La joven subió al automóvil con su pequeña hija en brazos. No le preocupó saber con antelación cuánto le costaría el viaje. En una muy calurosa tarde de domingo, y sin muchas opciones debido a la actual crisis del transporte, llegar a casa era su prioridad.
Terminado el trayecto, entonces hizo la pregunta. Al instante, casi en un susurro, le respondió el conductor: ‘Deme lo que quiera’. Así, pues, sacó 150 pesos para pagar poco más de un kilómetro de recorrido. Satisfecho se marchó el chofer por la ganancia de una carrera en la que no invirtió ni siquiera un litro de combustible.
El uso de esa frase, para nada nueva en el argot popular de Cuba, se ha extendido como otros tantos males que afectan a nuestra sociedad y que han pasado a ser aparentemente normales. Su contenido y hasta la manera en que se dice simulan una acción de generosidad.
Podemos oírla de boca del técnico que nos reparó algún equipo electrodoméstico en la casa; del electricista que “precisó horas y enorme esfuerzo” para solucionar una avería; del plomero que renunció a otros trabajos para priorizar el nuestro; y hasta de algunos vendedores cuya mercancía nunca costará lo que otros les ofrecen.
Resulta muy común escucharla también en otros escenarios, como los parqueos, donde los cuidadores ‘velaron con desmedido celo’ por la protección de los medios de transporte.
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Pronunciada siempre con mesura, finge eludir cualquier interés material. De ahí que quienes la emplean jamás se detengan a observar la cartera del cliente. Más bien se hacen los entretenidos mientras esperan el pago.
Las personas más difíciles de engatusar insisten desde el primer momento en conocer el justo precio del servicio que necesitan, y no desisten por mucho que intenten convencerlas con ese «deme lo que quiera». Sin embargo, no faltan los ingenuos que, conmovidos por la atención brindada pese a la ‘carencia de piezas’, ‘el tiempo invertido’ y su ‘perseverancia por solucionar el problema’, caen en la trampa. Hasta el más pinto de la paloma cede ante la explicación de ese mismo técnico, electricista o plomero que aludió verse precisado de ‘poner lo suyo’, para ‘ayudarlo’.
Son estos los incautos que, por temor a verse ridículos, egoístas, o mostrarse ingratos, abonan, por lo general, más de lo debido. Y para rematar en ocasiones justifican el comportamiento de aquellos desconociendo sus ingresos reales. Esa otra expresión ‘de algo tienen que vivir’, deviene una excusa tan inmoral como la acción cometida. ¿Acaso han meditado hasta qué punto es real tanta gentileza?
Tras la apariencia humilde de no pocos de ellos se esconde la mezquindad de su conducta, enfatizada en la coyuntura actual en la que no faltan los oportunistas. Y aunque resulta complejo probar tales artimañas, desde lo personal podemos contribuir a erradicarlas.
Si cada uno de nosotros mostrara preocupación por conocer con anterioridad lo que nos van a cobrar por determinada prestación, entonces no correremos más el riesgo de que nos sorprendan con ese “deme lo que quiera”.