La “Era Dorada” de Trump

La “Era Dorada” de Trump

La edad de oro de América comienza ahora mismo”, aseguró Trump en sus primeras líneas del discurso a la nación. Pero cuánto de esa iniciativa es voluntarismo vacuo —en virtud del hegemonismo global disputado —, y cuánto es perspectiva de materialidad —en honor a las enormes potencialidades estadounidenses —, solo el devenir podrá responderlo.

Con la mayor de las humildades intentaré dar un pantallazo general sobre lo que podría hacer y qué horizonte de concreción se le presenta a Donald Trump en este fundamental mandato, donde Estados Unidos se juega, quizás como nunca, su estirpe imperial y su proyección futura.

Empecemos…

Sinceramente dudé sobre si, a literalmente horas de iniciarse la gestión, podría dar algún aporte más o menos significativo sobre el panorama. La inmediatez no es buena consejera para el análisis. Pero hoy todo es tan «líquido» (parafraseando a Bauman) que si uno no saca conclusiones rápidas queda ante el mundo como lento de reflejos. Lo cierto es que todo momento iniciático viene cargado de musculatura, de anuncios grandilocuentes y, tratándose de Trump, de una carga dialéctica hostil que uno nunca sabe si es un simple amedrentamiento, a fin de sacar ventajas negociadoras futuras, o realmente, un sable desenvainado.

Lo cierto es que es difícil esquivar este bulto de convocatoria tan apasionante, pues alude nada menos que al liderazgo ejecutivo de la (todavía) primera potencia mundial, la cual, más allá de simpatías o antipatías, nunca deja de influir y generar todo tipo de expectativas, desde la más sombría calamidad hasta un idealista futuro de amor y paz.

Así las cosas, ha asumido el 47.º presidente  de los Estados Unidos de América, y lo hizo uno muy particular, el único que logró volver al cargo tras un impasse de 4 años —tras haber instigado el asalto al Capitolio—, que tiene una condena en primera instancia por sobornar a una pornstar y dos impeachments que no llegaron a buen puerto. Vale decir, vuelve a la marquesina el más políticamente incorrecto de todos.

La derrota electoral de Trump vino acompañada por el surrealista evento de la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021.

Esa incorrección política, es justamente lo que hace a este personaje fascinante. Pero a la vez, existe un tipo de incorrección política que está inherentemente impregnada en el discurso excepcionalista americano, y que abarca todas las épocas, prácticamente desde su fundación. Que Dios está siempre de su lado (por lo tanto no hay ley humana que los convoque), que son forjadores del camino [Destino Manifiesto], que son la «nación indispensable», el «faro del mundo»… las primeras palabras de Trump profetizan que “America will soon be greater, stronger and far more exceptional than ever before”.

El discurso de Donald Trump no fue sutil ni contenedor ni mucho menos, diplomático. Marcó abruptas diferencias entre su pensamiento y la gestión del saliente Joe Biden desde que emanaron sus palabras. Prácticamente los tildó de responsables de la decadencia norteamericana.

Según palabras de Claudio Katz en su ensayo «La Crisis del Sistema Imperial», “Estados Unidos conquistó la primacía mundial, luego de completar un desarrollo interno signado por el exterminio de los indígenas, la masificación de la esclavitud y el ingreso de los inmigrantes. Potenció el uso de gigantescos recursos naturales con provechosas estrategias proteccionistas. En la expansión militar de la frontera interna se gestaron los cimientos del gendarme planetario del siglo XX. Este modelo de sucesiones hegemónicas resalta la vigencia de normas capitalistas comunes a lo largo de cinco centurias”. El discurso de Trump abreva de estas enseñanzas, yendo por la recuperación moral y una estrategia de posicionamiento internacional basada en esamisión divina (“Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo”) que tan buenos resultados dieran a la nación para su irredentismo y consecuente supremacía. En cuanto a los sufrimientos generados… bueno… son pecados piadosos.

Relativo a la decadencia moral del país —una característica que se extrapola a Occidente en su totalidad, y que Emmanuel Todd explica en su libro «La Derrota de Occidente»— , Trump la identifica sin más miramientos como producto de una falta de patriotismo en las nuevas generaciones, un abandono de la familia nuclear y los valores congregacionales religiosos, y un auge de perversión woke. En tal sentido, su proclama de “a partir de hoy, solo hay dos géneros: masculino y femenino” no es un asunto rupturista sino un surf sobre una tendencia que ya se está dando paulatinamente y que implica el abandono de esa locura extrema de subdivisiones y diversidades, que han servido a los Estados en retirada como pantalla de humo para hacer creer que hacían algo por la población (operando sobre opciones que son intrínsecamente individuales), alejándose de su función socializadora-educadora, su condición de aglutinador nacional y de cohesionador cultural. Trump sostuvo que “Forjaremos una sociedad daltónica y basada en el mérito”, como una manera de desactivar «quioscos» basados en la autopercepción de minoría, que él también percibe como «policías de pensamiento».

Irónicamente, la postura de Trump es similar, más allá de los modos y las formas, a la de Vladimir Putin, quien siempre esbozó una firme postura anti-woke, no solamente porque intenta cultivar un cristianismo (ortodoxo) tradicional —como guía moral de la sociedad—, sino también porque Rusia tiene un verdadero punto débil en su baja fecundidad y debe incentivar la procreación.

En materia económica interna, Trump parece estar apuntando sus cañones al progresivo abandono de la economía financierista por su reemplazo hacia una economía materialista, basada en la producción y el comercio.

Los últimos gobiernos estadounidenses, especialmente los demócratas, abrazaron y se apoyaron en los bancos, los medios de comunicación, las telecomunicaciones y la Big Pharma. Por supuesto, han favorecido enormemente al Beltway y el Complejo Militar-Industrial. Y aunque han entrado en colisión con China por asuntos de comercio exterior, fundamentalmente al comienzo de la gestión Biden (recuerden la malograda reunión de Alaska), en general han sido respetuosos del libre comercio internacional en el marco de la OMC (Organización Mundial de Comercio). Los trumpistas tienen en mente la industria, entre la que se cuentan la automotriz (“Volveremos a fabricar automóviles en Estados Unidos a un ritmo que nadie habría soñado posible hace tan solo unos años”), la siderúrgica, los microprocesadores, el e-commerce y la tecnología aeroespacial, y la única forma de fomentarla y protegerla es mediante políticas proteccionistas. No es casual que sus asesores y empresarios cercanos —empezando por Elon Musk y siguiendo por Jeff Bezos—, obedezcan a esos sectores “dinámicos”.

Trump es consciente que la economía financierista tiene una crisis de agotamiento —se recordará en 2008 la crisis financiera derivada de los créditos hipotecarios subprime, como parte de la cultura del endeudamiento—, por la sencilla razón de que no puede crearse riqueza, infinitamente, sin equivalentes materiales, sobre la mera carga de la deuda.

Donald Trump pretende revivir el cinturón de óxido que alguna vez fue esencial para el despegue industrial estadounidense. El mismo vicepresidente J. D. Vance es de Ohio y ha escrito el libro  Elegía campesina: una memoria de una familia y una cultura en crisis que relatan su vida en Middletown.

Relacionado con el impulso industrial, que es un devorador de energía, Trump insistió con dar un definitivo adiós al Green New Deal, al que culpa también de la crisis inflacionaria. “Vamos a perforar, baby, a perforar. Estados Unidos volverá a ser una nación manufacturera, y tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás: la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra, y vamos a utilizarlo. Bajaremos los precios, volveremos a llenar nuestras reservas estratégicas hasta arriba y exportaremos energía estadounidense a todo el mundo. Volveremos a ser una nación rica y es ese oro líquido bajo nuestros pies el que ayudará a conseguirlo”.

En tal sentido, Trump firmó la (segunda) retirada del acuerdo climático de París, el pacto internacional diseñado para limitar el aumento de las temperaturas globales. Dijo: “Me retiro inmediatamente de la injusta y unilateral estafa climática de París”.

Además, Trump firmó una orden ejecutiva (un decreto presidencial) donde declaraba la emergencia energética nacional, que implica “liberar el extraordinario potencial de recursos de Alaska” sobre el petróleo y el gas, y otros recursos naturales. ¿Se animará a decir que las reservas venezolanas le pertenecen?

En el mismo tino, Trump firmó un decreto para iniciar el proceso de retirada (¡por segunda vez también!) de la Organización Mundial de la Salud. La OMS es la agencia de salud especializada de la ONU, a la que aportan muchos países pero fundamentalmente agentes privados (como la Fundación Bill & Melinda Gates). Todos los ciudadanos del mundo se enteraron de su existencia, en 2020, por las medidas intervencionistas en relación a la pandemia de COVID-19. En aquel entonces, Trump se quejó fuertemente de las cuarentenas sugeridas, y hasta solicitó que China, de dónde él pensaba provenía el virus, tenía que pagar indemnizaciones al resto del planeta por su responsabilidad.

Donald Trump muestra la orden ejecutiva por la que se desafilia de la OMS.

Estados Unidos aporta actualmente el 18% del presupuesto total, por consiguiente, puede también que Trump vea esto como un ahorro de dinero, no solamente un asunto de “falta de influencia política”.

Claramente, Trump tiene en mente el serio problema de la deuda pública, que ha llegado a cifras récord: para 2024, la deuda ha superado los 36 billones de dólares, específicamente USD 36.209.000.000.000.- lo cual implica más del 100% del PIB.

Justamente, uno de los momentos clave en esta escalada fue la crisis financiera de 2008, que “obligó” al gobierno a realizar rescates bancarios y estímulos económicos para evitar un colapso sistémico, vale decir, a socializar las pérdidas privadas. Pero fue con la pandemia de COVID-19, cuando los paquetes de estímulo y los gastos en medidas sanitarias agregaron cerca de 16 billones de dólares.

La deuda pública estadounidense se ha disparado a niveles muy preocupantes alcanzando ya más del 100% del PIB. Si esta tendencia continúa, para 2054 casi se duplicará. Esto demuestra por qué Estados Unidos haría cualquier cosa con tal de que no entre la desdolarización en vigencia.

Trump le encomendó a Elon Musk, el multimillonario propietario de Tesla y SpaceX, el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (Department of Government Efficiency (DOGE)] ), un nuevo órgano consultivo destinado a reducir el costo administrativo del gobierno. Esto implica que Trump recortará gastos sociales y hasta realice un ajuste clásico.

Otro tema que Trump tomó como referencia, embanderándolo dentro de sus consignas anti-censura, fue la liberación de la plataforma china TikTok, dándole un plazo superior para encontrar un socio estadounidense que compre una participación mayoritaria (¿será la compensación que tendrá Elon Musk por la falta de apoyo a los autos eléctricos?). Por supuesto, esto viene a colación a que la campaña de Trump se ha apoyado fuertemente en dicha plataforma.

Elon Musk se está posicionando como el nuevo Steve Bannon. Aquí haciendo su saludo símil al Sieg Heil hitleriano. Si bien los pecados de los grandes no deben atribuirse a los chicos, bueno es acotar que el tecnócrata canadiense Joshua Haldeman fue arrestado porque defendía la neutralidad hacia la Alemania nazi. Después de la guerra, atraído por el régimen del apartheid sudafricano, se instaló en Sudáfrica. Elon Musk es nieto de Joshua Haldeman.

Hablando de Elon… este se mostró exultante cuando Trump aseguró que la bandera estadounidense flamearía en Marte (“perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, viendo a los astronautas estadounidenses plantar las barras y estrellas en el planeta Marte”).

El 6 de abril de 2020, Donald Trump firmó la Orden Ejecutiva 13914 hacia la privatización del espacio exterior, ignorando flagrantemente los consensos globales. Específicamente, se trataba de la explotación minera de la Luna y Marte. Trump justificó la medida diciendo que la incertidumbre respecto a la propiedad desanima la inversión: «El espacio exterior es un dominio legal y físicamente único de la actividad humana, y Estados Unidos no lo ve como un bien común global», dijo en esa oportunidad.

No solamente la Luna y Marte serían los objetivos. En los asteroides se pueden encontrar materiales que escasean en la Tierra como el paladio, el platino o el litio que se utilizan en la fabricación de los dispositivos móviles y baterías para vehículos, cuya cotización estará en alza. También está la cuestión del helio-3. En la Luna, por ejemplo, hay grandes cantidades de este isótopo que puede ayudar a crear la fusión nuclear estable, la solución para el problema energético de la civilización.

En aquel entonces, Roscosmos, la agencia espacial rusa, criticó esta medida que califica de «intento de expropiar el espacio». Un año antes, la agencia espacial china lanzó a la Luna la sonda Chang’e 4que alunizó en el lado oculto, algo que nunca se había podido realizar. Detrás de este hito científico seguramente subsiste un interés por examinar los recursos lunares.

Existe un Tratado del Espacio Ultraterrestre (1967) firmado por Estados Unidos y la URSS. Pero con la 13914, Estados Unidos considera al espacio un dominio. En tal sentido, Trump formó el 20 de diciembre de 2019 la U.S. Space Force, que tendrá como objetivo asegurar la supremacía estadounidense interestelar.

Donald Trump felicitando al general Jay Raymond luego de suscribir el National Defense Authorization Act for Fiscal Year 2020 que terminó por establecer la U.S. Space Force.

Uno de los temas más controversiales ha sido el de la inmigración ilegal. Trump aprovechó su discurso para anunciar una andanada de “órdenes ejecutivas históricas” para restaurar Estados Unidos, declarando una emergencia nacional en la frontera sur. Dijo: “Detendremos inmediatamente toda entrada ilegal, y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron”. El intransigente Thomas Homan fue designado para encargarse de los asuntos operativos.

Finalmente, Trump también sostuvo lo tan temido: designarán a los cárteles del narcotráfico como “organizaciones terroristas extranjeras”. Esta situación remite inevitablemente a la War on Terror montada por George W. Bush en 2001 que favorecieron las invasiones militares a Afganistán e Irak. O el “antecedente latinoamericano” del mismo: la invasión de Panamá el diciembre de 1989 —la tristemente célebre Operación Causa Justa—, montada bajo el argumento de que el gobierno panameño de Manuel Noriega era colaborador con el narcotráfico.

Este tema es harto sensible, porque incluso remite a la Guerra Mexicano-Estadounidense de 1846-1848 —donde México perdió nada menos que 2.400.000 km²—, y nos lleva a la posible pérdida territorial mexicana en pos de los intereses «de seguridad nacional» norteamericanos (muy al estilo israelí), una ambición que tienen no pocos irredentistas de Washington. De esto hice mención en mi artículo: «Trump pone la mirada sobre el Ártico y el Canal de Panamá» del 29/12/2024, que invito a releer.

Como colofón, se ha firmado un decreto para restringir el derecho a la ciudadanía estadounidense por nacimiento (por parte de padres indocumentados), lo cual podría entrar en colisión con los derechos asegurados por la Constitución.

Thomas Homan tendrá a su cargo los temas migratorios.

México parece ser la principal víctima propiciatoria de Trump: asegurando, como dice, la expulsión de miles de migrantes, el país azteca va a tener que “cargar” con un peso demográfico-económico considerable y con el lucro cesante que implica las faltas de remesas provenientes de su Diáspora con creces más numerosa. ¡Se supone que en Estados Unidos hay unos 11 millones de indocumentados, la mitad mexicanos, cuyas remesas representan casi el 4 % del PIB de la nación hispanoamericana!

Previendo este sacudón, el gobierno de Claudia Sheinbaum ya ha armado un equipo de 2.610 especialistas jurídicos y 1.773 empleados adicionales que atenderán a mexicanos ante las posibles deportaciones en la red consular de México en Estados Unidos, la mayor del mundo, con más de 50 sedes.

La presidente mexicana Claudia Scheinbaum tendrá que lidiar con un vecino escabroso y provocador. Scheinbaum se refirió a las redes de narcotráfico internas estadounidenses (esas que nunca se nombran ni se conocen, pues siempre se trata de “latinos”) y afirmó que “la economía de Estados Unidos es sostenida por una buena cantidad de mexicanos radicados allá”, señalando el carácter positivo de la inmigración.

Para mayor estilo provocativo, Trump también va a renombrar el archiconocido Golfo de México como “Golfo de América”.

Esto no es un asunto menor: durante años y años los árabes y los persas lucharon por el nombre de su Golfo (Golfo Pérsico o Golfo Arábigo). La forma en la que se nombra algo incide en su identidad y su dominio. Lo mismo ocurre con nuestras Islas Malvinas (que los usurpadores ingleses llaman insidiosamente Falkland Islands). Una de las mayores polémicas se dio durante la disgregación yugoslava cuando nació Macedonia y los griegos pusieron el grito en el cielo por esa denominación, debido a la ambigüedad que este término creaba entre la república ex yugoslava de Macedonia y la región griega de Macedonia. La oposición fue tan firme que Grecia bloqueó el ingreso de Macedonia en la OTAN y la UE. Los griegos no solamente esgrimían “apropiación cultural” —la bandera de Macedonia tenía el Sol de Vergina, un símbolo 100% griego, símbolo de Filipo II, padre de Alejandro Magno—, sino que sostenían que esa denominación era un trampolín para “futuras reclamaciones territoriales”. Que Turquía y Bulgaria, enemigos históricos griegos, hayan reconocido el nombre Macedonia prontamente, tampoco les hacía gracia. Tras un largo conflicto diplomático, el 12 de junio de 2018, Macedonia y Grecia firmaron un acuerdo por el cual la primera pasaría a llamarse oficialmente «República de Macedonia del Norte».

Lo cierto, es que más allá de planificaciones propias, la puntería sobre México podría tener mucho que ver con el signo político de su gobierno: con la llegada de un gobierno de características más independentistas, México pasó a estar aun más en la pérfida mirada estadounidense.

El crecimiento mexicano es acelerado, a pesar de su prosperidad desigual (un cáncer del latinoamericanismo): según datos del FMI, México tiene una economía valorada en alrededor de 1,8 billones de dólares, ocupando el puesto 12° en el ránking, incluso delante de países como Australia, Surcorea, Indonesia, España o Turquía. Este crecimiento está basado (entre otros motivos) en una clave geoestratégica: es muy accesible por mar desde Asia como desde Europa… y comparte una frontera terrestre con Estados Unidos, además de ser un país culturalmente latinoamericano, con lo cual tiene la llave de Sudamérica (de proponérselo).

México ha crecido 3,2% en 2023, sólo por debajo de India (7,7%), China (5,2%), Indonesia (5%) y Turquía (3,2%).

Si México mejora la infraestructura y desparrama mejor su riqueza, no solamente crecería, sino que se desarrollaría enormemente. Ese fue, justamente, el plan del gobierno de Manuel Andrés López Obrador, quien se involucró en un complejo proyecto de construcción de ferrocarriles, autopistas, puertos marítimos y aeropuertos. Scheinbaum sigue esa misma senda.

El proyecto más desafiante es, justamente, el corredor Tehuantepec (que está en el Istmo homónimo, una franja de tierra ideal porque es estrecha y poco montañosa) que abarca 303 kilómetros de distancia entre Coatzacoalcos (Veracruz) y Salina Cruz (Oaxaca) y cuesta 7500 millones de dólares. Esto enlaza el Golfo de México (que Trump pretende llamar Golfo de América) y el Océano Pacífico. El enlace requiere la adecuación de puertos y una vía férrea.

El corredor interoceánico mexicano es terrestre, no una vía navegable. Según las circunstancias dadas en el canal de Panamá, donde se tardan entre 8 y 10 horas en atravesar 82 kilómetros, lo cual está circunscripto al tráfico marítimo y a los niveles de agua del lago Gatún, en México se tardarían 6 horas en atravesar el istmo por ferrocarril, aunque el nudo gordiano está en la efectividad de la descarga y carga de mercancías del barco al tren y viceversa. Según cálculos, se podrían movilizar 1,4 millones de contenedores por año.

Este proyecto revolucionario, que no es nuevo (data, con algunas diferencias, de uno de 1907), impacienta a Estados Unidos, que no quiere ver un foco de desarrollo en SU América, mucho menos de su vecino sureño por el que siempre tuvo menosprecio.

Probablemente sea incluso esto lo que impulse la recaptura (porque de eso se trata) del Canal de Panamá. De hecho, fue la amenaza del proyecto mexicano —me refiero al de 1907— lo que impulsó originalmente a Estados Unidos a construir un viejo proyecto francés en el istmo panameño.

La nueva república de Panamá, constituida en 1903 después de la Guerra de los Mil Días, concedió inmediatamente (¡ese mismo año!) a Estados Unidos, mediante el Tratado Hay-Bunau Varilla, los derechos a perpetuidad del canal, y una amplia zona de 8 kilómetros a cada lado del mismo, a cambio de 10 millones de dólares y una renta anual de 250.000. Este acuerdo sería derogado 74 años después por el Tratado Carter-Torrijos.​

El Canal de Panamá no solamente fue construido allí por una cuestión de eficiencias operativas, sino porque el mismo Panamá era una republiqueta dependiente de Estados Unidos, que había incidido en su emancipación de manera crucial. Asimismo, se bloqueaba el proyecto mexicano, que podría haber traído desarrollo a su región sur, siempre la más postergada.

Sin embargo, ya antes de asumir, el 21 de diciembre de 2024, Donald Trump empezó su campaña mediática de “recuperación del control” del canal de Panamá, alegando que las tarifas que Panamá cobraba a los barcos estadounidenses eran “exorbitantes” o que el canal estaba “cayendo en las manos equivocadas” (refiriéndose a China). Poco después, el presidente panameño José Raúl Mulino —que no es lo que se dice un revolucionario castrista —respondió que “cada metro cuadrado del Canal de Panamá y sus zonas adyacentes es de Panamá y lo seguirá siendo”.

Los “ataques” de Trump contra América Latina, pero también contra Canadá y el reino danés (“propietario” de Groenlandia) son parte de una repotenciación de la Doctrina Monroe, que nació, justamente, durante la presidencia de Andrew Jackson.

Durante su primer mandato presidencial, Donald Trump puso en la Oficina Oval de la Casa Blanca un conocido retrato de Andrew Jackson, el séptimo presidente de Estados Unidos.

Andrew Jackson aprobó la «Doctrina Monroe», que en aquella época significaba una oposición al colonialismo europeo en América, sosteniendo que cualquier intervención en los asuntos políticos en el Nuevo Mundo era un acto potencialmente hostil contra los Estados Unidos.

Pero aquellos principios iniciales pronto se tergiversaron para permitir que Estados Unidos extendiera su dominación sobre las tierras de Latinoamérica sin tener que enfrentar la rivalidad europea (excepto notables excepciones, como las conquistas británicas en Belice, islas del Caribe, Guyana y Malvinas, o el departamento de ultramar francés de Guayana, o las pertenencias holandesas en Antillas).

En honor a la verdad, Estados Unidos parece pretender en esta etapa un desvergonzado irredentismo sobre toda América para evitar la penetración china y el comercio chino con Europa (al menos a través de un enlace Pacífico-Atlántico), para lo cual interpone, cual barrera natural, todo el continente americano evitando cualquier interconexión y política soberana.

Advierto que Trump entiende que México (y potencialmente, Venezuela) son amenazas a su égida debido a sus crecientes posturas independentistas. El ahogo del desarrollo mexicano se impone a través de varias vías: con una «ola de refugiados», con la amenaza pendiente de una intervención o incursión militar transfronteriza (al tildar de terroristas a los cárteles y obligar a México a aumentar sus gastos en Defensa) y con un canal de Panamá nuevamente estadounidense que boicotee el corredor transoceánico mexicano. Todo ello, con más un 25% de aranceles a la importación sobre los productos aztecas.

Y en cuanto a Venezuela, bueno… ya sabemos…

El candidato perdedor de las elecciones venezolanas, Edmundo González Urrutia, aquí con el asesor de Seguridad de Trump, Mike Waltz.

Ahora bien… Queda claro que Estados Unidos tendrá una política de furioso enquistamiento en SU continente [America’s backyard], y que azotará Latinoamérica con sus presiones y amenazas. Pero… ¿Qué ocurrirá con las otras zonas del planeta?

En su discurso, el presidente ha manifestado su intención de dejar un legado como pacificador…. para lo cual “construirá el ejército más fuerte que el mundo haya visto jamás”. Si esto es una intencionalidad práctica del lema Si vis pacem para bellum o si es un imperialismo 2.o con Bonus Tracks… no lo sabremos hasta que el disco empiece a girar.

Usualmente, la Historia ha demostrado que el debilitamiento del poder hegemónico (los imperios) genera inevitablemente una sensación de amenazas que demanda respuestas brutales. Incluso cuando ese poder imperial se trasviste de democracia (como en Occidente) el culto a la fuerza y el menefreguismo 1 hacia los principios del derecho internacional se imponen.

Es más: Trump podría ser un reflejo de la época que viene. Ya no se necesita de un imperialismo liberal hipócrita, con doble estándar. Ahora es la hora de decir a viva voz “somos imperialistas y como tales, conquistaremos”. Lo que antes era un exabrupto que debía ser maquillado con potes de “democracia y libertad”, ahora será un exabrupto festejado en aras de la superioridad de las “barras y estrellas”.

No obstante, no todo parece ser una cuestión de blancos y negros. Tal como lo he manifestado en mi artículo anterior («Medio Oriente es barajar y dar de nuevo») puede que Trump haya tenido mucho del mérito silencioso en la tregua Hamás-Israel, para lo cual mandó a un empresario judío sin experiencia en diplomacia a negociar con Tel Aviv, Steve Witkoff (y no me salten a la yugular aquellos que sostienen que fue una victoria indubitable de la Resistencia… claro que tuvo muestras de heroísmo e Israel no pudo cumplir su sueño húmedo de desplazar a los palestinos hacia el Sinaí, pero también hubiese podido seguir bombardeando a discreción gracias a la logística contínua proveniente de Washington).

Como sostuve varias veces, Trump quiere triunfar en la veta comercial —su Némesis es BRICS—, para lo cual tiene también que librarse de su pesada deuda pública y de la amenaza de desdolarización. Las guerras militares solo serán bienvenidas si sirven a un objetivo comercial y pueden ser ganadas fácil y rápidamente —o sea, si son contra enemigos débiles—, y si además no configuran un agujero negro de fondos.

Asimismo se sabe, porque así lo ha manifestado, de la predisposición de Trump a negociar con Rusia por el asunto ucraniano. El hecho de que suspendiera durante 90 días la asistencia estadounidense al exterior “a la espera de revisiones” puede ser un guiño encubierto a Moscú… y también puede serlo el hecho que rechazó las “autoinvitaciones” de Zelenski a su asunción. Es más: algunas fuentes aseguran que el Pentágono ha despedido o suspendido a todo el personal directamente responsable de gestionar la asistencia militar a Ucrania.

¿Esto es una victoria política de Putin? Está por verse y se hace camino al andar. Cuenta, y bastante, el papel que puedan asumir los otros miembros de la OTAN (que están aumentando sus presupuestos de defensa abruptamente). Puede ser una maskirovska o un gesto de distensión. De hecho ,Vladimir Putin y Xi Jinping mantuvieron una videoconferencia unas horas después de la conferencia de prensa improvisada de Trump en la Oficina Oval… y sin demasiado estudio pormenorizado de los movimientos estadounidenses confirmaron su intención de intensificar su asociación estratégica, dando un mensaje a Washington de que esa roca está sólida. La imprevisibilidad de Trump puede ser una tarea costosa de entender (yo mismo estoy aquí con mi esfuerzo…) y Putin-Xi siguen su sendero contrahegemónico.

Los presidentes ruso y chino, Vladimir Putin y Xi Jinping, conversaron 1 hora 35 minutos por videoconferencia para confirmar su “amistad sin límites” en el tenor de la Declaración Conjunta para la Nueva Era del Desarrollo Sustentable Global suscripta el 4 de febrero de 2022.

Respecto de Ucrania, el problema es que el tema excede el asunto territorial y la guerra en sí misma. Desde el 17 de diciembre de 2021, Rusia ha venido insistiendo en que va detrás de una nueva arquitectura de seguridad en Eurasia. De nada serviría a Rusia finalizar este conflicto si se subdivide Ucrania pero no existen garantías que aseguren el principio de seguridad indivisible. Mucho menos Moscú es adepta a “una tregua”.

Sin embargo, no parece ser un diálogo adulto este tipo de bravuconadas-de-buenas-intenciones, que vaticinan sanciones para Rusia si no llega a un acuerdo (¿Más sanciones? ¿Acaso esto puede hacerle cosquillas ya al Kremlin? ¿Por qué no hablar de los complejos motivos que llevaron a la conflagración? ¡Es allí donde debe puntualizarse!)

De hecho, Dmitri Peskov, vocero de la presidencia, dio la pista sobre aquello que debe hablarse, asegurando que el conflicto “se produce por la amenaza a la seguridad nacional de Rusia, por la amenaza a los rusos que viven en los conocidos territorios, por la falta de voluntad y la negativa total de estadounidenses y europeos a escuchar las preocupaciones de Rusia”.

La declaración dice: “No estoy buscando perjudicar a Rusia. Amo al pueblo ruso, y siempre tuve una relación muy buena con el presidente Putin, a pesar de la HOAX Rusia, Rusia Izquierdista Radical, Rusia. Nunca debemos olvidar que Rusia nos ayudó en la Segunda Guerra Mundial, perdiendo casi 60.000.000 de vidas en el proceso. Dicho esto, voy a hacerle un gran FAVOR a Rusia, cuya economía está fracasando, y al presidente Putin. ¡Lleguemos a un acuerdo ahora y DETENGAMOS esta ridícula guerra! ¡ESTO SOLAMENTE VA A EMPEORAR! Si no hacemos un ‘acuerdo’, y pronto, no tengo otra opción que imponer altos niveles de impuestos, aranceles y sanciones sobre todo lo que Rusia venda a Estados Unidos, y varios otros países participantes. Terminemos con esta guerra, que nunca hubiera comenzado si yo fuera presidente. ¡Hagámoslo! Podemos hacerlo de la forma fácil, o de la forma difícil, y la manera fácil siempre es mejor. Es tiempo de HACER UN ACUERDO. ¡NO DEBEN PERDERSE MÁS VIDAS!”

La respuesta del Kremlin al tweet de Trump fue que Rusia está abierta a un diálogo “mutuamente respetuoso” con Estados Unidos. Touché. La contestación sobria de los decisores de Moscú instruye que las soluciones creativas no provienen del voluntarismo ni de la arbitrariedad, sino del diálogo franco, la capacidad de sostener acuerdos y de negociar bajo una ecuación ganar-ganar, algo a lo que Trump deberá acostumbrarse para conseguir su ansiada Era Dorada.

(Por: Christian Cirilli/Tomado de su blog La Visión)


  1. Busqué muchas palabras alternativas para poner aquí, pero creo que la más adecuada es menefreguismo, un argentinismo que viene de la expresión italiana “me ne frega”, que se traduce como “no me importa” pero que tiene una connotación (a mi juicio) potenciada de displicencia, combinada con desprecio e irresponsabilidad. ↩︎

Recomendado para usted

Periódico Girón

Sobre el autor: Periódico Girón

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *