Foto: Julio César
Para Esteban Grau el peligro no encierra el mismo significado ni despierta el mismo sentimiento que para el resto de los mortales. Adentrarse en profundas cavernas durante días, ascender montañas o sumergirse en el mar no le sobrecoge apenas. Pero lo vivido estas últimas horas en Matanzas no se compara con ninguna de sus tantas experiencias como espeleólogo de larga trayectoria.
Como nunca antes se sintió tan cerca de la muerte. Una muerte que se le abalanzó en forma de lengua de fuego. Desde las primeras horas del accidente en la Base de Supertanqueros de Matanzas, Grau permanecía en el cuerpo como parte de las fuerzas de las Cruz Roja.
Sobre las 10 de la noche del viernes tiene lugar la primera explosión en un sector del techo del primer tanque. Se toman las medidas pertinentes para resguardar al personal de apoyo.
Mientras avanzaba la madrugada existía una confianza real de que se lograría contener las llamas y evitar el avance al segundo tanque. Asegura que aunque han participado en cientos de accidentes y desastre naturales, nunca se había experimentado algo de esa magnitud.
“A las 4:30 a.m. comienza a rugir el metal, señal de que estaba fallando. Se había logrado mantener la estructura del tanque dos con sistema de enfriamiento. Los oficiales del Cuerpo de Bomberos comienzan a dar órdenes de que se hacía preciso alejarse de lugar. “¡Corran que va a colapsar!”, escuché.
Una parte del personal de la Cruz Roja se encontraba a unos 80 metros del tanque.
“Vimos como se derrumbaba el tanque hacia el sector donde estábamos ubicados. Una lengua de fuego avanza por encima de los vehículos. Por suerte nosotros habíamos trazado una vía de escape”.
El golpe de fuego viene avanza arrasando todo. Él voltea la cabeza y siente que no le dará tiempo resguardarse en el punto acordado. Sigue corriendo.
“En la carrera atravesamos un campo con maleza que nos sirvió de escudo protector contra el calor y las llamas. Nos lanzábamos al suelo apenas un segundo. Al incorporarnos y echar a correr el fuerte calor nos lastimaba. Pero era preciso salir de la zona de fuego y alcanzar la carretera”.
Junto a varios compañeros Grau logra subir a un vehículo. En el trayecto auxilian a los heridos y apenas nota que él mismo presenta quemaduras. Se dirigen a varias instituciones de salud con los lesionados y decide regresar al lugar de siniestro.
“Retornamos porque sabíamos que atrás quedaban muchos heridos. Fue entonces cuando sobrevino la gran explosión que iluminó a la ciudad al amanecer del sábado”.
Pese al riesgo y las lesiones sufridas, Esteban Grau permanece en el Puesto de mando junto a sus compañeros. No se moverá de ese sitio hasta que a Matanzas retorne la calma y el siniestro solo sea el recuerdo de aquel instante cuando más cerca estuvo de la muerte.