Con la inauguración de la muestra La larga travesía de la española Nuria López Torres, la tarde de este sábado 9 de noviembre en la Sala White, comenzó el ciclo de inauguración de exposiciones personales del Festival y Coloquio Internacional de Fotografía de Matanzas FOTOCANÍMAR.
El proyecto de la artista ibérica Reflexiona sobre la trascendencia de la herencia africana en la conformación de la identidad cubana. «No se puede entender Cuba sin la herencia de África sus creencias y su legado cultural a través en la sociedad en todas las esferas de la vida» asegura en sus palabras al catálogo.
Nueve piezas de gran formato que pertenecen a tres de los cinco capítulos de los que está compuesto el proyecto: El sueño de los orichas, Odú y la sociedad secreta abadía y que recorren 7 años de trabajo y profunda investigación también entre los practicantes de religiones como el Palo Monte y la Regla de Ocha.
FOTOCANÍMAR ha tomado las calles de la urbe yumurina donde se encuentran imágenes en lugares tan inusuales como la fachada del Cuartel de Bomberos o las calles Santa Teresa o Medio. En esta suerte de recorrido fotográfico los participantes se desplazan hasta los portales de la Oficina del Conservador de la ciudad donde los espera la exposición Retratos de familia, de la también española Estela de Castro.
Los ventanales enrejados del vetusto edificio, otrora Palacio de Justicia, se han vestido con el arte de la fotógrafa madrileña donde podemos apreciar toda suerte de animales rescatados en compañía de los humanos que les han acogido. Gatos y perros, por supuesto, pero también ovejas, cerdos o gallinas que se integran al universo de lo familiar para ilustrar un punto de vista ético a la vez vez que una denuncia profundamente política: la forma en que tratamos a otras especies dice mucho de nosotros mismos.
Por último, en la galería Esteban Chartand de la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Matanzas quedó abierta al público Caminos negros, del cubano Ricardo G. Elias, que trata sobre el cierre de numerosos centrales azucareros a partir de 2002.
Consciente de que «hablar del azúcar es hablar de la historia nacional», Elias se adentra en la profunda huella económica, social y cultural que dejó la muerte de esta industria en muchos poblados cubanos.
Como apunta la curadora Caridad Blanco, nos coloca «ante un registro visceral de ese presente local que enjuiciados. Mientras se sobrevive a la crisis y a sus oscuridades, su relato es también luminoso archivo, irradia desde fotos a color, paisajes,despojos industriales y silencio, a ese feroz campo de batalla donde lidiaron utopías y realidades.