Raúl Piad Ríos
Gratifica ocupar un poco de tiempo en la realidad de alguien que prefiere lo irreal, aunque sea solo en un mero intercambio de preguntas y respuestas. Y más cuando se trata de uno de los más importantes escritores jóvenes, no ya de Matanzas, sino de Cuba; no ya de los géneros de ciencia ficción y fantasía, sino de nuestra literatura joven en general.
Más allá del Premio David por la selección de cuentos Lo mejor es soñar, el Calendario por la novela A la sombra del mundo hogar, el galardón La Edad de Oro por Novela de Ciencia Ficción a Embajador sin retorno, así como el Aldabón por el conjunto de relatos La balada del pastor, o la publicación de su novela La marca de Kahim; con Raúl Piad Ríos siempre parece que lo mejor está en el futuro.
Palabras con Sentido: Raúl Piad
Ahí, a la vuelta de la esquina, nos aguarda un porvenir distinto al de su último libro y tan perfectible como el siguiente. Su afición es jugar con el tiempo, con los espacios, con nuestras expectativas de cuanto pueda ocurrírsele. Solo podemos tener la certeza de que este fecundo autor matancero seguirá manipulando el universo a su antojo, incluyéndonos.
Menos mal que pude cruzar mi destino con el suyo para entrevistarlo aquí y ahora, en la Matanzas de inicios del XXI, antes de que una predicción de su colega Wells se cumpla y Piad se me escape en una máquina del tiempo a países futuros.
Raúl Piad: embajador de los países futuros
“Me defino como un soñador empedernido. O sea, una persona a la que le gusta imaginar lo que es posible y lo que, hasta cierto punto, no. Pero siempre, siempre, con la meta de llegar un poco más allá”.
Oyéndolo, me viene a la mente la afición de algunos personajes de Julio Verne por la expresión latina excelsior, referente a alcanzar un estado superior o más avanzado, y se la acuño también a él. De todas formas, se desmitifica a la velocidad de la luz, porque enseguida admite ser perezoso para escribir y reconoce la necesidad de esforzarse profesionalmente, de obligarse a escribir cada día “como un monje flagelante de la Edad Media” en el afán de alcanzar una disciplina.
“Mi infancia y juventud fueron realmente típicas, como las de cualquier cubano. Fui un niño común, que mataperreaba, en buen cubano, por el barrio de La Playa, al que le gustaron las mascotas que le regalaron, desde la primera… Y, afortunadamente, crecí en un hogar donde siempre hubo interés por la literatura, sobre todo por parte de mi padre, que me impulsaba a leer. Desde pequeño tuve esa inclinación natural por los libros, me sentía más cómodo en una biblioteca o entrando a una librería, que en una fiesta o practicando deportes”.
Quizá lo último corresponda al clásico estereotipo del intelectual, y en absoluto Piad opina que todos los intelectuales tengan que ser así para merecer el calificativo, pero en su caso sí destacó más la reglamentaria afinidad hacia esa esfera que hacia lo físico.
No le faltan a Piad los espejuelos de campaña ni lo poco invasivo de una complexión física delgada ni el recatado vestir de absoluta normalidad: sin nada de esto no se puede cumplir la misión de transitar las calles yumurinas aparentando ser un ciudadano más, perteneciente a esta dimensión.
Licenciado por la Universidad de Matanzas en Estudios Socioculturales, ciertamente incapaz de vaticinar que el nombre de su carrera variaría a Gestión Sociocultural para el Desarrollo, Piad llegó a nuestro universo conocido en noviembre de 1989. También caía el Muro de Berlín y en Checoslovaquia andaba la Revolución de Terciopelo.
Pese a la ausencia de grandes eventos en su infancia, lo cierto es que esta transcurrió durante un período muy especial, en parte a consecuencia de esos otros hechos que le disputaban prominencia en el calendario a su nacimiento. Algún plan diseñado por una entidad superior, para poner a prueba la resistencia del pequeño lector. “Uno mantiene recuerdos felices, aunque a veces la mente te engañe y creas eso de que todo tiempo pasado fue mejor”.
No obstante, desde que supo que juntando letras se forma una palabra, que juntando palabras se forma una frase, que sin moverte de tu asiento o de tu cama puede abrirse la superficie debajo de ti y desvelar todo un mundo al que vale la pena internarse, y aunque lee “de todo”, Raúl Piad estableció con notable claridad sus preferencias a horas tempranas de su trayectoria bibliómana.
“Mi amor por la ciencia ficción y la fantasía viene de entonces, de mis primeras lecturas. Por cierto, aparte de ser un gran amante de la literatura, me gusta mucho el cine, los dibujos animados, las historietas, incluso he escrito varias, y los videojuegos, a los que dedico buena parte de mi agenda. Pero si intento explicar por qué surge mi gusto por un género específico, se me hace muy difícil.
Quizás es como ese amor a primera vista, que uno no puede explicar bien a qué se debe, pero está ahí. Más adelante, cuando vas profundizando, te das cuenta de ciertos elementos en común que puedes analizar por separado y en su conjunto, además de compararlo con otras cosas que no te gustan. En el caso de este tipo de narrativa, creo que mi devoción se debe a las posibilidades que plantea.
“Es decir, plantea muchas opciones para jugar como creador a la par que consumidor. Tiene unos límites muy amplios que se pueden trascender con facilidad, por lo que no es un corsé que te encasquete o te fije a un tema o estilo en específico. Al contrario, te permite innovar con las formas y las temáticas a abordar”.
Si a ello le sumamos el exotismo que incluyen dichos géneros, permeados en algunos puntos por el sentido de la aventura, de lo insólito, uno encuentra la más lúcida coherencia en el devenir vital de este creador.
“Me gusta, entre tantos factores, el alto grado de entretenimiento que esto brinda. En esa clase de historias era donde más yo encontraba la distracción que necesitaba, ese devorar el libro, pasar página tras página, hasta que de pronto te topas de sopetón con el final. Pero llega el día en que te preguntas ‘¿Y si yo pudiera ir un poco más allá?’ —el excelsior que decía antes—. ‘
¿Y si me atreviera a inventar la segunda parte de este libro, cómo lo haría? ¿Y si rehiciera el final de este que no me gustó?’. Así comienzas a escribir un poco, a probar, ¡a fracasar! En el fracaso también radica el amor, porque a veces no es la meta sino el propio viaje lo que fortalece en ti un placer, casi pudiéramos decir un vicio”.
En cierta forma, su afición le proporciona a Piad una excusa para también hablar del presente. Muchos temas que en la actualidad le parecería impertinente tocar, en cambio, “pueden ser perfectamente utilizables dentro de una sociedad alternativa”, y allá se lanza a escribirla. Ya intuimos que, si no le sale bien a la primera, eso no mermará sus ganas o su amor.
Su proceso de escritura, por más que se le dificulte acceder a una idea o giro argumental o descripción, no le parece complejo per se. Desde su punto de vista, es sencillo, carente de esos grandes rituales que les preguntan a muchos escritores, sobre si ponen velas o escuchan tal o más cual música al son de las teclas.
“Apenas tengo un horario determinado para escribir, simplemente lo hago cuando puedo. Por lo general, de noche, eso sí. Y me gusta mucho, claro, la tranquilidad. Necesito silencio, un lugar acorde, donde no haya mucho ruido ambiental, que no me estén molestando continuamente. Fuera de eso, lo que toca es sentarme, revisar lo que avancé el día anterior… En ocasiones me demoro un poco corrigiendo, pero acabo retomando el hilo donde lo dejé. La mayoría de las veces, ni siquiera elaboro un esquema de capítulos, lo llevo todo en mi mente, salvo anotaciones que hago aparte”.
“Soy de esos que se denominan ‘escritores de descubrimiento’. Brandon Sanderson, uno de los grandes exponentes ahora mismo del fantástico a nivel internacional, establece dos calificaciones: ‘de descubrimiento y de esquema’. A mí no me gusta ser esquemático, de la misma forma que nunca tuve afinidad por las ciencias, los números, las fórmulas, y no me gusta seguir patrones establecidos. Si bien tengo una idea general en mi cabeza, soy tanto lector como escritor: voy escribiendo y descubriendo a la vez lo que les sucede a mis personajes, independientemente de las modificaciones que hago cuando aparecen nuevas ideas.
“Tampoco es que todos mis libros o proyectos de libros lleguen a un fin. Algunos quedan a mitad y se engavetan, otros se transforman durante el proceso y terminan convertidos en otra cosa. Eso forma parte del propio proceso escritural”.
En Cuba, las vertientes literarias de su preferencia se encuentran, en su opinión, en muy buen momento. De hecho, siempre le han parecido hallarse en condiciones favorables en cuanto al fandom, lectores y seguidores, más que en materia de publicaciones, de concretar proyectos.
“Eso, realmente, no es tanto el estado actual de los géneros fantástico y de ciencia ficción, sino de la literatura en general. Ahora mismo existen condiciones económicas bastante negativas a nivel de país, pero por suerte hay un público lector que demanda, que busca y, sobre todo, denota interés por crear. Hablo de personas jóvenes que se acercan a los talleres literarios, una legión tradicionalmente fiel que sigue a los escritores y los estimula, reinventándose al paso de las nuevas generaciones. Por eso digo que el fantástico goza de buena salud en esta nación”.
Piad agradece no haberse estancado en una “generación de dinosaurios”; al contrario, saluda las posibilidades de interacción que propician los tiempos que corren entre quien genera y quienes reciben, sobre todo gracias a la intervención del formato digital.
Mientras que anteriormente costaba leer lo último que se publicaba, pues había que esperar la salida impresa —y él es de los que bien saben y sufren que, por desgracia, un libro en Cuba puede tardar hasta cinco años en aparecer bajo un sello editorial—, con el acceso de hoy en día a las nuevas tecnologías ya se puede hacer realidad una ansiada lectura de talento nacional. “Es una gran ventaja que, asimismo, conlleva peligros, pero inclino más la balanza hacia lo positivo”.
A propósito del fandom, en cuyos dos extremos ha vivido, Raúl Piad atesora una anécdota que involucra a José Miguel Sánchez Gómez, alias Yoss, uno de sus autores favoritos y el más laureado dentro de la ciencia ficción cubana.
“Él me ligó a ese espacio en nuestra literatura, cuando yo era muy joven, quizás a los 12 años, y por entonces todo lo que caía en mis manos era muy metafísico u opuestamente jocoso, no podía entenderse o choteaba demasiado; y mientras me preguntaba por qué en Cuba no podía escribirse lo mismo que en otras partes del mundo, cayó en mis manos Al final de la senda, de Yoss.
Fue un impacto para mí. En fin, lo que más me marcó fue conocerlo en un evento y, sobre todo, cuando me dijo: ‘Ahora tengo que tratarte no como a un lector, sino como a un colega’. Nunca antes me creí tanto que sí podía escribir, que ya estaba en la senda correcta”.
En lo cotidiano, Piad existe sin estridencias. Aparte de escribir, tiene tres trabajos, sale a resolver los problemas y mandados del día a día, caza horas para leer en su casa, se enfrasca en videojuegos, convive entre familiares y amigos como un joven más. Así le gusta considerarse, uno más, sin renegar de ese universo propio donde se encuentra a gusto, que no es precisamente una burbuja, pero sí un universo propio y feliz hasta donde es posible.
“Un reproche que tengo que hacerme, a poco de cumplir 35 años, sería no haber leído ni escrito más que hasta ahora”, aunque, desde mi perplejidad, pienso que no es poco. “Y mi mayor sueño por cumplir es escribir ese gran libro que, al terminar la última palabra, no le cambiaría una coma. Aunque sea una novela histórica, género que me gusta mucho y donde quisiera arriesgarme. De todas formas, el mejor libro en mi criterio siempre es el próximo que vendrá. Uno tiene que mejorar, aprender, porque la perfección es un mito, una imposibilidad en todo sentido”.
Él dice esto y yo, en silencio, le aliento a seguir luchando por alcanzar lo imposible. Al fin y al cabo, si puede originar mundos enteros y conseguir que creamos hasta en lo menos creíble, ¿por qué no una o varias obras perfectas? Y si no, que nos siga dejando en el camino su eminente imperfección con otras tantas historias.