Este domingo ejercí mi derecho al voto. Cuando llegué al colegio electoral, como quien no quiere las cosas lancé una ojeada al registro donde aparecían los nombres de los electores mientras buscaban el mío, y me produjo cierta satisfacción constatar las múltiples firmas de vecinos que habían asistido a ese ejercicio democrático, cuando apenas comenzaba a levantar la mañana.
Como mi casa queda muy próxima al centro de votación también divisé las innumerables personas que desfilaron hacia el lugar. A la hora que escribo estas líneas ya deben haber contabilizado las boletas para conocer al delegado triunfador, o si tendremos que ir a segunda vuelta.
Tengo que reconocer que me costó despegarme de la pantalla de la televisión porque estas jornadas mundialistas captan toda mi atención, pero cuando se vive con una madre combatiente, de esas militantes revolucionarias que prefieren ser de las primeras porque esa simple acción –al menos así piensan muchos de su generación– demuestra su compromiso con el proceso, es difícil resistirse.
Yo en lo personal nunca he sido de los primeros, pero tengo vecinos que madrugan desde siempre, algunos por demostrar con cuánta serenidad asumen el proceso, otros porque tenían que desempeñar varias tareas, como Pupi, quien contaba con una parcela algo distante del barrio a la que iba los siete días de la semana. Por eso siempre le reñía el primer lugar a Ramón, el militar jubilado, a quien una vez le hicieron una entrevista por ser el primero en colocar la boleta en la urna, y desde entonces siempre asiste de los primeros, haya micrófono o no de por medio.
Siempre que se escriba de las elecciones del delegado habrá que dedicar una palabras a los pioneros que custodian las urnas. Una imagen que ha devenido en símbolo de este importante momento.
Y ahora que desempolvo algunos recuerdos, de niño custodié una urna en la que fuera en ese entonces la barbería Bellamar. Se trata de un histórico colegio electoral donde asistiera Fidel en el nacimiento del Poder Popular en el año 1976. Porque como algunos recordarán, Matanzas fue la provincia pionera de esa experiencia.
Unos cuantos años después yo salía en el noticiero estelar pronunciando la frase de “¡Votó!”, y durante varios días fui una especie de figura pública en el barrio porque todos me vieron en pantalla, menos yo, claro, porque en ese entonces no veía el noticiero.
No recuerdo bien qué pasó por mi cabeza la primera vez que ejercí mi derecho al voto al cumplir 16 años. Seguramente me sentí un poco más adulto, o quizás no. Eso sí, en el tiempo de mi infancia y adolescencia el delegado, o delegada, era una figura trascendental en mi localidad.
También los había con una labor intrascendente que no lograban impactar en la vida de la comunidad. En los últimos tiempos he conocido representantes de ambas características: los grises, que nada aportan, y los combativos, que convierten los problemas de sus vecinos en sus propios problemas.
Cierta vez en La Lanza, un paraje apartado de Unión de Reyes, compartí varias horas con un delegado que sufría todos los avatares del fatalismo geográfico que producía la desatención de las autoridades, a las que iba una y otra vez a plantear los problemas que afectaban a sus electores. Asuntos que nunca encontraban solución, como el mal estado de la vías, el desabastecimiento en el puntico de venta, entre otros muchos señalamientos que él repetía en cuanto foro le invitaban pero que nunca hallaban un oído receptivo.
Esa vez los tantos cuestionamientos aparecieron reflejados en la prensa, y en cuestiones de días el polvo del accidentado camino encontró rocoso para su revestimiento, y desde la cabecera del municipio comenzaron a llegar artículos vitales de primera necesidad.
Siempre me llamó la atención que desde la dirección del gobierno del territorio cuestionaron la actitud del delegado por “amplificar los problemas”. Sin embargo, en aquel apartado paraje creyeron mucho más en la democracia cubana.
Por suerte conservo muchos más ejemplos que dignifican el papel del delgado, como dos mujeres que conocí no hace mucho en la humilde Marina. No mencionaré su nombre para que no se piense que realizo alguna especie de campaña proselitista, pero ambas conocían al dedillo las familias que enfrentaban serias dificultades económicas, esas conocidas como vulnerable: quien tenía problemas con el alcohol, o había delinquido y una vez cumplida la sanción necesitaba un trabajo.
También sé de casos negativos que carecen de iniciativa o resolución para dar la cara cuando se necesita una respuesta necesaria a alguno de los tantos problemas que surgen en una comunidad.
A todos nos toca hacer creíble la función y el papel del delegado. Ahora cuando la atención mediática en torno a este tema disminuya, la exigencia para lograr una mayor representatividad de los representantes del pueblo debe ser tarea de todos los días. Solo así demostraremos la eficacia de nuestro sistema social.