La huella de los catalanes en Matanzas.Foto: Raúl Navarro
Cuando el próximo 8 de diciembre la Ermita de Monserrate arribe a sus 149 años de fundada, Matanzas estará conmemorando también la impronta social y cultural que dejaron aquí los inmigrantes catalanes. Llegados fundamentalmente desde fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, su mayor auge migratorio coincide con el esplendor de la que por entonces fue llamada La Atenas de Cuba.
La pujanza económica de este grupo tocó casi todas las áreas: la industria azucarera, el tabaco, el ferrocarril, el transporte marítimo, entre otras, así mismo trabajaron en pro de la comunidad, apoyando la creación de escuelas, la desecación de ciénagas, el empedrado de las calles e introduciendo mejoras sanitarias y su aporte resultó determinante en el establecimiento de las tradiciones artísticas, literarias y científicas.
El Dr. Ercilio Vento Canosa, historiador de la urbe yumurina, asegura que “eran, en su mayoría, poseedores de una visión humanística muy diferente a la común de los que venían a América y por ello también la mirada del cubano hacia el catalán fue distinta desde los inicios. Su papel resultó decisivo en la creación de la biblioteca pública y la fundación del periódico La Aurora e, igualmente, tenían gran influencia dentro de la Diputación Patriótica”.
Luego de que Carlos III pusiera fin al monopolio gaditano y se estableciera la libertad de puertos con El Nuevo Mundo, Matanzas fue de los lugares que acogieron a un mayor número de hijos de esa región del noreste de España, en su mayoría procedentes de municipalidades como Canellas, Villanova i la Geltrú, Canet de Mar, Sitges, Sant Feliú, entre otras.
Para 1830, había unas cuatro familias catalanas asentadas aquí, y eso trajo la entrada de otras, tal que para 1846 ya eran 12, según explica Leonel Pérez Orozco, conservador de la ciudad de Matanzas. “Entre los primeros están los Galíndez, quienes llegaron a tener cuatro ingenios en las proximidades del núcleo poblacional y fundaron una de las primeras oficinas azucareras.
“Su afición al trabajo y la prosperidad se hace sentir cuando la nuestra pasa de ser una comarca cualquiera al segundo lugar en importancia dentro de Cuba”. Son suyos los primeros trenes de lavado, los primeros almacenes de tabaco y azúcar y los aserraderos.
Los maestros de obra catalanes son responsables de la edificación de los grandes palacetes neoclásicos, pero también contribuyen a la reconstrucción, más organizada y mejor, de los barrios pobres, tras el incendio de 1845. Igualmente, participaron del diseño final del Cementerio de San Carlos Borromeo, inaugurado en 1872, con una serie de beneficios sanitarios que fueron muy modernos para su época y cuyas bondades aún perduran.
“Para Matanzas constituyen lo más relevante de la herencia hispana —afirma el investigador Urbano Martínez Carmenate—, ninguna otra agrupación de peninsulares logró dejar una obra que trascienda hasta nuestros días y posea el carácter y la significación socio cultural de la Ermita de Monserrate”.
TRES NOMBRES PARA LA HISTORIA
Entre los naturales de Cataluña que más aportaron al engrandecimiento de la Ciudad de los Puentes, está Tomás Gener i Búigas —o Bohigas, como también se le meciona—. Para los yumurinos, el apellido Gener está indisolublemente unido a la historia de la biblioteca, junto al del venezolano Domingo del Monte, aunque, como bien advierte Matínez Carmenate, esta institución ya había sido fundada y ellos contribuyeron a darle su impulso definitivo.
Este hijo de Calelle de la Costa llegó a la Isla en 1803, con solo 16 años, y seis años más tarde ya formaba parte del grupo de presión de tendencia liberal, liderado por catalanes, que firmó el Pedimiento del Síndico, un documento destinado al rey, que exigía la flexibilización de las condiciones para el comercio desde Matanzas, incluida la apertura de su puerto al mundo.
Durante las primeras décadas de la centuria, su fortuna crece vertiginosamente, lo cual le permite ejercer el mecenazgo de las artes y la cultura. Es así que, en 1820, cuando Fernando VII acepta por fin la Constitución de 1812, se le designa como diputado a Cortés, junto al padre Félix Varela y Leonardo Santos Suárez.
Quien recuerda este episodio, Martínez Carmenate, un apasionado estudioso del siglo XIX cubano, refiere que, aunque la postura defendida por él no es tan progresista como el independentismo de Varela, sí representa un avance frente al absolutismo esgrimido por la Corona y una voluntad por defender intereses propios, poniéndolos por encima de los de la Metrópoli.
Amigo de Gener y correligionario en cuanto a tendencias ideológicas, Jaume Badía i Pardines (Torredembarra, 1796-Barcelona, 1863), además de un acaudalado comerciante, se dedicó a la divulgación de nociones sobre economía política, y fue encargado por la Diputación Patriótica de Matanzas, junto a Francisco Guerra Betancourt y Félix Tanco Bosmiel, de la publicación La Aurora, el príncipe de los periódicos cubanos y uno de los más importantes de la América hispana.
Desde las páginas de este y otros diarios, denunció, bajo el seudónimo de El Observador, los males que asolan a la sociedad y redactó un grupo de medidas que podían contribuir a paliarlos. Ocupó el cargo de Síndico Procurador General y, cuando la epidemia de cólera de 1833 asoló la ciudad, pudo poner en práctica algunas de ellas, según refiere Vento Canosa.
Badía viajó a los Estados Unidos para estudiar el sistema bancario de esa nación, y publicó numerosos artículos al respecto, tanto en Cuba como en España. Su nombre aparece vinculado, como parte de la junta gestora, a dos de los primeros caminos de hierro del mundo, el tramo de ferrocarril Matanzas-Sabanilla (1845) y el Barcelona-Mataró (1848), pionero en la Península Ibérica.
Quizás el más conocido de los catalanes matanceros, gracias al libro que sobre él escribiera el historiador Arnaldo Jiménez de la Cal, es Josep Tomás Ventosa y Soler, quien llegó a las inmendiaciones del Yumurí, procedente de su natal Vilanova i la Geltrú, encomendado a algún coprovinciano que lo encaminaría en los negocios.
No le fue nada mal, a razón de que cursando la quinta década de la centuria pudo gastarse la friolera de 70 000 pesos —algunas fuentes lo alargan hasta 80 000— en la construcción de las famosas Casillas de Ventosa, ubicadas en el lugar que ocupó la Plaza de Mercado hasta hace pocos años. Prestó así un enorme servicio a la ciudadanía, pues para ello costeó la desecación de un área cenagosa anexa al río San Juan, bastante insalubre. Obra suya también el saneamiento de la margen sur de dicha corriente fluvial, para extender un tramo de las vías del ferrocarril.
Se le recuerda con mayor devoción por sus empeños a favor de la instrucción pública. Usó sus influencias entre la clase alta para granjearse su apoyo en la adquisición del local que albergaría la Casa de Beneficencia o Colegio de Niños Pobres; costeó de su propio bolsillo la Escuela Gratuita Ventosa, en Matanzas, y empeños similares en su tierra natal. Dos estatuas recuerdan su hombradía, una en Matanzas y otra en Villanova, enlazando dos orillas separadas por miles de kilómetros, pero unidas por mucha historia común.