Melocactus matanzanus león: una especie a proteger ( + Fotos)

Mientras se avanza por los caminos rocosos que conducen a los tantos cuabales diseminados en Tres Ceibas de Clavellinas, surgirá la interrogante sobre cómo Joseph Sylvestre Sauget, conocido como el Padre León, arribó hasta semejante punto tan distante de la geografía matancera, para descubrir y nombrar esa rareza botánica conocida como melocactus matanzanus león.

A cada paso no queda más que admirar aquella hazaña del botánico y religioso francés, porque seguramente a principios del siglo XX no existían los senderos por los que hoy se logra avanzar, no sin gran dificultad, por las elevaciones que alcanzan alturas hasta de 150 metros sobre el nivel del mar.

Una brigada perteneciente a la Reserva Florística Manejada Tres Ceibas de Clavellinas cuenta con los encargados de chapear el camino rocoso que conduce a varias colonias de la singular especie botánica, que solo prospera en esta reducida área del Valle del Yumurí.

Los operarios integran la Empresa Nacional para Conservación de la Flora y la Fauna, y laboran arduamente en la conservación y propagación del melocactus matanzanus, para lo cual asumen diversas tareas como el monitoreo de la densidad poblacional de la especie, el análisis patológico y la eliminación de hierbas invasoras.

Dirigidos por la jefa de Estación y Brigada Anisleida Montano la O, cada día se les puede ver recorriendo los extensos terrenos a caballo, o encima de un quitrín, avanzando sobre la irregularidad del camino para abarcar más distancia de las 392 hectáreas que conforman la zona protegida.

En los últimos tiempos se enfrentan a enemigos letales y escurridizos como son los cazadores furtivos, a quienes poco les interesa el endemismo de una especie en peligro de extinción. Sin miramientos, incendiarán el lugar, lo mismo para una fogata que para que los venados salgan de su escondrijo. Y una chispa en los cuabales se puede propagar con celeridad, arrasando todo, incluso a las colonias de melocactus matanzanus por las que tanto se desvelan los trabajadores del lugar.

Para contrarrestar las amenazas de los siniestros, construyen trochas contra incendios, realizan barreras para la conservación del suelo y recorren continuamente el área en un trabajo coordinado con el Cuerpo de Guardabosques, siempre prestos a dar aviso ante la presencia de personal sospechoso.

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En la carretera de Chirino, ubicado en una zona del Valle del Yumurí, aparece un cartel donde se anuncia la proximidad al área protegida. La presencia de coníferas brinda al paisaje un toque contemplativo y poco usual. Un sinuoso y empinado camino advierte sobre el desamparo y la lejanía en la que uno se encuentra. La música que se desprende desde las copas de los altos pinos será el único sonido que acompaña al caminante, embargándolo de una sensación un tanto mística.

Justo en un punto del sendero, al tornar la mirada hacia el trayecto recorrido, se apreciará el ascenso continuo. En una demarcación custodiada por incipientes montañas, cuya existencia quizá desconozcan muchos matanceros, se encuentran 10 colonias de uno de los cactus más atractivos del mundo.

En la propia Estación Biológica, Anisleida Montano la O logró la sobrevivencia de una de estas colonias a fuerza de tesón y mucha ciencia. Con orgullo, y hasta cierto deleite infantil, muestra un pomo plástico donde se aprecian minúsculos retoños.

Gracias al estrecho vínculo con instituciones científicas del país, han propagado la especie mediante la reproducción in vitro. Luego, trasplantarán las posturas a un espacio ubicado frente a la edificación que funge como estación biológica y que le da la bienvenida a los visitantes.

Será este el primer contacto que se tenga con el melocactus matanzanus león al llegar al área protegida. Varias decenas de ejemplares muestran buena salud para beneplácito de la especialista; sin embargo, reconoce que no siempre germinan en todo su esplendor.

Solo allí donde crece silvestre alcanzarán un mejor desarrollo. Carlos Gonzáles Gonzáles, un conocedor de los secretos de esta especie, explica que en el terreno pedregoso de rocas azules de los cuabales reciben todo los nutrientes necesarios.

Los cuabales se caracterizan por ser terrenos áridos, secos y rocosos, donde abundan las rocas azules; justo los atributos indispensables que favorecen el desarrollo de los ejemplares.

Carlos González lo expresa muy claro: “Tenemos colonias que nacieron en tierra roja pero no poseen la coloración ni el mismo desarrollo del que nace en el cuabal azul. Ante los monitoreos continuos, notamos la gran diferencia al comparar su vitalidad y tamaño”.

Comenta que en el 2001 existían cinco colonias y, tras un intenso trabajo, han propagado la especie con la creación de otras cinco.

A varios kilómetros de la estación biológica, en un punto intrincado que conocen los especialistas que allí laboran, se hallan las diferentes poblaciones en su hábitat natural.

La vista se pierde entre las tantas elevaciones coronadas con palmeras. Aunque se trata de un terreno seco, el verdor de los arbustos es intenso; mas, a ras de suelo, sí se observa la sequedad de la tierra.

Ubicados en las faldas de las lomas, bajo las palmeras de guanillo, como custodiados por pequeñas rocas, se divisan ejemplares de diversos tamaños y edades. Algunos alcanzan hasta los ocho años de edad —el máximo de durabilidad— y nueve centímetros de alto.

Su belleza se hace mucho más llamativa en su entorno natural, sobre todo al contemplarlos muy próximos unos de otros. Los más exuberantes muestran sus nueve costillas, las espinas por donde reciben la humedad necesaria, y en la parte superior el atractivo cefalio, compuesto por cerdas de color rojo y donde nacen las flores.

Su porte singular le ha convertido en una de las especies pertenecientes a la familia Cactaceae más llamativas y valoradas entre los coleccionistas.

En una colonia se pueden encontrar cientos de estos ejemplares de diversos tamaños. El especialista Carlos Gonzáles asegura que el conteo de los individuos es constante, y hoy puede afirmar que en esa región intrincada del Valle del Yumurí presentan un total de 1 814 ejemplares diseminados en las diferentes colonias.

Ante la significación y valor de esta especie para la flora cubana y en aras de protegerla y llamar la atención sobre su singularidad, fue propuesta por la Asamblea Municipal del Poder Popular como símbolo natural de nuestra ciudad.

Conocer más sobre ella contribuirá sin duda a su conservación. Por lo pronto, seres como Carlos y Anisleida laboran sin descanso desde un punto apartado, para que prospere y sobreviva para orgullo de los yumurinos, porque solo en ese lugar del planeta se reproduce el melocactus matanzanus león.

Vea además este episodio de Matanzas Incógnita que le dedicamos a la especie:

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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