por cada inhalación de aire”.
“Es mejor desvestirnos de aquello que no nos queda, como los prejuicios y las cargas moralistas de las generaciones de nuestras madres y abuelas; entre nosotras hablamos mucho y reconocemos qué nos daña”.
Las palabras entre mujeres son a sus conciencias como el polen a las flores, despiertan los sentidos y fertilizan la razón. Por medio del intercambio, comparten sus temores y deseos recónditos, comienzan a pensarse como agentes de su propia dignidad y felicidad.
“Esta historia no es mía, es de una amiga cuyo nombre me reservo, —afirma—. Tenía un novio, pero apenas disfrutaban una intimidad segura. Ella debía esperar a que su padre saliera a trabajar algún que otro fin de semana fuera del pueblo. La relación de este con su mamá era violenta, y terminaba por invadir su autoestima”.
Clara la recuerda como una chica que hablaba bajito y no despegaba la vista del suelo. Sus padres depredaban sus decisiones, invadían su carácter, y especialmente su madre actuaba como un fuerte mecanismo de control biológico desde la primera relación sexual.
“Todo esto afectaba su vida en pareja. A sus 22 años no había tenido un orgasmo, sufría de coitos dolorosos y, aunque varias veces le recomendamos masturbarse, ella afirmaba que eso implicaba un acto de infidelidad”.
Pero Clara asegura asimismo que, tras aquellas largas conversaciones entre una docena de mujeres en la beca de la universidad, era muy difícil que el Diablo no se hubiera apoderado de su espíritu, para estimular alguna vez un desdoblamiento de las placas tectónicas y un tremendo movimiento sísmico en el cuerpo.
La domesticación de la conciencia y el cuerpo femenino ha tenido un gran impacto en la salud mental de las mujeres. Esta realidad explica también la naturaleza y multiplicidad de las formas de violencia, directas y vicariales, que obstaculizan el desarrollo de una sexualidad plena.
¿Cómo masturbarme siendo virgen?
“Yo creía que para sentir placer debía introducir un objeto cilíndrico, y el solo hecho de pensar en mi virginidad hacía que me calmara. ¿Qué le diría a mi novio cuando llegara ese momento?”, cuenta Selma.
La mística patriarcal del dolor y el desgarramiento del himen es tan antigua como contemporánea. Sin embargo, algunas mujeres no sienten dolor por tener un himen lo suficientemente flexible o gracias a recibir un estímulo adecuado en todas sus zonas erógenas.
A pocas epopeyas ha dedicado tanto espacio el relato romántico clásico como a esta escena de la subordinación y el hermetismo emocional femenino. Son varios los best sellers que recrean, a lo largo de todo el mundo, escenas del sexo doloroso y apasionado de la primera vez.
Los hombres han aprendido que no tienen nada que perder, las mujeres a “cuidarse”. Por su parte, los instintos viriles de los primeros se presentan como exclusivos de su naturaleza, porque la femenina es indiscutiblemente “taciturna”.
Un breve bosquejo por la industria cultural del erotismo y la tecnología del sexo —la industria pornográfica— nos muestra que solo existe placer si se reafirma en la desigualdad. No obstante, un largo recorrido por toda la experiencia humana acumulada terminaría por revelar que, debido a este imaginario, buena parte de las primeras veces para las mujeres o disidencias sexuales —también, por qué no mencionarlo— se consumaron como violaciones.
Orgasmos de colores
Hablar con Sulema es como una invitación a ir a tomar la Bastilla o incendiar Bayamo. Es feminista y ecologista, una mujer emancipada después de un transitar no desprovisto de obstáculos y golpes que vivió en carne propia, como el haber sido dos veces víctima de violencia sexual durante su infancia y adolescencia. Sin embargo, ella reafirma sus luchas en otra premisa: “¿Quién dice que una lesbiana comparte los mismos privilegios que el resto de la humanidad?”
Es capaz de desmontarse en piezas complejas que luego, aunque difíciles de agrupar, componen a un ser fuerte con un corazón blindado contra esas representaciones cisheteropatriarcales de la amistad, el sexo, el trabajo, la reproducción y el cuidado de la vida.
Rodeada de una mística que debe mucho a su formación como educadora popular, representa el sexo y el orgasmo como experiencias de colores en un primer momento: “…mis orgasmos se tornaron de colores, ninguno igual al otro; y descubrí que soy multiorgásmica”.
La primera vez que tuvo sexo fue a los 14 años, con un profesor de la secundaria. “Me sentí poderosa frente a un hombre y recuerdo haberlo disfrutado mucho”. No hubo penetración, fue sexo tántrico, a veces lo recuerda como haber estado con una mujer.
“A los 30 años descubrí que el sexo tiene múltiples formas y, como mis primeras relaciones con mujeres fueron muy violentas, producto de ese fetiche patriarcal que guarda con hilos de acero esta cosa de los roles de dominio-subordinación, me he asegurado de romper con ellos”.
La multiplicidad de formas que Sulema descubrió en la sexualidad no le permitió extrapolar los mismos roles que las estructuras sociales reproducen entre hombre y mujer. Para ella fue preciso disolverlos como mujer, como lesbiana, como ser político.
En las histerias de la humanidad gravitan varios órdenes de presión, la más importante: el discurso, la palabra o el logos, como le queramos llamar. Algunas mujeres no se atreven a nombrar al mismo tiempo que sus semejantes aquello que les pertenece; por tanto, pueden no saber del clítoris hasta los 18 o 20 años, o incluso desconocer su funcionalidad.
Si bien la experiencia individual masculina es universal, la de la mujer se sigue mostrando como íntima.
(Por: Laura Vichot Borrego)
Interesante artículo !!!!