Esa enfermedad llamada amor. Ilustración: Carlos Daniel Hernández León
Si acaso te invaden palpitaciones, opresión en el pecho, falta de apetito o sudoraciones repentinas; si mientras caminas rumbo al trabajo o haces cualquier tarea rutinaria sientes revolotear en tu estómago una horda de mariposas que amenazan con salirse por la boca o ante la presencia de alguien te falta el aliento y dices incoherencias; quizá no signifique que estás en peligro de muerte inminente, sino que simplemente te has enamorado.
Cuando reflexionamos sobre el amor, tocamos un concepto de márgenes difusos, que se parece muy poco a lo que vemos en una telenovela. Son unos ojos que se sacan de la multitud, el deseo de ser único únicamente para una persona, hallar la belleza en todo, recordar nimiedades, es la cosa que puede construirse a partir de la nada. Habla de la plenitud pero también de la carencia y de una búsqueda que puede resultar agotadora.
Es cambiar el camino a casa cinco veces en una misma semana para ver si el “azar concurrente” de Lezama se pone de nuestra parte y logramos un encuentro “casual”. Anular toda lógica y aferrarnos a ese 0,1 % de probabilidad que nos favorece. Tener un ataque de ansiedad cada vez que alguien tarda más de lo esperado en contestarte un mensaje de Whatsapp. Y el frío y el miedo y la sed y esa sensación de alerta en la “boca” del estómago.
Nuestro cerebro está programado para explotar en hormonas cuando afloran sentimientos como atracción, afecto y apego. A punto de ahogarnos en un torrente químico, oxitocina, vasopresina, dopamina, serotonina, toman el control. Bajo esas circunstancias, el comportamiento de un ser humano común —según la ciencia— se asemeja al de alguien que padece trastorno obsesivo-compulsivo, también se reduce la actividad mental relacionada al “buen juicio”, por eso se torna literal aquello de que “el amor hace cometer locuras”.
Si nos preguntamos cuál es la justificación evolutiva de esta suerte de demencia transitoria, no existe una respuesta concluyente al respecto, para algunos estudiosos se trata simplemente de garantizar la reproducción de la especie, para otros su significación biológica va más a generar una unión basada en la seguridad y la confianza, lo que asegura protección en situaciones cambiantes en el entorno y la supervivencia de la prole.
Una investigación de la Sociedad Americana de Fisiología demostró que en el enamoramiento se activan mecanismos de gratificación análogos a los que regulan comportamientos de supervivencia, como la necesidad de alimentarse, algo similar a lo que experimenta un adicto ante el deseo de consumir droga. De la misma manera el cuerpo interpreta el desamor como una suerte de Síndrome de Abstinencia, se puede sufrir pérdida del apetito, cambios de peso, trastornos del sueño, ansiedad o depresión.
¿Vale la pena entonces entregarse a esta emoción que nos domina en cuerpo y mente? El amor es el eje respecto al cual una serie de otras vivencias cobra sentido, nos vuelve un poco menos libres como individuos pero, a la vez, crecemos y nos expandimos a través de esos ríos invisibles que nos conectan a lo amado. Cuando decimos que es eterno no es porque pueda durar para siempre, sino porque lo más cerca que vamos a estar de la eternidad será en los pocos segundos que duran esos abrazos y esos besos.